Literatura sobre artistas
La vida de los artistas es buena pastura para los escribientes. Desde Vasari, y antes también, son motivo de novelas románticas y dramáticas, biografías documentadas, memorias, ficciones, conversaciones y compilaciones epistolares. Como es lo que me gusta escribir, es también lo que me gusta leer. Y en una de esas preguntas que se tiran al azar en las redes, recibí varios títulos para sumar a la pila de la mesita de noche. Dejé en otro estante los libros monográficos de obra y el marco teórico que también es rico en investigaciones históricas, ensayos y críticas.
Novelones sentimentales son los de Irving Stone, maestro del género de la biografía ficcionada con título grandilocuentes y generosas en páginas. De su cosecha entran a este canon Lujuria de vivir, sobre Van Gogh, La agonía y el éxtasis, dedicada a Miguel Ángel Buonarroti y Abismos de gloria, a Camille Pissarro. Sobre Van Gogh me regaló el artista Adolfo Nigro un libro pequeño y precioso, La viuda de los Van Gogh, de Camilo Sánchez. Había regalado unos veinte de tanto que le gustaba. Habla de Johanna, poeta y feminista, viuda de Théo, quien sacó a la luz la obra de Vincent.
Grandes escritores caen en la tentación –enorme– de sumergirse en el mundo del arte. Por ejemplo, Leonardo Padura escribe en Herejes un thriller en torno de un lienzo de Rembrandt. El Jilguero, de Donna Tartt, también tiene por eje una pintura de Carel Fabritius de 1654. Lo mismo ocurre con Encuentro con Munch, de Sylvia Iparraguirre: todo tiene que ver con un cuadro. Con el humor que lo caracteriza, Kurt Vonnegut traza en Barbazul una sátira sobre el expresionismo abstracto. Hay también un pintor en la poética Océano Mar de Alessandro Baricco. La única biografía que escribió Virginia Woolf fue la del pintor y crítico de arte Roger Fry: su numen.
Tres libros escritos por ganadores del Premio Nobel: Orhan Pamuk cuenta en Me llamo rojo la vida en un taller de ilustradores otomanos en 1591. Kazuo Ishiguro se dedica a un pintor de ficción, pero que habla de la realidad de muchos artistas japoneses, en Un artista del mundo flotante. Y J. M. G. Le Clézio es autor de Diego y Frida, quizá la artista que más biografías haya suscitado.
Del género epistolar, claro, están las Cartas a Théo, de Van Gogh. En las memorias, los Escritos de un salvaje, de Paul Gauguin.Cuatro novelas excelentes sobre artistas mujeres reales: La chica de la Leica, relato sobre Gerda Taro, de Helena Janeczek; El mundo deslumbrante, vida de Harriet Burden contada al detalle por Siri Hustvedt; Charlotte, novela en verso de David Foenkinos sobre la trágica y corta existencia de Charlotte Salomon, y Leonora, vida de Leonora Carrington escrita por su amiga Elena Poniatowska.
En el ámbito local, mi preferida es la pieza de no ficción Los ojos, vida de Antonio Berni contada por Fernando García. Llega a los pliegues más íntimos del artista. Más literarios son los libros de María Gainza, en especial las pinceladas que arroja de Mariette Lydis y otros personajes en La luz negra. Claudio Iglesias escribió Genios pobres, ocho biografías de artistas argentinos escritas con gracia, investigación e imaginación. Parece que los vemos. En materia de diarios íntimos, Tres inviernos en París, de Marta Minujín es apasionante.
Artistas de ficción los hay creados por Pedro Mairal en Salvatierra y por Juan José Becerra en El artista más grande del mundo.
César Aira tiene varios títulos dedicados al arte, pero acá no es posible separar ficción de datos biográficos: todo es incierto, menos la fascinación que provoca leerlo, hable de lo que hable. Están Artforum (sobre la manía de coleccionar una revista de arte) y los ensayos Sobre el arte contemporáneo, pero más se ajustan a esta búsqueda Un episodio en la vida de un pintor viajero (sobre Johann Moritz Rugendas) y Pinceladas musicales, que retrata a un pintor de Pringles. Estos son sólo algunos títulos: la lista sigue.