
Güiraldes, un amor en Xaimaca
Por Rodolfo Rabanal
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Mañana se cumplen 72 años de la muerte de Ricardo Güiraldes y no es imposible que alguien conmemore la fecha en los célebres pagos de Areco, o en algún lugar de París, donde murió el 8 de octubre de 1927, cuando sólo tenía 41 años y no había siquiera empezado a disfrutar de los merecidos elogios y de la consecuente fama que siguieron a la publicación de "Don Segundo Sombra". Yo he querido recordar un libro desdibujado, me parece, por la injusticia del olvido; un libro que quedó oculto, acaso, detrás de la dilatada figura elegíaca de "Don Segundo Sombra", que no le ha quitado poco espacio a todo lo que escribió Güiraldes antes de esa novela mayor que, en rigor, cierra una tradición literaria -la gauchesca- inaugurada en Montevideo por Bartolomé Hidalgo, en 1812, y que José Hernández llevó a su máxima altura sesenta años más tarde con su "Martín Fierro".
Pero la novela casi olvidada en la que pienso no es gauchesca y sí, en todo caso, mundana y "ligera", pero no liviana e inconsistente, sino todo lo contrario, como diría el poeta francés Claude Roy: "Ligero como un pájaro, sí. Pero no como una pluma, como una hoja, como una palabra pronunciada a la ligera". A ese tipo notable de firme "ligereza" pertenece esta novela breve, concebida en la atmósfera espiritual de las grandes ciudades, Buenos Aires o París, seguramente, y escrita el año 19, a partir de las notas que Güiraldes tomó durante un viaje al Caribe. Su título es "Xaimaca", no más de 145 páginas con espaciados párrafos, que cuenta como pocas veces lo hizo la literatura argentina el encantamiento, la peripecia y el fuego blanco del amor que sorprende cuando no se lo espera ni se lo busca.
Leí "Xaimaca" siendo muy joven, en la edición de Losada de 1960 e ignoro si hay otras. No es un libro del que se haya hablado mucho. Bernardo Verbitsky, en un artículo sobre "Don Segundo Sombra" (revista Testigo, 1966) señala que "Xaimaca" es una "espléndida historia de amor y una de las más bellas novelas poemáticas que se hayan escrito en cualquier idioma".
No abunda, en el clima de las letras argentinas de los primeros veinte años de este siglo, el tono abierto y preciso del narrador convencido de su libertad poética. A pocos les es acordado ese privilegio que Borges llevará a extremos inigualables. Güiraldes lo tiene. Véase, por ejemplo, esta concisión : "Con pausa de idea definitiva, va estableciéndose en mí la certeza de que ésta es la vida: una absoluta pertenencia al presente". Lo mismo, aproximadamente, diría Camus veinte años más tarde. Pero en el caso de "Xaimaca", es la pasión la que vuelve extranjero al protagonista: es el amor que le ciega el pasado y lo crucifica a un hoy ardiente. Las finas pero ineludibles escenas eróticas añaden sorpresa al placer de esta lectura.
Ricardo Güiraldes, cuyo secretario editorial en la revista Martín Fierro era un jovencito taciturno llamado Roberto Arlt, escribió "Xaimaca" alentado, al parecer, por Leopoldo Lugones. Del mismo modo, poco después, Güiraldes alentaría a Roberto Arlt en su poderosa primera novela, "El juguete rabioso". Hoy vale la pena recordar a ambos.




