
Inolvidable abrazo
Me escribió antes de volver a Buenos Aires, lo esperaba con ansiedad porque estaba enterado de su incurable enfermedad. Temía que le costase reconocerme, pero se acercó con sus brazos abiertos para invitarme a un inolvidable abrazo. Habíamos cultivado nuestra amistad a través de la literatura, que se fortificó en sucesivos encuentros. Recuerdo las conversaciones mantenidas en Washington, Rosario, Madrid y Buenos Aires. Me sorprendió su refinamiento en materia del sabor. Le preguntaba cómo podía, mientras memorizaba tantos datos en su privilegiado cerebro. Sus visitas a mi casa dejaban el recuerdo de momentos humorísticos con momentos dramáticos. Reunía el contrapunto de situaciones contradictorias en todos los continentes, era objetivo y riguroso. Su fallecimiento me fue comunicado días antes por el empeoramiento de su patología.
Mi vínculo con Mario se fortificó durante mi permanencia en Washington y la amistad que cultivé con su hijo Álvaro. Durante su estadía en Rosario, viajamos en un auto común hacia el salón de una conferencia, y un grupo de insociables apedreó las ventanillas. Mario apenas cubrió su cabeza con ambas manos, pero no se mostró angustiado y habló con serenidad. Recuerdo que sus referencias a las novelas que me habían impresionado no incluían autoelogios. Con respecto a García Márquez, evitó explayarse, porque ya los separaba un desencuentro emocional. Pero tampoco condenó el vínculo que los había mantenido tan cerca. Yo tenía presente el largo texto que dedicó al análisis de Cien años de soledad.
Saltó al prestigio internacional gracias a su primera novela titulada La ciudad y los perros. Cuando la leí me asombró la fuerza de sus personajes. Hace poco le solicitaron hablar sobre ella y lo hizo con una notable precisión. Fue uno de sus primeros libros que yo leí, y que no fue superado por los que vinieron después. En todos ellos hay una condena permanente a la corrupción moral y a la represión política. Junto con estos méritos se mencionan su profundo conocimiento de la vida latinoamericana y la psicología de sus protagonistas. No es extraño que hayan puesto su ojo crítico en sucesivas páginas quienes presiden las más famosas academias del mundo. A menudo se cita el Premio Nobel, pero no es el único galardón que lo distingue. Hasta pocas semanas antes de su muerte seguía mascullando sus reflexiones sobre el caos que sacude nuestro universo. Parece el timonel de una fantástica carabela que circula por todos los continentes. Su ausencia apena a la literatura y la buena política.
En un lugar privilegiado de mi hogar mantengo una foto ampliada de mi esposa, Nory, con él y el presidente de Colombia. Nory le hizo preguntas incómodas que le provocaron más sonrisas que disgusto. Todo eso aumenta la admiración que le tengo.
Nos sorprenderá la cantidad de elogios que se vertirán sobre sus textos, tanto en referencia a su estilo como a sus reflexiones. No sorprende considerarlo uno de los grandes de la literatura iberoamericana.
