Modernizar nuestro aparato militar
La desaparición del ARA San Juan disparó un cambio en la ciudadanía. Dejamos de preguntarnos para qué queremos Fuerzas Armadas para preguntarnos para qué las queremos.
Víctimas de un revanchismo setentoso, se las arrumbó bajo la alfombra social sin darles la ocasión de mostrar que ya no eran las mismas que antes eran empujadas a usurpar el poder. Es más, en 2001, cuando el doctor De la Rúa instauró el estado de sitio, las FF.AA. quedaron expectantes sin intervenir como él esperaba. Y en la gestión kirchnerista, se las tentó a encontrar un ilegal protagonismo al dotarlas de un aparato de inteligencia paralelo proclamando la "democratización militante" desde la cabeza del Ejército. Sus cuadros no se plegaron. La ciudadanía también lo advirtió.
Pero ahora se transparentó su estado calamitoso. Material obsoleto y mantenido gracias a la voluntad de preservación que esmeradamente le brinda su gente. Personal con sueldos de hambre que solo despierta la vocación de hijos de familias militares o de aquellos que ven desde la humildad una oportunidad de un pequeño ascenso social.
Y he aquí uno de los temas importantes a contemplar. Porque los medios se compran con dinero. Pero al personal se lo consigue con buenos sueldos, más años de formación y adiestramiento, que es mucho más que dinero. Es dignidad, reconocimiento social y la gratificación de sentirse útiles.
Un dato objetivo: en 1976, previo a saber qué pasó en esa década sangrienta, las FF.AA. gozaron del mayor prestigio del siglo XX. Hubo récord de aspirantes a los institutos militares. Aprobaron los exámenes de ingreso con 10 en todo y salvo unos muy pocos tuvieron en uno de los exámenes 9,50. La selección académica fue única. Muchos, con el tiempo, dejaron su profesión para ser cabezas de grandes empresas. Hoy son tan pocos los que quieren entrar que el tamiz raya la falta de aspirantes aprobados. Igual, sus institutos intentan mantener el viejo estándar de excelencia para elevar el nivel. Y otro obstáculo es con qué los mantenemos si casi no hay medios para su adiestramiento.
Ese es el otro problema. Qué medios adquirir y cómo hacer rendir el presupuesto. Pareciera que es el dilema más simple, pero la realidad encierra el mayor de los desafíos. No hay en la política y, en especial, en el Gobierno, una real conciencia de dejar a los expertos en defensa y en relaciones internacionales el diseño de nuestro sistema de defensa.
El viejo eslogan de muchos políticos de que no hay hipótesis de conflicto fue una mentira que muchos repiten desde su ignorancia. Hay miles de hipótesis de conflicto. Algunas más probables; otras, menos. Nuestros vecinos lo ven así y por eso están tan bien pertrechados. El mejor ejemplo: Colombia mantiene un alto poder de disuasión que evita la intromisión de las aventuras de Maduro. Pero a eso se le suman hoy nuevas hipótesis: la defensa contra el terrorismo internacional y fundamentalista; la lucha contra el narcotráfico que, con sus avances tecnológicos y de medios -ya usó hasta submarinos-, debe ser considerado un enemigo poderoso; la defensa de nuestros recursos.
Tenemos FF.AA. que atrasan. No es culpa de los militares sino de los políticos que no comprenden que tener lo que necesitan es más eficiente y económico que lo que una planilla de Excel y un ridículo sentido de la administración les proporcione.
A raíz de una compulsa para ver quién se quedaba con unos viejos aviones caza se llegó a escuchar la grotesca deducción de que todos los aviones pasarían a la Fuerza Aérea. Posiblemente la Armada no necesite más una aviación de ataque, pero sin duda, en un mar como el nuestro con características únicas en el mundo, una aviación antisubmarina sí. Muchas experiencias mundiales -sin ir más lejos, Brasil o Sudáfrica- señalan la inconveniencia de juntar todas las aeronaves en una sola fuerza.
La reforma del aparato de defensa debería surgir de un estudio combinado realizado por expertos. El papel de los políticos 4x4 no tiene otro rol que el de espectador. Es cierto que la administración y la logística de las FF.AA. es arcaica. Uno ve el Edificio Cóndor, Libertad y Libertador y podría aseverar que mejor no enfrentar a la Argentina porque si esa es la estructura administrativa, el aparato militar debe impresionar. La verdad es que los aviones no vuelan, los barcos no navegan y los soldados no salen al terreno. Y si sacásemos los medios militares, esas sedes seguirían generando trabajo. Lo mismo pasa con los sistemas de compras o de soporte logístico, donde tenemos talleres similares por cada fuerza y sistemas de compras individuales. En algunas áreas como la sanitaria ya se hicieron algunos avances.
También se hace necesaria la modificación de la ley para el personal militar, que hoy se rige con una ley administrativa de hace 60 años y que fue modificada hace 46, cuando una persona de 50 era de edad avanzada, a los 60 entraba en la tercera edad y a los 70 se moría. Hoy se sigue pasando a retiro a personas de 50 años que vivirán hasta los 85. En síntesis, los formamos en promedio durante 11 años para que trabajen 24 y pensionarlos durante 30. Algo no cierra ni para las arcas del Estado ni para la realización profesional de nadie.
Enfrentamos una oportunidad fantástica para modernizar nuestro aparato militar. Un desafío que enfrenta el Presidente. Si acierta, será otro motivo que lo insertaría en el bronce. Si no, lo sentirán las próximas generaciones con más vidas y descrédito. Más que recursos, se necesitan neuronas. A veces parece que faltan.
Periodista, ex vocero de Defensa