Más vale prevenir que curar
El consumo abusivo de alcohol causa preocupación desde hace décadas. En 1972, en el Boletín de la Organización Panamericana de la Salud se dieron a conocer los resultados de una investigación que marcaba altas tasas de abuso de alcohol en todas las capas de la población argentina, las que se multiplicaban al descender la escala social. Esto no modificó las políticas sanitarias del país.
En el campo de la salud mental, el tema nunca atrajo la atención de los profesionales, que continuaron persiguiendo el vellocino de oro a través de los recovecos de la mente. Isaac Levav -discípulo, como muchos de nosotros, de Mauricio Goldemberg- ayudó a marcar las necesidades reales de la población con sus trabajos en las villas de emergencia que rodeaban al Policlínico de Lanús. Durante años, Hugo Míguez hizo del tema el eje dominante de sus trabajos. Recientemente, preocupado por esta cuestión, el presidente de la Nación promovió una reunión con estudiantes de nivel secundario.
El alcohol conduce a una transgresión y a un desborde que continúa con otras sustancias. Debería sorprendernos el alto nivel de tolerancia social que hemos ido desarrollando. Nos acostumbramos a las borracheras juveniles. El uso indebido de sustancias legales, como los psicofármacos, se extiende a amplios sectores de la población, a menores y a mayores que se automedican. Hoy, la misma idea de transgresión resulta debilitada por el acostumbramiento.
Una sociedad que, saliendo de su peor crisis, quiere transitar hacia el equilibrio no puede ver pasar los hechos que se ligan con el desborde en el consumo de sustancias y con la violencia y el delito como si fueran catástrofes ajenas. Nos afectan y comprometen nuestro futuro. No sólo el de nuestros vecinos.
Cuando una persona consume abusivamente, denuncia una acumulación de problemas cuya resolución no le ha sido facilitada por su marco social. Esta circunstancia precede al consumo y tiende a producir aislamiento. Es materia de una tarea preventiva integral abordar tales instancias, brindar canales de participación que lleven a que cada uno pueda gestar su proyecto de vida.
Mesa grande, mantel chico
La sociedad debe reflexionar sobre nuestra concepción educativa, promover la solidaridad social, identificar dificultades, desarrollar actividades extracurriculares, convertir a centros deportivos, sociales y culturales en campos de detección y resolución de los problemas que se intensifican en la adolescencia.
Cuando se llega al tratamiento ya es tarde para prevenir. Cuando se intenta limitar el análisis del tema al estudio de los recursos habituales de salud pública se produce una falla conceptual, porque se desconoce la naturaleza compleja del problema adictivo. Es como si se intentara cubrir una mesa grande con un mantel chico. Los trastornos que plantean las adicciones exceden el marco de la salud. En esto coincidimos todos los que trabajamos en esta materia desde hace años.
Al fin y al cabo, el noventa por ciento de los recursos de tratamiento residencial, buena parte de las ofertas ambulatorias y un monto significativo de la prevención han sido desarrollados en el país por organizaciones no gubernamentales, que en los mejores casos han cogestionado políticas con el Estado nacional y con los gobiernos provinciales.
La respuesta integral, que es la que nuestro país ha adoptado y promocionado en el ámbito internacional, requiere una concepción global que armonice las estrategias de control de la oferta y las de reducción de la demanda. Se inició ese camino en 1989, cuando era aventurada una propuesta que hoy todos los países reconocen como conveniente. Si, por ejemplo, la permeabilidad de las fronteras favorece la introducción de drogas ilegales y la exportación de los precursores químicos requeridos para su producción, es imprescindible definir necesidades, recursos y aportes. La alta disponibilidad de drogas que hoy nos caracteriza puede ser controlada. Resulta obvio que la seguridad de nuestras fronteras debe ser política de Estado.
Este es el marco de desarrollo de las acciones. En él, la prevención desarrollada desde el ámbito educativo o convocando a las comunidades incluye a especialistas en la materia y a voluntarios, a profesionales y a "manzaneras", a sacerdotes y a educadores, a deportistas y a intendentes. Se trata de una movilización comunitaria que, basándose en la sensibilización de los diferentes sectores, se proponga estructurar conjuntos que produzcan resultados.
Tal movilización no sólo es posible, sino que resulta exitosa. En los últimos meses, retomando experiencias realizadas en diversos municipios en las décadas del 80 y el 90, hemos recorrido, desde Sedronar, una multitud de ciudades, en las que siempre hemos visto interés por el tema, capacidad de las intendencias para convocar a los sectores sociales, posibilidad de diálogo entre los convocados y deseos de sumarse a la tarea. Estudiantes, padres, docentes, representantes de organizaciones de la comunidad, sacerdotes, profesores de educación física y líderes comunitarios han generado espacios de discusión saludables.
La función de la prevención no es advertir sobre los males, sino proponer vías saludables para desarrollar proyectos que, en todos los casos, serán emprendidos por grupos. Así se rescatan el valor de la persona, el sentido de los esfuerzos, la búsqueda de valores reales que sean producto del espíritu y no de las imposiciones del mercado. Es necesario saber que las diferentes modalidades del consumo abusivo implican riesgos, pero que la mera amenaza de represión resulta ineficaz. Mientras avanzamos hacia un país más firme, es importante desgarrar el velo con el que las ilusiones disfrazan a la realidad. Detrás de todo consumidor de drogas hay un problema que debe ser atendido, para que nuestros ideales valgan más que las promesas de quienes alimentan el consumo.