La familia, el mejor refugio en tiempos difíciles
Proponer una reflexión sobre la permanencia y la centralidad de la familia en el contexto de la sociedad actual es, definitivamente, una tarea contracorriente. Quizás una labor subversiva dentro del actual estado de cosas. De modo que, en este escenario de complejidad, en el que los roles parecen difuminarse y el exceso de información nos remite de manera constante hacia el afuera, volver a la familia puede equivaler a emprender un regreso por caminos desconocidos, ajenos a nuestra trayectoria vital.
Ante todo, se impone destacar que en tiempos turbulentos esta vuelta puede convertirse en una estrategia válida para el resiliente, para aquel que se sobrepone a la adversidad y mantiene firme la esperanza. Cuando el afuera agobia, percibir un anclaje sólido permite mantenerse a flote. Pero ¿qué es lo que proporciona solidez a este anclaje? ¿Qué elemento es el que nos posibilita geolocalizar ese núcleo espacial y especial al que queremos regresar cuando el mundo apremia? Sin dudarlo, ese pilar básico, piedra fundamental de toda construcción social, es la unidad del núcleo familiar.
Sin unidad no hay un yo, ni un otro, ni un nosotros. Sin unidad no hay entidad posible. Es por esto que el ideal de la unidad en la familia exige sobreponernos a la tendencia del descompromiso que hoy nos interpela como sociedad, en el entendimiento de que no lograremos crecer sin un principio de unidad que implique la integración y la consolidación de un proyecto de vida común. Así pues, la unidad de la familia se traduce en generación y soporte de personas íntegras. Está dada por una procedencia y afianzada por una cobiografía y por la existencia de horizontes compartidos. Acontece en la convergencia y se nutre del encuentro. Y es radicalmente inclusiva: abraza a todos amplia y generosamente, sin contemplar exclusiones de índole alguna. Porque se fortalece con una participación basada en la aceptación incondicional de un otro que se me presenta como diferente. De tal modo que toda inclusión implica una participación equitativa, que involucra a cada uno desde su lugar, en la medida de sus capacidades y disponiendo de los apoyos necesarios.
Aquí la valoración de la diversidad nos hace madurar y crecer, como germen de una sociabilidad que se vuelca decididamente hacia un entorno más amplio. Todo nos confirma que la familia, como ámbito identitario, es el espacio en el que se debaten vínculos poderosos, esos que nos definen como persona y nos brindan la estructura y los recursos necesarios para emprender la vida. En definitiva, su acción se expresa en un doble movimiento: hacia el afuera, proyectando personas libres y virtuosas. Hacia adentro, abriendo tiernamente los brazos al herido, asumiendo esa lesión como propia y aprendiendo a convivir con cicatrices compartidas.
Llegados a este punto, que en los momentos difíciles se produzca un repliegue casi instintivo hacia nuestro círculo de mayor intimidad e influencia, es casi una consecuencia lógica. Experimentamos que esta esfera de unidad primaria nos afirma en el sentido de nuestra existencia. Sin duda es así. No olvidemos que, de niños, sentó las bases de una autoestima sólida y realista, raíz del autoconcepto y la seguridad personal. Ahora bien, que volvamos a ella cada vez que necesitemos corroborar la información, exige de la continuidad de la unidad. Y es éste un desafío creciente. La promesa de un futuro sostenible a nivel global nos mueve a comenzar por centrar la atención en cada hogar. ¿Cómo puede sostenerse si no es sobre una plataforma sólida desde donde proyectarse y desde donde obtener los recursos necesarios para afrontar las circunstancias cambiantes del entorno, que incluyen variables que sobrepasan nuestras posibilidades de acción y reacción. Familia y sociedad. Ambas se reflejan; ambas se componen de miembros que deben trabajar colaborativamente para salir adelante. No obstante, cuando las luces se apagan y los ánimos se apaciguan, es la familia la que sana, la que alivia y protege. Como sociedad debemos disponer nuestros mayores esfuerzos en torno a ella, en la clara conciencia de que todo desarrollo sostenible deberá incluirla como agencia central. La clave será, pues, volver siempre y cada vez a la familia. En la seguridad de que ser parte de esta unidad fundamental y primaria nos permitirá afrontar desafíos, resistir tempestades y, por qué no también, sobrevivir al naufragio.
Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral