La ley Pelé
EL fútbol profesional brasileño ha ingresado en un revolucionario proceso de cambio que, a poco que se expandiese a otros países, provocaría una profunda transformación estructural de la actividad deportiva más difundida y popular del globo. Nos referimos a la entrada en vigor de la denominada ley del pase, inspirada y promovida por quien logró que un simple apodo, Pelé, fuese considerado, precisamente, sinónimo de fútbol.
Al asumir como ministro de Deportes del Brasil, Edson Arantes do Nascimento -nombre y apellidos resumidos para siempre en el apelativo mundialmente famoso-, encaró el proyecto de que los futbolistas pudiesen llegar a ser dueños de sus propios destinos con la misma e invariable determinación que demostraba al enfrentar a sus adversarios en los campos de juego.
No escapó a su entendimiento que esa innovadora iniciativa debería enfrentar tenaces oposiciones. El fútbol profesional ha dejado de ser, en el país hermano y fuera de él, un mero deporte en el estricto sentido de ese término; desde hace ya muchos años se ha convertido en un lucrativo espectáculo, del cual sacan generosas tajadas diversos e influyentes intereses.
En forma implacable, la mayor parte de los dirigentes castigó verbalmente el proyecto y a su propugnador. No obstante, a pesar de que mediaron más o menos tres años desde la primera sanción legislativa y, asimismo, el texto liminar fue sometido a reformas, hace algunos días la controvertida norma entró, por fin, en vigor.
Desde ahora en adelante, alrededor de doce mil jugadores profesionales brasileños dejarán de ser objeto de un régimen de sujeción que en más de una oportunidad fue parangonado, lisa y llanamente, con una variante moderna de la explotación del ser humano. Se podría decir que en virtud de la nueva ley los futbolistas han dejado de ser objetos y empezarán a ser sujetos amparados por las leyes ordinarias que rigen las relaciones laborales.
Expresado en términos globales, los jugadores suscribirán con los clubes un contrato que les impondrá derechos y obligaciones a ambas partes contratantes y una vez rescindido, previo pago de un resarcimiento, o completado dicho convenio, quedarán en libertad de negociar por sí mismos un futuro mejor y más próspero.
Los dirigentes, es obvio, aceptaron el nuevo régimen -"un factor de caos", según los juicios más severos- a regañadientes. En cierta forma, la ley ha venido a modificar proverbiales reglas de juego que incluso eran admitidas por los futbolistas y por sus representantes -oscuros personajes de tan contradictorias relaciones-, ya fuese por conveniencia o porque no les quedaba otro remedio.
Pelé ha dado el puntapié inicial -la socorrida imagen es por demás adecuada en este caso- para el pleno restablecimiento de la consideración a que son merecedores quienes tienen la posibilidad de trabajar como futbolistas, perspectiva que, es sabido, no está al alcance de todo el mundo.
En la Argentina rigen prescripciones legales similares a las que acaban de ser modificadas en Brasil, de suerte que el pase de los jugadores pertenece a los clubes.Valdría, pues, la pena encarar una experiencia semejante entre nosotros, para hacer que dejen de ser honrosas excepciones los dirigentes que no se sienten amos y señores omnipotentes de ese intangible y valioso capital que es la mayor o menor aptitud de cada futbolista.
Dejando a salvo, por supuesto, los legítimos derechos que podrían hacer valer las entidades, la puesta en práctica de esta nueva modalidad hasta serviría para ponerle fin a ciertas situaciones emblemáticas (el caso Riquelme, entre otros), ante las cuales impera la deprimente impresión de que los futbolistas están siendo negociados, en muchos casos, como si fuesen una vulgar mercancía.