La doble vida del intocable Anthony Blunt
Después de que cayera el Muro de Berlín, John LeCarré, el gran artífice de la novela de espionaje, tuvo ocasión de ponerse elegíaco: tras haber dedicado toda su carrera a los dobles agentes de la Guerra Fría, descubrió que en un abrir y cerrar de ojos sus personajes se habían vuelto parte del pasado. Tres décadas después, el panorama es otro. Ya no hay bipolaridad, pero, al calor de la velocidad digital, el espionaje internacional (por no hablar de sus turbias y mediocres encarnaciones locales) volvió complejizado. LeCarré, por suerte para sus lectores, sigue activo sin haberse vuelto un anacronismo. Para mala suerte general, en cambio, el mundo persevera en sus malas artes.
LeCarré es en todo caso la piedra de toque para recordar The Untouchable (El intocable), de John Banville, una de las mejores novelas de espías que se hayan escrito y que tuvo el traspié de haberse publicado en 1997, cuando el tema estaba en relativo stand-by. Su rasgo más sorprendente es que –como El fantasma de Harlot, de Norman Mailer, que abordaba los comienzos de la CIA– tiene poco y nada de suspenso. Tal vez porque se trata de un roman a clé y se saben los pormenores de la historia verídica en que se basa: la vida de Anthony Blunt, el más misterioso de "los cinco de Cambridge", el grupo de ingleses que oficiaron como informantes de los servicios soviéticos. En El intocable, Victor Maskell es una versión casi calcada de Blunt, aunque Banville se permite humanizarlo trocándole algunos cuantos detalles secundarios (el más importante, además de casarlo y darle un par de hijos, es hacerlo nacer en el Ulster irlandés en vez de la muy inglesa Bournemouth). Puede ser que Kim Philby, el doble agente que a punto estuvo de terminar a cargo del MI6 y cumplir así el sueño del topo perfecto, sea el más novelesco de aquel círculo de espías, pero Blunt resulta todavía hoy el más difícil de descifrar. Porque ¿qué pudo haber llevado a un miembro dilecto del establishment británico a una traición a tamaña escala sin habérsele nunca ocurrido renegar de su status?
La incógnita surgió ya en 1979, cuando Blunt apareció a dar una conferencia de prensa llena de sangre fría después de que Margaret Thatcher, obligada por una denuncia periodística, terminara por exponerlo públicamente. El escándalo era más profundo incluso. Hacía tiempo que el historiador del arte había sido desenmascarado, pero su caso se mantuvo en silencio mientras se le permitía seguir con sus prerrogativas: Blunt, el máximo especialista en Nicolas Poussin, era además de un respetado académico, el consejero de la reina en sus colecciones pictóricas y tenía el título de sir.
El intocable pinta en todo caso como pocas obras el mundo de entreguerras del que surge Blunt subrayando la mezcla de angst y apatía que lo tensiona, y que adopta el libertinaje como contraseña (Maskell, como Blunt y otros del grupo de Cambridge, tienen su homosexualidad como signo de transgresión ). Miranda Carter le dedicó una voluminosa biografía (Anthony Blunt. El espía de Cambridge) en busca de resolver el enigma de ese individuo de origen privilegiado, educado en colegios de alcurnia en que la crítica intelectual iba de la mano de la rebeldía ideológica. Se supone que Blunt, poseedor de algún parentesco real, fue el primero del grupo de Cambridge en ser reclutado por la URSS en 1933. En esa década ajetreada, pronto marcada por la Guerra Civil Española, el futuro catedrático consideraba el capitalismo inglés como una nave con destino de desastre. A diferencia de Philby, no parecía interesarle la política, algo que sorprendía a sus contactos soviéticos, que le insistieron en que se ofreciera a trabajar en el MI5 durante la guerra (tal cual ocurrió) para pasarles información.
Las vidas de los espías, de todos modos, no se parecen demasiado a la de James Bond. La de Blunt tiene igual dos momentos de acción adrenalínica a las que El intocable les da lugar: la primera son las operaciones que el experto en arte ideó para abrir valijas diplomáticas y copiar documentos usando una cohorte de hombres y mujeres que seducían sexualmente a sus portadores. La otra es de alta sensibilidad: terminada la Segunda Guerra Mundial, Blunt fue enviado por los servicios ingleses a Alemania a recuperar los papeles que revelaban el encuentro que en los años treinta el Duque de Windsor había tenido con Hitler. ¿La realeza siempre le estuvo agradecida por la gestión o esos documentos fueron motivo de extorsiones?
George Steiner, en un artículo contemporáneo a las revelaciones sobre Blunt, señaló que lo más llamativo de su caso era la duplicidad radical, "la aparente esquizofrenia del académico y profesor de integridad impecable y el impostor y traidor profesionales". El intocable está escrito en primera persona, como una autobiografía. No es inocente. Banville sabe bien que las actividades de espía y de escritor son muchas veces sinónimas.