
Mujeres: textos y contextos
Por Enrique Tomás Bianchi Para LA NACION
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Mujeres musulmanas. Las vemos en sus países de origen y en cualquier capital europea. Cabellos cubiertos, como las monjas. ¿Pudor islámico? ¿Señal de sujeción? ¿Prescripción coránica?
Según Mahmoud Azab (profesor en El Cairo y la Sorbona, especialista en lenguas semíticas, árabe clásico e islamismo), el velo no es un principio fundamental del islam. En la sociedad preislámica la situación de la mujer estaba degradada: el hombre podía casarse con cualquier cantidad de mujeres, quienes dependían de él para sobrevivir. Podía repudiarlas en cualquier momento -sin alegar motivo- y, a partir de allí, no tenía ninguna obligación legal frente a ellas. Las esposas repudiadas se encontraban súbitamente en la miseria: o caían en la esclavitud o se prostituían. Si sucedía esto último, exhibían sus senos, a la manera de las prostitutas sagradas de Mesopotamia y la India.
Para Azab, el velo del Corán significó: "Somos libres, no tenemos necesidad de vendernos, ahora tenemos derechos y, en caso de divorcio, se nos deben medios de subsistencia". Por eso, el velo sólo tuvo importancia en función del contexto económico social en el que apareció. Y señala: si actualmente el velo es percibido como signo de sumisión -cuando originariamente lo fue de libertad- la mujer no debería usarlo.
Además, hijab (traducido como velo) está usado ocho veces en el Corán, pero ninguna de ellas alude a que la mujer deba cubrirse la cabeza. Y en cuanto a khimar es un vestido amplio que cubre el cuerpo y no la cabeza, lo mismo que djellaba.
Hay que entender al Corán en el contexto en que nació. Azab se indigna cuando se refiere a fundamentalistas que presentan a las masas ignorantes una lectura limitada y orientada de aquél.
Ignoro si la interpretación de Azab es correcta, pero, más allá de eso, no deberíamos afectar "superioridad" -en relación a la igualdad entre hombre y mujer- porque discursos androcéntricos (varón-céntricos) los hubo (y muchos) en el área de influencia cristiana.
No fue el caso de Jesús, de quien más bien chocaba que tuviera tantas seguidoras mujeres, lo que era revolucionario para un rabbí de esa época.
Pero Pablo dijo: "Las mujeres deben respetar a su marido como al Señor, porque el varón es la cabeza de la mujer [...] " (Ef. 5, 22/33); "Cristo es la cabeza del hombre, la cabeza de la mujer es el hombre [...] (1 Cor. 11, 3). El hombre reza descubierto y la mujer cubierta (1 Cor. 11, 4/5). El varón "es la imagen y el reflejo de Dios, mientras que la mujer es el reflejo del hombre [...] la mujer debe tener sobre su cabeza un signo de sujeción [...] " (1 Cor., 11, 7 /10).
Tertuliano en El velo de las Vírgenes decía a las mujeres: "El velo es vuestro yugo" y Clemente de Alejandría (en El pedagogo) sostenía que la barba masculina muestra que Adán fue creado antes que Eva y es el símbolo de una naturaleza superior.
Para San Agustín, la mujer, en cuanto tal, no es imagen de Dios: "Ella no lo es, porque le está prescripto cubrirse la cabeza, cosa prohibida al hombre porque él es imagen de Dios" (De Trinitate, XII, v, 5). El hombre, él sólo, representa a lo divino. La mujer, en cambio, solamente cuando está asociada a su marido (íd., XII, VII , 10). El hombre simboliza la razón contemplativa (orientada a lo alto), la mujer la razón activa, destinada a las cosas temporales.
Santo Tomás de Aquino pensaba que en la mujer había -comparada con el hombre- "algo defectuoso o accidental" (Summa theologica, I, q.92, a.1, ad 1).
Pese a todo el peso de esa tradición, estamos donde estamos en orden a la igualdad entre los sexos (Deo gratias, aunque falta mucho por hacer en ese campo).
Lo que prueba que una cosa es el texto y otra el contexto.
Y que, por sobre ambas, está la capacidad de discernir, que, como se ve, ha hecho un largo camino.



