
La sociedad y los valores morales
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EL año que acaba de comenzar pone a la humanidad ya casi en los umbrales del emblemático y mitológico año 2000. Las transformaciones vertiginosas que ha experimentado el mundo en las últimas décadas -no sólo en lo tecnológico sino también en lo filosófico y en lo moral- obligan a considerar algunas cuestiones básicas, que ninguna sociedad puede dejar de plantearse.
Una de esas cuestiones es la que se refiere a la relación entre la conducta de los seres humanos y el mundo de los valores. Se trata de un asunto que en todas las épocas preocupó a los pensadores y que está en el centro mismo de la problemática del hombre de nuestro tiempo.
Los filósofos se han preguntado muchas veces, a lo largo de la historia, si existen valores morales absolutos o si sólo existen tendencias relativistas, que evalúan la realidad con un prisma de pura subjetividad. Como bien se ha dicho, el concepto mismo de valor parece suponer la existencia de un fundamento último supremo e inmutable, fuente de todas las escalas y los modelos de valoración que el hombre utiliza en su contacto diario con la realidad.
Pero aun quienes han negado la existencia de un valor supremo absoluto, se han visto obligados, en toda época, a recurrir a tablas de valores de carácter empírico y a fundarse en esas tablas para poder organizar formas de vida y de relación razonablemente estables.
Es que sin una escala objetiva de valores -por ejemplo, la que privilegia la dignidad de la persona humana- sería imposible estructurar una sociedad sustentada sobre bases de convivencia duraderas y sobre pautas compatibles con el respeto a los principios culturales y humanísticos que se fueron consolidando a través de los siglos por encima de las antinomias y diferencias que jalonaron el devenir histórico.
Los valores emanan, con frecuencia, de los principios inmutables proclamados por una fe religiosa. Pero también pueden fundarse en concepciones no religiosas, desvinculadas de toda referencia a un Dios creador. De hecho, la historia de las culturas no es otra cosa que el desarrollo pluralista de ideas, creencias y concepciones que, colisionando a veces unas con otras, lograron modelar, por encima de las diferencias, un repertorio de valores fundamentales que hoy gozan de reconocimiento universal.
Recientemente se celebró el cincuentenario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada en 1948 por la Organización de las Naciones Unidas. Su contenido -que recoge el espíritu de las declaraciones de derechos surgidas en el siglo XVIII al abrigo del proceso que condujo a la independencia de los Estados Unidos de América y de la Revolución Francesa- es la mejor demostración de que los hombres y los pueblos, más allá de sus naturales diferencias, coinciden en el acatamiento de ciertas verdades últimas de carácter moral cuya legitimidad no está sujeta a discusión.
La desaparición del Estado de Bienestar y su sustitución, en casi todo el mundo, por modelos que privilegian la iniciativa individual y la libertad económica, tornan necesario, hoy más que nunca, el respeto a las escalas de valores inspiradas en principios básicos de orden moral. En efecto: el deber de contribuir a resolver la situación de los sectores que por un motivo u otro han quedado marginados del circuito del bienestar y la riqueza -y que ya no son protegidos por el Estado- es, por ejemplo, una clara obligación de carácter ético, que los restantes miembros de la sociedad no deben rehuir.
Por supuesto, el tema de los valores no se circunscribe a ese solo aspecto: se extiende, en realidad, a todos los espacios de la vida social. Consagrados por la conciencia moral universal, los valores son frecuentemente ignorados o avasallados en el tráfago de la realidad cotidiana, donde suelen prevalecer los resortes más oscuros de la naturaleza humana, que sirven a una escala de preferencias dictada por intereses mezquinos o egoístas. Ya en el tramo final del siglo XX, las sociedades deben transparentar con más fuerza que nunca su relación con el universo de los valores, potenciando los impulsos solidarios y los esfuerzos orientados al bien común.






