Mozart en plena pandemia
Cuando en un futuro tal vez no muy lejano se escriba la crónica de esta pandemia, seguramente uno de sus efectos colaterales más notorios será la súbita irrupción en el habla popular de vocablos técnicos antes reservados a matemáticos, físicos, químicos y epidemiólogos. ¿Quién se priva, hoy día, de hablar de derivadas, número R0, crecimiento exponencial o escala logarítmica? ¿O de curva "suave" o "empinada"? ¿O de comparar la performance de distintos países por sus tasas de letalidad y mortalidad? No es raro que se armen tremendas bataholas en las que personas con distintos puntos de vista se lancen estos indicadores numéricos como dardos envenenados (virtuales, por suerte). Cuando los argumentos no bastan, condimentados con agresiones de alto calibre. Entre medio, nunca falta alguien que reclama: "¡Datos, no opiniones!", como si las cifras fueran unívocas e indiscutibles.
Precisamente, uno de los desafíos más exigentes en estos tiempos de tsunami informativo es despejar la paja del trigo. Datos tenemos a montones, ¿pero qué quieren decir? Además, ¿cómo los elegimos para demostrar una hipótesis? Si hay una cualidad que tienen los datos es que a primera vista muchos suenan plausibles… aunque un mínimo análisis posterior demuestre lo contrario. Como cuando se dice que "la gripe mata a más gente que el SARS-CoV-2", omitiendo el pequeño detalle de que el número de muertes atribuído al coronavirus se lo debemos a que media humanidad decidió recluirse en su casa para prevenir el contagio.
Todo lo cual me lleva a un maravilloso documental que acabo de ver sobre uno de los grandes misterios de la música: Mozart no usaba el Si b (bemol). ¿No lo sabían? Al parecer, tiene conciertos, sonatas y sinfonías con cientos de Si bemoles, pero no el que está justo en la octava central del teclado. Durante la vida de Mozart nadie se dio cuenta de esta curiosidad, hasta que en 1857 el músico alemán Van die Köt publicó un artículo en el que mostraba que casi no había ninguna obra de Mozart en el que se usara el Si b 3 y es alucinante la cantidad de teorías que se urdieron desde entonces para explicarlo. Producido y presentado por el divulgador español Jaime Atozano, el documental explora varias de ellas de la mano de dos musicólogos: Luis Angel De Benito, profesor del Conservatorio Superior de Madrid, y Luis Piedrahita, mago y comediante, pero cuya pasión escondida es la musicología, cuya práctica le está vedada en España por su profesión y que solo puede ejercer en países como Rusia o Italia, cuando lo llaman a dar clases.
¿Y porqué diablos Mozart no usaba el Si b 3? Van die Köt descubrió ese patrón cuando al piano en el que estaba tocando se le rompió la tecla correspondiente y se dio cuenta de que podía seguir interpretando todas las obras de Mozart. Y lo constató científicamente en una gráfica donde representa todas las notas utilizadas en sus partituras. Allí, el Si b 3 no aparece jamás. Es un misterio sobrecogedor que los especialistas atribuyen a que el genio lo usó como una suerte de firma escondida, "una presencia de la ausencia", a que como procedía de una familia humilde tenía que tocar en un piano maltrecho, a que la frecuencia del Si b 3 es de 242 Hz, un número que resulta de la suma del valor numérico de las letras de su nombre (Wolfgang Amadeus Mozart). Es más, en 2009, un paper de Alicia Hertzmann propuso la tesis de que Mozart en realidad no fue una sola persona sino un colectivo de músicos.
Pero lo mejor llega al final, cuando, después de esa travesía de explicaciones eruditas, realizada con una técnica cinematográfica consumada, Altozano revela que fue todo una fenomenal invención y detalla uno por uno cuáles son los datos falsos y cuáles los verdaderos que utilizó para darle verosimilitud al relato. Sí, con datos seleccionados hábilmente y medias verdades, también se puede mentir.







