
Partidos políticos: fin
El pasado fin de semana se definieron las listas de candidatos a diputados y, dependiendo del distrito, también senadores nacionales. Este hecho, a pesar de ser el foco de la cobertura de los medios y analistas políticos del llamado “círculo rojo”, poco tuvo de relevancia para la gran mayoría de los argentinos, ocupados en sus quehaceres cotidianos. Las idas y vueltas de nombres e intrigas del poder chocaron con la indiferencia ciudadana. Este desapego de la actualidad política no es casual: es el síntoma de un sistema político totalmente roto, en crisis terminal.
Una primera reflexión a partir de este presente: los partidos políticos como los conocíamos no existen más. Aquellas instituciones que la ciencia política se ocupó largamente de analizar, con su organización, estructuras, plataformas y engranajes, son cosa del pasado.
Los partidos históricos de la Argentina, como la UCR o el peronismo, enfrentan una crisis identitaria total. En esta elección se darán absurdos absolutos, como un mismo partido siendo parte del oficialismo para la elección nacional y opositor acérrimo para la elección local.
Para dimensionar el desafío identitario de estos partidos hay que tener en cuenta, además, que las ideologías sobre las que se fundaron (más cercanas al siglo XIX que al XXI) ya no sirven de marco analítico para los interrogantes del presente. Me pregunto, por ejemplo, si la IA es de izquierda o derecha; o si la globalización, que antes era de derecha, hoy hizo un giro a la izquierda; o qué bando se hace cargo de las transformaciones en el mundo laboral. Preguntas sin respuesta lógica bajo la mirada tradicional.
Frente a esto, uno tendería a creer que un partido más moderno podría ofrecer una mirada distinta. Pero, por el contrario, el Pro es el mejor ejemplo de esta tendencia: hijo de la crisis del 2001, supo aglutinar desde la ciudad de Buenos Aires voces diversas bajo valores comunes -profesionalización de la gestión pública, diversidad y modernidad, respeto institucional-, crecer con el primer impulso de las redes sociales, y hasta gobernar la nación con más luces que sombras. Hoy es una etiqueta desteñida, sin identidad, por momentos opositor y por otros el primer defensor de un gobierno del que no forma parte. ¿O si? No está claro. ¿Qué representa el Pro hoy? Tampoco se sabe.
En general, contrariados frente a las preguntas existenciales sobre sus valores e identidad, los partidos tienden a acallar las voces que disienten, negar la crisis y hacer malabares discursivos que cierren la disonancia que presenta con su historia. Los partidos en esta encrucijada no son más que estructuras vetustas, opacadas por el poder movilizador de un clip viral, enredadas en peleas que tienen mucho de egos y poco que ver con ofrecer resultados a los ciudadanos.
Los huérfanos de la política de partidos -Juan Carlos Torre dixit- somos todos, y quienes se aferren a esas instituciones, por nostalgia, temor o sed de poder, estarán condenados a la indiferencia.
Mientras tanto, el mundo evolucionó a una época de personalidades. El politólogo Bernard Manin lo definió hace más de 20 años como una nueva era de la democracia: pasamos de la democracia de partidos a una democracia de audiencias, en la que se eliminan las intermediaciones entre los líderes y las masas. Mueren los partidos, quedan las personas.
Mi segunda reflexión construye sobre esto, ya que la actualidad le dio un giro adicional a esa transformación de la democracia: las personalidades ya no llegan del sistema, sino que irrumpen desde fuera de él. En este marco, con líderes que todo lo saben y todo lo pueden, los partidos son un simple sello que utilizan los líderes para presentarse a una elección. Que quede claro: no estoy defendiendo a los partidos, sino marcando que hoy son un vehículo electoral y ya no mecanismos sólidos de representación de intereses. En su lugar, las redes ocuparon el rol de ordenadoras de la discusión política.
En un mundo de debates efímeros, donde los ciudadanos personalizan cada vez más sus consumos y pueden desconectarse del debate público sin consecuencias inmediatas, el desafío para lograr un cambio real es doble: hacerse conocido, y hacerlo representando una idea superadora, que trascienda la persona que momentáneamente la lidera.
Así, el próximo paso en la relación entre la sociedad y la política no debe estar marcado por la defensa de estructuras, sino por la movilización de ciudadanos detrás de una propuesta para el futuro. De la misma manera, no debe enfocarse en prometer “espejos de colores”, sino soluciones concretas y probadas a los problemas públicos.
A pesar de que el contexto es poco alentador, mi reflexión final lo es: creo que la reconstrucción del vínculo entre la política y los ciudadanos, además de necesaria, es muy posible.
Luego del declive de los partidos y de los personalismos, la próxima disrupción estará marcada por los liderazgos ciudadanos. Los grupos de personas que ―con sus diferentes historias, motivaciones y deseos― se unan en torno a una idea o el desarrollo de una solución para su cuadra, barrio o ciudad. La respuesta a los liderazgos mesiánicos y aislados de la sociedad será, por el contrario, colectiva.
La ciudad de Buenos Aires en particular tiene todo para ser punta de lanza en este camino, y transformar desde esta nueva lógica el debate político. Aunque hoy se esté desaprovechando la oportunidad, como gobierno local tiene el enorme potencial de atender, a través de su gestión de gobierno, la vasta mayoría de los problemas cotidianos que aquejan a los ciudadanos: la seguridad, el tránsito, la convivencia, la educación, salud, entre otros. Como distrito autónomo tiene la capacidad de discutir sus propios temas, más allá de lo que la “agenda política” quiera imponer. Y como centro de la atención mediática nacional, la posibilidad de difusión de esta forma de entender la política es incalculable.
Es tiempo de dejar de defender etiquetas y personalismos, para pasar a la acción por las ideas. Sólo así será posible renovar nuestra democracia y, desde ya, vivir mejor.
Legislador de la Ciudad de Buenos Aires (Volvamos Buenos Aires), docente universitario





