Pablo Betelu, prosa y verso en nombre del padre
El escritor acaba de editar "Recuerdo la sombra de mi padre", un libro de poemas; "Era recordar o morir", dice
La escritura de Pablo Betelu vive en duelo. Sus escritos son una larga plegaria acerca de la muerte de su padre; en prosa o en verso fluyen, como un río de tinta o sangre, en sus cinco libros. El último, de poemas: Retornar a la sombra (2015). Antes, Diálisis (2015), Burzako, el cuerpo derrotado (2010), Mira en el corazón de tu padre (2007), Y acaso tu padre escuchó (1997). Todos sobre ese dolor que parece redimirse en el acto de recordar y escribir.
Es la hora de la siesta que pocos duermen en el barrio porteño de Palermo. Hoy llueve mucho, mucho / y pareciera que están lavando el mundo. Alguien podría recordar a Juan Gelman. El bar, librería, teatro Borges, cerrado los lunes, abre para recibir a Betelu, un escritor vecino, amigo de esta casona cultural. Betelu viste un traje de lino color hueso impecable, sin rastros del aguacero. Luce un bronceado parejo, porque además de escritor es profesor de tenis. Pero de eso hablará después. Primero, el padre.
Recuerdo la sombra de mi padre, comienza su último libro de poemas.
Abordar su trayectoria como escritor implica desentramar su vida como hijo sin padre. En la mesa de este bar él espera con sus libros desplegados como un abanico sobre la mesa, como si en ese gesto dijera: Soy esto que pude escribir. Empieza a decir que se fue a vivir a Nueva York "por una cuestión familiar" a los doce años. Cuenta que allá hizo la secundaria y que empezó la universidad. "No fui con mi padre", aclara. "Allá nos fuimos con mi mamá". Y se sigue acercando a lo que quiere contar: "Muere mi viejo y emigramos".
La insuficiencia renal de su padre, la diálisis, el imposible milagro de la cura, las cánulas, la infancia, el infarto, el silencio, el entierro.
Parado tan quieto en la puerta de casa y ya sin casa por siempre, se lee en Burzako.
"Con la partida a mí me queda entierro sobre entierro, ausencia sobre ausencia. Ir a Nueva York agudizó la muerte de ese padre, puso más silencio todavía: exilio sobre exilio", dice. Y sigue buscando palabras para definir a aquel niño: "Me sentía mal pese a estar con mi familia de origen, quedé sin Patria dos veces". Como una intrusa, se mete en la conversación el estampido de la lluvia azotando el techo de acrílico de un patio de luz. El no se distrae de su relato, un largo párrafo casi sin pausas.
Cuando a los 25 años regresa a Buenos Aires empieza esta búsqueda por recordar y curar. "Acá es donde empiezo a trabajar la cuestión de la escritura, donde veo que hay algo que no está resuelto en mí, que tiene que ver con un duelo", dice. "La relación con la escritura es una conversación íntima con esas cosas por las que uno está atravesado: la relación con mi padre, mi infancia y todo lo que quedó trunco. Hay que hacer hablar un muerto para dejarlo descansar".
De modo que mi padre / no pudo ser mi padre.
- ¿Empezó con algún género en particular?
- Empecé leyendo. El primer año que estuve acá no trabajé y leí mucho. Mi psicoanalista, Rogelio Fernández Couto, fue muy importante porque me sugería libros, me insistía para que leyera. En esa conversación surgió toda la cuestión de la escritura, ahí me di cuenta de que quería contar algo, de que tenía una historia. Entonces, empecé a escribir a lo loco. Cuentos, relatos. Siempre con el padre. El padre está en el origen de la escritura.
En las arenas del padre su cuerpo de hijo zambullido por completo.
De varios años de trabajo -en taller con un escritor- surge su primer libro: Y acaso tu padre escuchó. Se lo percibe orgulloso cuando cuenta que el renombrado escritor Andrés Rivera leyó relatos suyos y le dijo que en algunos "asomaba la envergadura del cuento". Luego llegó el segundo libro, también con una narrativa poética: Mira en el corazón de tu padre. Después vino Burzaco, "una profundización del anterior". Según dice, tan orgulloso como cuando mencionó a Rivera, Fowgill lo ayudó con la corrección de esta novela.
Cada vez más atraído por la poesía, empezó a incursionar en este género. Algunos poemas suyos aparecieron en la antología Monstruos, compilada por Arturo Carrera. Diálisis es su primer libro de poemas, al que le sigue el recién editado Retornar a la sombra. En cada nueva obra reconfirma su estilo lírico, metafórico. Una escritura de puntuación errática -según la describe Rolando Costa Picazo- que, combinada con la repetición, logra un discurso urgente, la obsesión de plasmar ese recuerdo que parece escaparse.
- ¿Cómo fue la reconstrucción de la memoria?
- Era recordar o morir, no tenía opción. Hubo un trabajo de profundización en el que el psicoanálisis fue y es muy importante. Creo que es fundamental para un artista. El sueño es lenguaje poético. A mí me pasó de estar muerto, de intentar olvidar y, por suerte, no funcionó, porque acá están todos estos libros. Creo que uno es la capacidad de cambiar que tiene y, para eso, hay que saber perder. Por eso necesitaba hacer el duelo, para que después viniera otro lenguaje, la poesía.
- ¿Cómo es que se dedica a dar clases de tenis?
- Juego al tenis desde muy chiquito. Competí varias veces. Y en Nueva York empecé a dar clases a los 16 años en lugares exclusivos. Cuando volví me pude dedicar a escribir porque me sostengo con las clases, sobre todo a extranjeros. Me da mucho espacio para escribir.
- ¿Su papá era deportista?
-Sí, él era un gran jugador de pelota paleta, como muchos vascos. Siempre me hablaba de la paleta, pero cuando yo era chiquito él ya tenía cánulas, no podía hacer deporte. Pero me apoyaba para que hiciera yo. El quería que fuera Guillermo Vilas.
Describe a su papá, además de deportista, como maestro de escuela, gran lector, socialista. "El pensaba que la educación iba a salvar al mundo. No hubiera entendido el mundo de hoy", dice.
En sus libros aparece una y otra vez la analogía entre la tinta y la sangre. Betelu cita a Stéphane Mallarmé: "La sangre es la tinta del escritor". Y agrega: "Yo me crié con mi mamá diciéndome: ‘Tu papá no puede hacerse mala sangre’. Una forma de decir, porque mi viejo ya tenía la mala sangre. Después vino la diálisis. En casa se mencionaba mucho la sangre y eso está en lo que escribo".
La sangre, que hoy es tinta.