
Hacia una concertación federal y regional
¿Cuál es la mejor opción para romper la anomia y salir de los conflictos que nos agobian y bloquean nuestro futuro? ¿Cómo podemos articular el federalismo y las oportunidades locales con las fuerzas centralizadoras que absorben todo desde Buenos Aires, para avanzar en proyectos que generen desarrollo genuino y así crecer sostenidamente en armonía y concordia?
La Constitución propone las “regiones” en el inciso 19 del artículo 75 (un acierto introducido en la reforma del 94) mecanismo destinado a evitar la confrontación entre los Estados provinciales para establecer el paradigma de un federalismo acordado, una visión que predicó con ahínco el constitucionalista Pedro J. Frías en los 70.
El federalismo de concertación (que a la caída del imperio soviético y a partir del Tratado de Maastricht inspiró la renovación y ampliación de la Unión Europea) incluye además a los actores de la sociedad civil, generando temarios y espacios valiosos para el entendimiento comunitario hacia el interior de los Estados.
Restablecer y reconfigurar las regiones, que –con una formalidad mínima– estuvieron vigentes desde el retorno a la democracia, debe ser una prioridad para otorgar sentido nacional al urgente e imprescindible protagonismo provincial, al margen del signo político de las autoridades del momento.
Las regiones tienen un enorme valor para mirar de manera integral el país, priorizando y reordenando recursos e integrando diferencias.
Las regiones se “abandonaron” con la crisis de 2002. Entonces estaban activas la Región Patagonia (desde 1996); la Región Centro (1998); el Norte Grande (1999) y la Región Cuyo (1988). Y con diferentes integraciones Nuevo Cuyo, Noroeste o Mesopotamia. Vinculaban provincias con gobiernos de distintos orígenes políticos, creando oportunidades que nunca debieron abandonarse.
En el marco de los recientes Pactos de Mayo, y en los términos de la Constitución, se puede alumbrar un nuevo acuerdo de libertad y responsabilidad política, consistente en restablecer las regiones fortaleciendo la escena nacional con nuevos espacios de entendimiento estratégico. Esto implica dar nuevo protagonismo a las ciudades y a la sociedad civil, con todos sus efectos.
El resultado será dar vuelta los actuales y perversos incentivos provinciales más orientados a “manguear” al Estado federal por conveniencia política que a la administración esforzada de los propios recursos.
El fortalecimiento de las regiones también permitirá acordar un nuevo diseño de federalismo fiscal, repensando la asistencia en las urgencias y en la promoción de prioridades regionales, único camino para salir de la trampa de la coparticipación, que nos encorseta desde hace más de 25 años. Para ello no hace falta ningún cambio constitucional; solo se requiere liderazgo político para superar la “máquina de impedir” que hemos construido en las últimas décadas. Abrir el debate generará una enorme oportunidad de romper las estructuras de la decadencia.
Al repensar el tema de la regionalización, también será oportuno revisar la estructura política, institucional y administrativa de la provincia de Buenos Aires. Esto supone actualizar un desafío estratégico que ha estado presente a lo largo de la historia y que exigió la máxima atención de los líderes nacionales: la relación entre Buenos Aires y las provincias. Porque además del crecimiento desmesurado de Buenos Aires en los últimos 80 años –hoy representa casi el 45% del país– se ha producido en simultáneo su colapso administrativo. Lo que acarrea una incapacidad funcional evidente: la provincia está superada y no puede atender ni priorizar su propio crecimiento para acompañar el desarrollo integral de sus habitantes.
Hace un par de años, para encarar el desafío de devolver la provincia de Buenos Aires a su máximo potencial, presentamos junto al senador Esteban Bullrich y al economista Jorge Colina una hoja de ruta que proponía la división de la provincia en dos regiones equilibradas. La “Región Buenos Aires”, con su actual territorio (excepto el conurbano), dividida en tres nuevas provincias, de entre 1,4 y 2,2 millones de habitantes y con capital en las ciudades de Mar del Plata, Bahía Blanca y San Nicolás. Por otra parte, la “Región Urbana Federal”, integrada por dos provincias que incluyen el actual conurbano: una con capital en la ciudad de Luján y la otra en la ciudad de La Plata. Esta región se integra junto a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. La propuesta incluye suprimir regulaciones, simplificar burocracias, reducir costos, instituir parlamentos unicamerales y acercar la administración a la problemática de los municipios y de la ciudadanía en general.
El proyecto fue presentado por políticos y analistas de diferentes orígenes tales como Eduardo Menem, Andrés Malamud, Horacio Liendo; Carlos Melconian, Fernando " Chino” Navarro, Martín Lousteau, Jorge Macri, Federico Pinedo y Joaquín de la Torre.
La iniciativa recibió un amplio respaldo en medios periodísticos y solo recibió rechazos por parte de las autoridades bonaerenses. Prevaleció ampliamente la idea de cambiar la actual situación de colapso y buscar una solución, por difícil que fuera.
Mientras los dirigentes no decidan adoptar una mirada estratégica e instrumentar cambios como los propuestos, seguiremos discutiendo estérilmente, perdiendo tiempo y oportunidades, ampliando las brechas en vez de construir acuerdos.
En el reciente debate sobre la planta de LNG de YPF-Petronas, que decantó en favor del Golfo de San Matías, se acreditó otra vez la urgencia de construir acuerdos para llegar a situaciones de ganancias compartidas.
Las razones de conveniencia geopolítica relativas al desarrollo patagónico, la menor distancia con Vaca Muerta y la mayor profundidad para recibir los superpetroleros, más los beneficios fiscales que Río Negro ofreció rápidamente generarán oportunidades también para el sur bonaerense y mayores beneficios al país en su conjunto.
Sin embargo, en Bahía Blanca y su región se está viviendo el descarte de su puerto como uno de los mayores fracasos del sistema político de la provincia. Todo se imputa a “los errores y omisiones del gobierno de La Plata y a la enemistad política con el gobierno nacional”.
No se ven las razones objetivas de la elección ni se celebran los beneficios locales y el beneficio del país. Tampoco se analiza el rol de los políticos locales, o la movilización de las fuerzas vivas del sur bonaerense, que hubiera correspondido a una mirada estratégica y regional, discutida y sostenida a lo largo de los años. La iniciativa local claramente no está organizada y la región de la “nueva provincia” que inspiró en 1900 al expresidente Carlos Pellegrini en su proyecto de creación provincial hoy parece adormecida.
Cabe preguntarse: ¿quién se ocupará de los próximos desafíos y oportunidades que vienen para el interior bonaerense?
Al dictado de la Constitución en 1853, durante el interregno hasta la reunificación nacional en 1860 y –más recientemente– en la reforma de 1994, los dirigentes actuaron con criterios superadores de sus intereses inmediatos buscando beneficios específicamente nacionales, cuidando las necesidades extremas y promoviendo la creación de riqueza local. Por eso se preocuparon no de vencer a los débiles, sino de trabajar duro, respetar la libertad de los otros, concertar el federalismo e integrar a todos.
Es lo mismo que requiere la hora actual. ß
Abogado. coautor junto a Esteban Bullrich y Jorge Colina del libro Una Nueva Buenos Aires para renovar el Pacto de Unión Nacional





