Por qué queremos tanto a Sonny Rollins
Fue a fines de los años ochenta que Miles Davis estuvo a punto de tocar en la Argentina. En mi recuerdo -pero los recuerdos por lo general mejoran los detalles- estaba yendo con un amigo a comprar las entradas cuando se anunció que el trompetista suspendía la gira.
Siempre di por hecho que el único concierto que de verdad lamentaba haberme perdido era ese concierto fantasma que nunca sucedió, pero debe haber tenido ocasión en algún mundo paralelo, más afortunado. Con el tiempo tuve la suerte de escuchar a Lee Konitz, tuve la suerte de Ornette Coleman. Miles Davis, que murió un par de años después, quedó en el debe para toda la eternidad.
Acaba de producirse sin embargo un segundo vacío, del que recién ahora tomo nota. Hace más o menos una década, Sonny Rollins también proyectó tocar en estas latitudes, aunque la cancelación fue casi inmediata. Tampoco a él habrá más oportunidad de verlo sobre un escenario. Que no se malentienda: Rollins sigue por suerte con los pies sobre la tierra. En septiembre, si todo continúa igual, va a cumplir noventa años y le deseamos muchos más. La mala noticia es que en 2014 -como acaba de confirmar en The New York Times, en una imperdible entrevista realizada por David Marchese- tuvo que abandonar definitivamente el saxo tenor, su instrumento, por culpa de una fibrosis pulmonar. "Cuando tuve que dejar de tocar fue bastante traumático. Pero en vez de lamentarme, me di cuenta de que tenía que agradecer haber podido tocar a lo largo de toda mi vida". El arte produce brechas singulares entre las obras y los que las crean. Sonny Rollins es hoy un señor grande que -me baso en el formidable retrato que acompaña la nota-, irradia el aura digna y majestuosa de los que tuvieron una vida bien vivida. Sus innumerables discos, sin embargo, siguen ahí para volver a ser escuchados, en esa misteriosa especie de presente envasado que son las grabaciones, y fomentar el malentendido: nunca hubiéramos podido escuchar al Sonny Rollins que más queremos. Hubiéramos escuchado a su leyenda, o lo que hubiera seguido haciendo noblemente con ella.
Dicho de otra forma: hay pocos músicos de jazz en los que cueste tanto disociar su música de la impresión de fortaleza atlética que mostraba el veinteañero Rollins en los años cincuenta, cuando era el saxofonista de las nuevas generaciones al que nadie podía destronar. Basta pasar una y otra vez Saxophone Colossus con sus entonces novísimos toques de calipso o A Night at the Village Vanguard (un trío sin piano: saxo, bajo y batería) para entender el juggernaut musical que resultaba de la energía de sus soplidos asociada a una destreza técnica que no le iba en zaga.
Lo curioso es el lado inesperado de la historia: que en esa brillantez casi jactanciosa se escondiera una debilidad que terminó por bajarlo del pedestal. Ted Gioia sugiere en The History of Jazz que Rollins puede haber sido afectado por un ensayo de Gunther Schuller en que este analizaba su estilo de improvisación y lo conectaba con ciertos desarrollos de la música clásica. "No sabía que estaba haciendo eso", dijo sorprendido el saxofonista cuando lo consultaron. Lo cierto es que en el pico de su fama, como si buscara estar a la altura de aquella intuición crítica, el músico empezó a tomar decisiones fuera de programa. La más inédita fue el extenso período sabático de dos años en que se propuso reflexionar sobre el rumbo a seguir. 1959 (el año de Kind of Blue y tantos otros discos clave) no parece haber sido el mejor momento para iniciar un retiro temporario. Volvió a fines de 1961, con The Bridge, un álbum que no movía el amperímetro de lo hecho hasta entonces. Su salida de escena, sin embargo, le había allanado el camino al free jazz pero, sobre todo, a un tenor que hasta ese momento vivía en un discreto segundo plano. Fue ese período el que John Coltrane aprovechó para romper todos los esquemas con Giant Steps, y luego con My Favorite Things y Olé Coltrane.
Sonny Rollins sigue siendo un gigante, pero esa mezcla de altanería y fragilidad le trastocó en gran medida una trayectoria que parecía inconmovible. Marchese le pregunta por Coltrane. Le pregunta específicamente por "Tenor Madness", el único tema que grabaron juntos los dos saxofonistas en 1956. En esa batalla del jazz, Sonny parece divertirse a costa de su colega, respondiéndole los solos de manera burlona. ¿Le estaba tomando el pelo? "Cuando toqué con Coltrane tenía la impresión, y en aquel momento era verdad, que yo era mucho más popular que él -contesta Rollins-. El que estaba tocando de verdad era Coltrane. Yo tocaba a media máquina porque era el tipo de verdad importante y Coltrane, un tipo sin experiencia. Mi actitud fue de lo más inmadura". Ya no se lo podrá escuchar en vivo, pero al menos nos queda el susurro de esta sabiduría veterana, tranquila y sin rencores, que vale su peso en oro.