Historias e imágenes en las que la democracia habla
Concebida por Alejandro Katz, una obra audiovisual busca traducir la diversidad, los contrastes y la riqueza de la vida en común, en un rescate de la ciudadanía
Nunca pude constatar punto por punto su veracidad, pero la anécdota es hermosa y perfectamente posible. Alguna vez escuché que el 9 de diciembre de 1983 -última noche de la dictadura- en el bar La Paz nadie quiso dormir. Se bajaron las persianas con toda la concurrencia dentro, y hubo cantos, bailes y celebración hasta que las primeras luces del nuevo día llegaron. Y, ahí sí, con el amanecer del 10 de diciembre de hace 35 años, todos respiraron, se abrazaron y se dejaron llevar por la promesa de un tiempo diferente. Hermoso. Tanto como los recuerdos de quienes votaron en octubre de aquel año, o fueron parte de la multitud que saludó a Raúl Alfonsín presidente. 1983 es cifra, símbolo, marca de una larga serie de expectativas, avances, decepciones. Es, también, el signo de un hito en absoluto menor: ese año nacía una generación de argentinos criada y formada enteramente en democracia.
Un puñado de esas vidas ilumina 35x35. Una instalación democrática, obra concebida por el crítico, ensayista, editor y traductor Alejandro Katz, quien la realizó junto al cineasta Alejo Moguillansky y el músico Martín Bauer. Durante un año, un equipo de colaboradores recorrió el país en busca de personas de 35 años -tan jóvenes y tan adultas como la recuperación democrática-, y con sus testimonios -tan impregnados de aspiraciones y carencias como la misma democracia- se construyó una potente videoinstalación que puede verse, por estos días, en Muntref Centro de Arte Contemporáneo. Sobre una pared del viejo Hotel de Inmigrantes se exhiben los 35 monitores que dan cuerpo a la obra: 35 pantallas, 35 voces, y los ecos de los más diversos recorridos vitales, en contextos geográficos, sociales y económicos distintos, marcados por múltiples sensibilidades, matices, perspectivas, identidades, músicas.
"La intención fue salir del centro, dar lugar a los bordes -explica Katz-; mostrar la diversidad sin extremar rasgos". Justamente, si hay un primer concepto que define la instalación, es el de lo colectivo. Obra realizada a muchas manos, 35x35 alude a la multiplicidad de esa comunidad dada en llamar la Argentina, imposible de ser circunscripta a cualquier rasgo unívoco. Ni el fervor de lo nacional, ni el territorio, ni los modos de la cultura: no es ésa la argamasa que nos constituye, sino -señalará Katz, sugiriendo una clave para leer la obra- la noción de ciudadanía. Si algo nos ha unido en estos 35 años es el sabernos, todos, parte de una construcción ciudadana. También sabernos, todos, parte de una de las mayores deudas que aún cargan las instituciones democráticas: garantizar el derecho de cada uno de los habitantes del país a ejercer una ciudadanía plena. El hilo invisible que sostiene a 35x35 es la Constitución: fragmentos del preámbulo, del artículo 14, del artículo 18, laten en los testimonios, organizan el material, impulsan su sofisticada y ágil poética.
¿Quiénes son los 35? Son Camilo, que es talabartero. Matías, que es sacerdote. María Pamela, militante comunista. Hernán, capitán de la fuerza aérea. Francisco, que sufre de parálisis cerebral. Gastón, que maneja un camión de volquetes. Martina, que es transexual. Los nombres siguen, y también los recorridos, los discursos, las elecciones, los entornos. Algunos hablan con el mar de Ushuaia al fondo, otros entre el fragor de alguna ruta, bajo la insistencia de la nieve o, simplemente, frente a un piano. Están los extranjeros, como Zulma, que es paraguaya o Yohan, canadiense. Y está la vida: la plata que no alcanza, el alquiler que oprime, la escuela pública y las vacantes que faltan, los libros que se ojean en un bar, la canción que se pulsa en una guitarra, los hijos que se abrazan, el trabajo que se busca.
"¿Cómo hacer que la democracia hable?", cuenta Katz que se preguntó al inicio del proyecto. La respuesta está a la vista: habla a través de quienes la viven, la nutren y le dan forma minuto a minuto, día tras día.
Hay dos pasajes especialmente magnéticos: el instante en que el camión de Gastón se repite en todos los monitores mientras su voz, entrañable como pocas, despunta el vicio con una canción de rock. Y el momento en que no son rostros los que asoman en las pantallas, sino manos. Manos que hunden la aguja en el cuero, sostienen un mate, lavan algún plato, tocan la tierra, teclean en un celular. Porque de eso se trata. Del ejercicio de ser palabra, mundo trabajado, vida sostenida. La cotidiana certeza de estar entretejidos -y eso nos dicen estas imágenes- en una imperfecta, delicada, imprescindible fraternidad.
35x35. Una instalación democrática se exhibe en el Muntref, Centro de Arte Contemporáneo (Antártida Argentina, entre Dirección Nacional de Migraciones y Buquebús).