
Los Sapag: el poder obsoleto
Aunque la provincia se ha sumado a la ola de violentas protestas, su realidad socioeconómica no debe confundirse con la que presentan algunos Estados norteños. Los sueldos son comparativamente altos y se pagan en término, no hay casos notorios de corrupción grosera y la desocupación es algo menor que el promedio nacional. ¿Por qué, entonces, la escalada de furia adolescente? La clave debe buscarse en la historia de una familia que gobernó durante casi 40 años siguiendo un modelo paternalista que parece agotado.
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NEUQUEN.- EL cartel, desmesurado, enorme, está a la altura de un tercer piso en la esquina de Yrigoyen y Alvear, en pleno centro de la ciudad. Tiene el fondo blanco, la silueta de un mapa dibujado, y está manchado por dos bombas de pintura azul. Entre las manchas asoman tres caras felices y una leyenda: "Mangarano-Sobisch-Sapag. La esperanza vuelve".
Este cartel, que en otro momento no hubiera sido más que un afiche de campaña, se ha convertido en los últimos días en una síntesis acabada de lo que es esta provincia. En él está el anuncio de las próximas elecciones, el apellido que para bien o para mal ya es parte de la historia, y el dato más nuevo y sorprendente de esta realidad: la violencia.
Es que hace días, nomás, esta ciudad cuadriculada y chata, nostálgica capital de un imperio petrolero venido a menos, fue sobrevolada por los pájaros negros de la rebelión. Hubo manifestaciones muy duras, principio de incendios, puentes y caminos cortados, autos en llamas y batallas campales entre policías y vecinos.
Los maestros estaban en huelga y los estatales en conflicto por una quita en los salarios, y Neuquén, a cuarenta días de los comicios para elegir el último gobernador del siglo, parecía asomarse al filo de la cornisa.
Lo sorprendente era que eso sucediera aquí, donde los sueldos son comparativamente buenos y se pagan en término, donde no hay casos notorios de corrupción grosera, donde las escuelas son nuevas y los hospitales aún eficientes, la desocupación no llega al 14 por ciento, en la capital hay un comercio cada cuarenta habitantes (lo que habla del poder adquisitivo) y en los suburbios hasta las casas más pobres están hechas con ladrillos.
¿Y entonces? Entonces Neuquén, esta repentina caja de sorpresas donde el conflicto social convive con la prosperidad, parece un fenómeno diferente de los de Tucumán, Tierra del Fuego o Corrientes, y podría ser un error confundirlo con ellos. Una de las claves de esta diferencia está en la historia de la familia que, por acción u omisión, la gobernó durante los últimos cuarenta años.
La familia
De los Sapag, en Neuquén, podría decirse lo que los romanos decían de los Borgia en el siglo XV: "Diez papas no bastarán para deshacerse de esta familia". Hoy, con ese apellido y en la función pública o cerca de ella, en la provincia hay un gobernador, dos senadores, un candidato a vicegobernador, el director del organismo de planificación estatal, una intendente y candidata a diputada, un intendente, un candidato a intendente y un miembro del directorio del banco provincial.
Además de nepotismo, la cosa parece la consecuencia de una forma de hacer política que empezó en 1961. Fue entonces cuando los hermanos Elías y Felipe Sapag, peronistas sin Perón, decidieron crear un partido provincial inspirado en los postulados del justicialismo y fundaron el Movimiento Popular Neuquino. Desde entonces hasta ahora, con la sola excepción del período de la última dictadura militar, el MPN gobernó Neuquén, y la familia dejó su impronta en la provincia.
"A Felipe hay que reconocerle el haber fundado el Neuquén moderno, y a Elías el haber instalado a la provincia en el contexto nacional", describió para La Nación un viejo militante radical.
Si puertas adentro para los Sapag, en estos cuarenta años no todas fueron rosas (ver "La guerra..."), desde afuera llegaron las críticas más previsibles: que la provincia era un feudo, que la familia era un clan, y que Felipe y Elías competían para ver quién era el más autoritario de los dos.
Jorge Sapag, un abogado de 48 años, hijo de Elías y antifelipista convencido, ahora es candidato a vicegobernador y dice en defensa de los suyos: "No somos un clan ni tenemos más nepotismo que cualquier familia numerosa. ¿Por qué será que nos comparan siempre con los Saadi? ¿Por qué no con los Posse de San Isidro, con los Bush o con los Kennedy, salvando las distancias?".
Más allá de esto, lo cierto es que hoy, a casi cuatro décadas de su fundación, el MPN gobierna de la mano de Felipe Sapag, y el candidato del Movimiento a sucederlo, Jorge Sobisch, prevalece en las encuestas de manera arrasadora: las más tibias le dan el 60 por ciento de intención de voto, contra el 30 por ciento de Oscar Massei (Alianza) y menos del 10 por ciento de la menemista Norma Miralles.
Pero Felipe Sapag, a quien propios y extraños le auguraban un retiro tranquilo a cuarteles de invierno, a los 82 años ha iniciado el último tramo de su mandato con el estigma de una provincia en llamas... y sin bomberos a la vista.
La crisis
El disparador de la situación fue un privilegio que él decidió reducir: a fines de 1995, cuando asumió por sexta vez como gobernador, dispuso una quita del 20 por ciento en un adicional del 40 que los empleados públicos cobraban por trabajar en "zona desfavorable". En números redondos, la medida significó que cada cinco meses de trabajo los estatales perdieran un sueldo, lo que a lo largo de cuatro años sumó unos diez salarios no percibidos.
Era mucho dinero, y si la quita fue la mecha que prendió el polvorín, la munición se venía amontonando desde hacía tiempo.
Raúl Radonich es contador y diputado por el Frepaso. En su oficina de la Legislatura provincial, un edificio guardado por vallas y policías, explica en números la crisis: "En las décadas del ´70 y del ´80, Neuquén tuvo una economía floreciente. Se hizo obra pública con las regalías que dejaba el petróleo, pero no se diversificó la inversión. Hoy hay apenas 8500 hectáreas sembradas con frutas y hortalizas, y sobre 600.000 hectáreas con posibilidades de explotación forestal, sólo se trabajan 40.000. Y, además, está la deuda pública que el MPN se fue pasando de gobierno en gobierno: en 1991, Salvatori le deja a Sobisch una deuda de 120 millones; en 1995, Sobisch se la deja a Sapag en 280, y en 1999, Sapag se la devolverá a Sobisch en unos 650 millones de pesos".
Desde otra posición política, Carlos Gotlip casi coincide en el diagnóstico. Gotlip es el presidente de un organismo de nombre larguísimo: la Asociación del Comercio, Industria, Producción y Afines del Neuquén. Heredero de un negocio familiar, comerciante él mismo, también es un crítico del sapagismo de don Felipe: "Ya estamos cansados de esta situación. Hasta hace diez años, cuando entraban los recursos por las regalías petroleras, Neuquén era una isla y todo parecía fácil. Pero eso se terminó, y desde el gobierno no se propició un desarrollo industrial en la provincia. Aquí no se hicieron más privatizaciones que la del casino y la de la línea aérea provincial. Lo que tienen que entender los gobernantes es que desde el Estado no se puede generar riqueza; que eso les corresponde a los empresarios".
Gotlip no está seguro de que Neuquén siga siendo todavía una provincia rica. "¿Qué es la riqueza?", se pregunta filosóficamente. Según él, la quita del 20 por ciento al salario de los empleados públicos "no es significativa" y, para su gusto, el activismo gremial es "de una izquierda muy radicalizada".
La violencia
Liliana Obregón es una mujer rubia, menuda y vehemente. Desde hace días vive a las corridas, y pasa a los saltos desde los plenarios a las asambleas permanentes. Como secretaria general del sindicato de docentes provinciales (ATEN) tiene un discurso que sorprende: "Esta es una lucha preventiva", dice. "En Neuquén los jueces ganan 12.000 dólares, y yo quiero que los maestros ganemos lo mismo. Peleamos para igualarnos con los de más arriba, no con los de más abajo."
Obregón, que con esfuerzo y una fuerte oposición interna controla un gremio de más de 10.00 afiliados que incluye hasta a los porteros de las escuelas, está satisfecha con la independencia partidista del sindicato y, aunque no lo dice, molesta con Julio Fuentes, su colega de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE).
A diferencia de Obregón, que se define como marxista y apartidaria, Fuentes se reconoce aliancista y milita en la Central de Trabajadores Argentinos que orienta Víctor De Gennaro. En las últimas movilizaciones, cuando sacaron a la calle a los estatales que reclamaban por el 20 por ciento perdido, ni Fuentes ni Obregón pudieron controlar un fenómeno nuevo que se les fue de las manos: la furia profunda y antipolicial desatada por los adolescentes de los barrios marginales.
El pasado sábado 14, cuando los manifestantes habían cortado la ruta 22 que lleva a Cipolletti y la represión policial parecía inminente, un grupo de curas y diputados trataban de interceder para evitar el enfrentamiento, cuando esos jóvenes los sorprendieron.
"Los vimos de pronto. Estaban parados sobre el terraplén del ferrocarril, con sus gomeras en la mano, y empezaron a tirarles piedras a la policía, que al menos en ese momento no los estaba atacando", recuerda el diputado Radonich.
A Carlos Rosso no le gusta mucho que le hablen del tema. El es ministro de Gobierno y Justicia y atiende en la Casa de Gobierno, un edificio con forma de castillo que perteneció a la policía y que ahora está en obras. Las oficinas de los ministerios están separadas por tabiques precarios, y los carteles en las paredes guían a medias a los visitantes. Al despacho de Rosso se llega por un laberinto de puertas y pasillos sin luz.
"¿Y usted se cree que éste es un fenómeno local? ¿Por qué no prueba subirse a un patrullero y recorrer el Gran Buenos Aires?", propone con ironía. Como jefe político de la policía provincial, tiene una visión diferente de la de Radonich: "No es una actitud antipolicial; de ninguna manera. Lo de estos chicos sucede en todas partes; son bolsones que hay en cualquier provincia".
Rosso dice que en Neuquén existen las libertades públicas y que no hay denuncias serias sobre violaciones a los derechos humanos, por eso no se justifica que los manifestantes corten caminos o rompan vidrieras.
"El conflicto salarial no puede justificarlo todo", dice. Y agrega: "Además, no creo que estemos tan mal. Los sueldos altos no son muy altos, y los bajos no son tan bajos. El gobernador cobra 3500 pesos por mes, y el promedio de un empleado estatal está en los 500 pesos, con una obra social que funciona bien".
Neuquén, hoy
A Neuquén capital la cruza una vía muerta que de tanto en tanto recorre un solitario tren carguero; pero lo primero que uno ve al salir del aeropuerto es un casino de nombre americano y un laboratorio de la petrolera de Perez Companc.
A lo largo de la avenida Argentina, la calle principal, los negocios y los bancos se alinean uno junto al otro.
Durante años, aquí se soñó el sueño del imperio petrolero, y después el de las grandes obras hidroeléctricas. Venía gente de todo el país porque se conseguía trabajo y se vivía bien, y un gobierno paternalista asistía a quien fuera necesario para que no quedara fuera del festín.
Ahora las cosas han cambiado, y sin llegar a los límites de pobreza extrema como otras provincias, ya nada es tan fácil. "La provincia gasta 1200 millones al año, lo mismo que Mendoza que tiene el triple de población", se queja el comerciante Gotlip. "Tenemos 10.000 desocupados a los que damos un subsidio de 150 pesos por mes. Es la malla de contención social que hemos podido tejer", admite el ministro Rosso.
Esto es Neuquén hoy, y la situación, según se mire, puede ser todo lo buena o todo lo mala que se quiera.
Algunas cosas son ciertas: el olor de los gases lacrimógenos se ha disipado empujado por el viento, ya no retumba el eco de las balas de goma ni hay vidrios rotos por las calles, y las cuadrillas municipales han blanqueado subrepticiamente las paredes y los monumentos.
Ha vuelto la tranquilidad. Pero nadie sabe si para quedarse.






