Mensaje: tres religiones, de la Argentina al Vaticano
El Instituto de Diálogo Interreligioso reúne desde hace diez años a las tres religiones monoteístas; un viaje por Tierra Santa de religiosos, políticos y empresarios terminó hace días en Roma

A partir de la convicción de que una gran relación puede existir entre personas reales, y con la certeza de que compartimos un origen común buscando un destino de hermanos, es que hace más de 10 años, junto al presbítero Guillermo Marcó -responsable de la Pastoral Universitaria- y Omar Abboud -ex secretario general del Centro Islámico- establecimos las bases para un diálogo hondo, con el fin de comprender cuáles son los puntos de coincidencia en la tarea cotidiana de la fe en Dios, y cómo traducirlos en acciones concretas. Fruto de ello fue la creación del Instituto del Diálogo Interreligioso (IDI), que tiene como objeto promover el encuentro entre personas de diferentes credos y convicciones, centrándonos en la unión pacífica de los pueblos y manteniendo cada uno sus propias identidades.
Nuestro diálogo no ha sido diplomático-formal, de ofrecernos té y simpatía, sino de profundizar los problemas que nos articulan como argentinos. Ahí es donde buscamos referencias que tengan que ver con el idioma de la preocupación, del compromiso y de la esperanza. En este sentido, Jorge Bergoglio fue uno de nuestros grandes orientadores.
Es en un contexto social y político que se caracteriza por la efusividad de los monólogos y por la dificultad de escucharnos que el IDI intenta dar forma a un conjunto de iniciativas para el fortalecimiento del diálogo. La propuesta se basa en la convicción de que las sociedades en donde los individuos conversan desarrollan mayor compromiso, y a la vez se liberan de errores. Los colectivos que abordan y dialogan sus conflictos generan herramientas para el futuro.
Los lugares del alma
Desde nuestro inicio, el cardenal Bergoglio nos ha motivado a la tarea, y es parte del desafío que promete el papa Francisco en su quehacer cotidiano. Bergoglio siempre nos decía que debíamos viajar para difundir el mensaje. Fruto de ello fue la travesía que hemos concretado hace pocos días, junto a una delegación de referentes de diversos credos. Caminamos y rezamos hermanados por las calles de Jerusalén, Ramallah y Ammán. Allí brindamos nuestro testimonio de paz a Rami Hamdallah, primer ministro de la Autoridad Palestina, y a Shimon Peres, presidente de Israel.
Compartimos nuestros lugares religiosos, Belén, el muro de los lamentos, las mezquitas. Ellos dejaron de ser espacios ajenos para transformase en páramos sagrados para todos. Es intenso descubrir que mientras las posesiones terrenales dividen, los lugares del alma articulan.
Lejos de tener una connotación política, este viaje de gente heterogénea se revistió de experiencias místicas. Voy a recordar el resto de mi vida cuando, una tarde en el Monte de los Olivos, frente al escenario de la ciudad vieja de Jerusalén, nuestros hermanos musulmanes entonaron con virtuosismo una aleya del Corán, y cristianos y judíos acompañamos con nuestras plegarias. Al unísono todos comprendimos cómo las palabras de unos y otros se unían en la magia de la melodía, aspirando a reparar en nuestras almas los dolorosos desencuentros que a través de los siglos las instituciones religiosas habían producido en aras de pretender apoderarse de la verdad. Personas con tradiciones distintas que rechazamos el espanto que produce el integrismo y el fundamentalismo en cada una de las creencias entendemos el inconmensurable valor que posee la vida misma. El arte de caminar con el semejante resulta el intento de empezar a cicatrizar heridas.
Conversamos en nuestro viaje con miembros de la Casa Real de Jordania hasta encontrarnos finalmente con nuestro amigo Francisco en el Vaticano, ante quien nos comprometimos a otorgar continuidad y proyección en la consolidación de la tarea. El encuentro con el Papa revistió de calidez y simpleza. La sensación de sentirte en casa, ante uno de los hombres más importante del planeta. Francisco tiene, a través de sus gestos, el don de acortar distancias. Saluda a cada uno, y te recibe con una sonrisa en un clima de intimidad. Él sabe que no hay mayor búsqueda espiritual que el acto de peregrinar, porque se descubre que en cada paso hay otra alternativa y un nuevo destino.
Los hombres debemos aprender que cuando existe voluntad se superan barreras y las dudas se disipan. Y esa no es tarea de Dios.
Dice la Biblia que Abraham, padre de las tres religiones monoteístas, albergó a tres ángeles en la entrada de su carpa. Supo ser el mejor anfitrión, porque comprendió el profundo valor de ser peregrino transitando en la senda del diálogo.
El autor es rabino de la Comunidad Bet El