Guillermo O´Donnell: "El poder tiende a olvidar su origen"
Aunque rescata aciertos en la gestión de Néstor Kirchner, el reconocido politicólogo argentino apunta contra el "déficit grave" que presenta el Gobierno en el terreno de las instituciones democráticas
Un politicólogo de exportación: eso es Guillermo O´Donnell, quien desde hace años vive y enseña en Estados Unidos, ubicado, cómodo, en el universo de los cientistas sociales más respetados, dentro y fuera de la Argentina.
"Estoy sobrevolando Ezeiza desde hace mucho tiempo, y cada vez vuelo más bajo", anuncia al principio de la entrevista con LA NACION, en la que irá destapando ideas nuevas sobre el país de Néstor Kirchner, una Argentina que lo coloca, según cuenta, en el terreno de la ambivalencia, entre oleadas de elogios y de críticas.
Acaba de recibir el premio mayor de la Asociación Internacional de Ciencia Política, que distingue a los mejores politicólogos del mundo. Pero su brillo intelectual no lo salva -cosas de la vida- de que el común de la gente asocie su apellido no con él, sino con Pacho, su hermano historiador y el más mediático de los O´Donnell.
Sus trabajos sobre el estado burocrático autoritario se convirtieron, a principios de los ochenta, en un clásico. "Eso fue en mi primera encarnación", bromea. Así es que, en el resto de sus encarnaciones, se dedicó a investigar sobre la ciudadanía de baja intensidad, los problemas de la representación política en América latina y la calidad democrática.
Viajó a la Argentina en el marco del Programa de Auditoria Ciudadana, que dirige Marta Oyhanarte, y que está destinado a mejorar las prácticas democráticas en los municipios. O´Donnell colaboró en su diseño. "De la coyuntura, no voy a hablar", se planta, al principio de la charla. No suena alentador.
-Entonces, ¿de qué se supone que hablemos con usted, O´Donnell?
-Bueno, podemos hablar de América latina, o de Estados Unidos?
-¿Y no le parece un poco aburrido hablar sólo de eso?
-Le explico: no me gusta bartolear, y no quiero cometer el error del que viene a la Argentina una semana y opina sobre lo que hay que hacer. Obviamente, leo los diarios todos los días por Internet?
-¿Y qué es lo que más le impacta cuando los lee?
-Soy de los que desea fervientemente que a este Gobierno le vaya muy bien; creo que hemos mejorado mucho en relación con el pozo en el que estábamos. Pero, a la vez, hay una serie de cosas que me preocupan muchísimo.
-¿Cómo cuáles?
-El descuido institucional. Las democracias sobreviven cuando se invierte mucho en el progreso y saneamiento de las instituciones. Y, en este sentido, este gobierno tiene un déficit grave?
-Está ambivalente, como muchos intelectuales, frente a Kirchner...
-Como casi todos? Mucho más ahora que nunca.
-El sociólogo Alain Touraine sostiene que Kirchner está yendo hacia un neopopulismo, ¿usted qué piensa?
-Que allí hay una tendencia peligrosa, que es llamar populismo a todo lo que no me gusta. Y si no le puedo poner populismo, le pongo neopopulismo. Me parece un mal uso del término de un Touraine que está mirando desde una Francia demasiado idealizada. Populismo es un período específico en América latina, en el que se crearon liderazgos no democráticos, y este gobierno es de origen democrático. Aunque falta muchísimo, a esta democracia la conseguimos nosotros, y es un gran logro. Y, en todo caso, nuestra responsabilidad será hacer una crítica democrática a la democracia, pero seria. ¿Qué significa esto? No olvidarse nunca del enorme progreso respecto de la brutalidad autoritaria, pero a la vez no tener miedo de criticar.
-¿Cree que hablar de populismo puede abrir una puerta hacia experimentos autoritarios?
-Involuntariamente o no, lo que este tipo de discursos acaba diciendo es que, con esta democracia, en el fondo, todo sigue igual. Y eso es abrir una puerta ancha a reacciones autoritarias. En todo caso, podemos hablar de democracias de baja calidad.
-Precisamente, en esta tercera encarnación, como usted dice, viene investigando sobre calidad democrática, ¿cuál sería la premisa básica?
-En el molecular proceso de construcción de ciudadanía tenemos que descubrir, una y otra vez, que los poderes del Estado se los prestamos a los gobernantes. Nosotros somos el origen y los destinatarios. Pero ocurre que cuando se estabiliza, el poder tiende a olvidar su origen y termina creyendo que es para sí mismo: a eso lo llamamos corrupción, clientelismo, o violencia familiar. Por eso nosotros, los ciudadanos, debemos hinchar lo suficiente para recordarles a los gobernantes de dónde surgieron. De lo contrario, siempre se van a olvidar.
-Usted señalaba el ir descubriendo la ciudadanía como un proceso, ¿lo puede explicar?
-La democracia tiene, por un lado, un régimen político. Cuando votamos, somos ciudadanos políticos. Pero además tiene el imperativo de extenderse hacia otras dimensiones: la social, la cultural, y la civil. La ciudadanía cultural implica el respeto a la diversidad; la dimensión civil es la garantía de los derechos humanos, mientras que la social implica la existencia de un estado de bienestar que funcione razonablemente. En América latina, vemos una rápida extensión de la ciudadanía politica y falencias graves en el resto de las dimensiones.
-¿Y en qué punto estamos en la Argentina?
-En principio, tenemos un déficit institucional importante en nuestra democracia, en comparación con Chile -por ejemplo- y lo estamos pagando carísimo. Con fallas muy graves en la ciudadanía social; decadencia de beneficios sociales, derechos laborales, déficit habitacional, de educación. Comparado con un ideal razonable de derechos civiles, también nos falta muchísimo. Hay una violencia social grande y falta aún mucho por hacer en derechos de género. Lo que a veces aterra a los gobernantes es que, en una democracia, al practicar la ciudadanía política, se ponen de manifiesto la carencia de todas las demás.
-A ver ¿cómo sería?
-Claro, una vez que yo puedo opinar, votar y asociarme, tengo la chance de darme cuenta de que también tengo derecho a una vivienda razonablemente humana o a que no me peguen en mi casa.
-Le cambio el tema. En los noventa, Menem y Duhalde se concibieron mutuamente como enemigos y terminaron autodestruidos. En 2000, esa lógica maquiavélica no parece haber cambiado, pese al ensalzamiento de la nueva política. Kirchner tiene enemigos a derrotar cada día ¿Cómo se sale de esa lógica?
-No sé? (Se sonríe) No está cumpliendo nuestro pacto.
-Tómela como pregunta teórica.
-A ver? Hay una historia argentina de gran descuido de la institucionalidad, que viene de mucho antes del día de hoy. Irigoyen decía que era el líder de un movimiento, no de un partido, porque representaba al conjunto de la Nación. Y esta idea movimientista lleva inevitablemente a una posición agresivamente antiinstitucional, en la medida en que los líderes sienten que son la encarnación de los verdaderos intereses de la Nación. Desde esta visión ultradecisionista, cesarista, las instituciones son un obstáculo. Un parlamento con personalidad propia, demora; un Poder Judicial independiente, molesta?
-Y la prensa independiente, de paso, también.
-Si, claro, el periodismo es sumamente molesto. También algunos intelectuales? En fin, todos aquellos que impidan la encarnación del ser o del interés nacional son réprobos, antinacionales o no entendemos nada. Esta tradición argentina, que se extiende sobre todo en el siglo XX, no quiere incurrir en los presumidos costos de construir institucionalidad y fue seguida, puntualmente, tanto por el peronismo como por el radicalismo. Después de haber tenido un presidente que huyó en helicóptero, Kirchner justificó su decisionismo en la necesidad de reconstruir el poder en la Argentina? Todas las crisis generan una gran demanda de que venga alguien a tomar decisiones y nos saque del caos. Este exceso de decisionismo puede conducir a De Gaulle, en Francia, o a Hitler en Alemania. Esto es: no está predefinido que de ahí salga algo malo o bueno. Reconstruir el poder político era efectivamente una demanda real. Pero el poder político no sólo es presidencial, sino que lo incluye.
-Pero si este modo decisionista es sólo para momentos de crisis, ¿qué puede ocurrir si se extiende en el tiempo?
-Bueno? Me ganó? Para mí, el punto paradigmático es la concesión de poderes extraordinarios al Ejecutivo, en términos de economía. Creo que esta es la marca de una extralimitación en el tiempo de una decisión que en un momento fue justificada. Estas medidas degradan claramente al Congreso. Max Webber señalaba en la primera guerra mundial que Bismark -que era un gran decisionista- había hecho de Alemania una potencia. Sin embargo, le criticaba ácidamente haber convertido al Parlamento en un instrumento pasivo de su voluntad. Weber hizo esta advertencia en 1917; luego vino en Alemania la República de Weimar, que fue la antesala del nazismo. Conclusión: es muy cómodo tener un Congreso que diga a todo que sí porque los costos no son visibles en el corto plazo. Sin embargo, a la larga, lo que se sacrifica es enorme. Y la advertencia de Weber nos cabe.
-Lo llevo a América latina. ¿Cómo evalúa el cambio de signo en muchos gobiernos del continente y cómo cree que será la reacción del gobierno de Estados Unidos frente a este viraje hacia la centroizquierda?
-Un dato es que ahora América latina aparece en los diarios, cosa que no ocurre cuando las cosas están normales, digamos. A mí me preocupa ver que la política norteamericana está dando pasos importantes hacia la militarización. Y me preocupa que para referirse a América latina -donde ahora tenemos gobiernos que no se alinean automáticamente con la política exterior norteamericana- hable el jefe del Pentágono, Rumsfeld, en lugar de la jefa de la diplomacia, Condoleezza Rice.
-¿Tiene visibilidad Kirchner en Estados Unidos?
-A nuestro Presidente se lo ve muy poco, en comparación con Chávez, que es el demonio, y con Evo Morales, devenido en candidato a demonio. Después, hay personajes con los que están dispuestos a tratar pragmáticamente, digamos. Y ahí entran Kirchner, Lula, Tabaré, que tienen sus características autóctonas, que ellos no entienden muy bien? Y nosotros, tampoco.
El perfil
Consultor ad honorem
Guillermo O´Donnell se recibió de abogado en la UBA en 1957. En 1978 se fue del país y en 1982 obtuvo el doctorado en Ciencia Política en la Universidad de Yale. Es consultor ad honorem del Programa de Auditoría Ciudadana, de la Subsecretaría para la Reforma Institucional.
Trayectoria académica
Actualmente enseña Ciencia Política en la Universidad de Notre Dame, en California, donde dirige seminarios de posgrado sobre calidad democrática.