Mitos y héroes que andan en skate
Ronda la edad de sus héroes, los chicos de Stranger Things, cuando esa serie recién comenzaba. Cerca de la gran mutación, pero todavía de este lado de la niñez. Le sigue gustando que le lea cuentos antes de ir a dormir. A mí me encanta que leamos juntos.
Está el placer que de algún modo siempre anticipé: releer, mientras le leo a mi hijo, libros en los que incursioné hace mucho. Encontrar un poco de lo alguna vez fui. Y redescubrir eso que, de tan obvio, suele olvidarse: nunca hay dos, ni tres, ni cuatro lecturas iguales.
Pero también está la otra fiesta: abrir un libro que es nuevo para los dos y descubrirlo juntos, en sintonías no siempre idénticas.
Tenemos nuestros favoritos, algún que otro guiño, códigos efímeros y secretos. Yo lo veo crecer palabra a palabra, aventura tras aventura. Me fascina ese universo sin carátulas por el que transita, desprejuiciado latir de un lenguaje de youtubers, rap, animé y Playstation, donde la palabra siempre encuentra un modo de hacerse lugar. Descubro que las historias que a mí me conmovían, quizás a él no tanto, que algunas de sus pasiones a mí se me hacen ajenas, y que así y todo siempre aparecen zonas de encuentro y maravilla.
Por estos días andamos disfrutando Minotauro en zapatillas, una breve novela de Ezequiel Dellutri. La cosa empieza bien porque su protagonista, el minotauro en cuestión, se llama Cristóbal Asterión, y es un tremendo adolescente mitad humano y mitad toro, que sufre porque lo separaron de su gran amigo, Tadeo Teseo. Cosas de los mitos, las encarnaciones, el destino. Y de cierto Gregorio Dédalo, que asegura que, si Cristóbal y Tadeo siguen juntos, nada bueno va a suceder.
La excusa argumental apenas importa: en la Argentina, por alguna extraña razón, se encarnaron varios seres y héroes mitológicos. De momento son chicos, y el susodicho Dédalo se ocupa de cuidarlos mientras crecen en un hogar.
Lo que importa, al menos en la magia de nuestro ritual de lecturas nocturnas, es que Cristóbal es buenazo, impulsivo y tan incorrecto que el candidato a adolescente que sigue con atención el relato estalla de risas y de algo así como una prematura empatía. Y yo, cómo decirlo, la paso bien.
Tadeo Teseo es skater. Porque es delgado, ágil, y nació para desplazarse por los sinuosos senderos de cualquier laberinto. Tomasino Heracles, otro de los internados en el hogar, es fortachón y algo soberbio. Lucio Fauno es pequeño, insistente, terriblemente ansioso. Y Ulises Odiseo, el astuto, es, desde luego, hacker.
Vamos y venimos. Hablamos de los mitos griegos, le cuento qué pasaba en Creta, en Delfos. Volvemos al libro y a las cuitas de Cristóbal, enamoradísimo de una chica ruda y valiente. Asistimos a lo que me parece lo mejor de la novela: la pequeña rebelión de Cristóbal y Tadeo; su decisión de encontrar el modo de que el destino se tuerza, y poder ser ellos mismos, y no aquello que el mito impone que sean.
Minotauro en zapatillas es una historia de adolescentes, y donde su autor habla de destino mítico -y mi hijo se divierte con las idas y vueltas de sus personajes-, yo pienso en mandatos. Me parece excelente que, más allá de las risas por las ocurrencias de Cristóbal y Tadeo -o los mensajes disparatados que envían por WhatsApp, o su indudable capacidad para desafiar las buenas maneras- se cuela la idea, sutil y pregnante, de que nadie nació para cumplir ningún guion ya escrito. Y que existe el deseo, la posibilidad de elegir y el ejercicio, difícil y liberador, de tomar decisiones. "Somos eso que hacemos con lo que otros hicieron de nosotros": quizás algún día se tope con Sartre, el niño que ahora se adormece entre andanzas de adolescentes míticos. O tal vez descubra cierto cuento de un tal Borges, y sonría al recordar un lejano minotauro en zapatillas que se llamaba Cristóbal Asterión.