
Perfil de estadistas
Por Pedro J. Frías Para La Nación
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Un político alcanza la estatura de estadista cuando es un conductor estratégico. Lo he descripto como quien percibe los "signos de los tiempos", si no para anticiparse, a lo menos para que no destruyan sus proyectos; sin violar las normas sabe negociar para evitar los conflictos de dominación y las convulsiones sociales; transmite a la sociedad una imagen de legitimidad que mantiene a los muchos descontentos en la legalidad, y, finalmente, concilia la "ética de los principios" con la "ética de las responsabilidades", según la conocida máxima de Max Weber.
He dicho siempre que prefiero los estadistas de perfil bajo. Los estadistas de perfil alto necesitan siempre algún artificio. Recuerdo a Carlos Restrepo Piedrahita, el colombiano, cuando describía el presidencialismo barroco sudamericano: se apoyaba en la literatura, por ejemplo Yo, el Supremo , de Augusto Roa Bastos, y hasta en un cuadro de Fernando Botero, La familia presidencial .
Tradición presidencialista
Se me ocurre que es difícil conciliar el estadista de perfil bajo con la tradición presidencialista argentina, que le exige un arbitraje permanente, casi siempre decisivo, con una alta exposición pública. El intento de la reforma constitucional de 1994 de atenuar el presidencialismo argentino no ha tenido hasta ahora efecto.
Nuestra política sigue exigiendo demasiado del presidente, sin advertir que el liderazgo está en transición. La ciencia política nos dice que el liderazgo se ha transferido ahora a una interacción entre órganos gubernamentales y no gubernamentales, para una acción mixta, pública y privada.
Algo de esto se da con los organismos financieros internacionales y con el poder económico. ¿Pero la sociedad civil? Es cierto, el tercer sector, como se la llama, entre nosotros tiene necesidad de más institucionalización y más recursos. Estamos lejos de la realidad norteamericana. Cuando la sociedad civil llegue a su mayoría de edad, el presidencialismo argentino será obra de esa interacción.
Mi reflexión sobre perfil bajo o alto no debe confundirse con criterios de eficiencia del gobierno y de todos los órganos públicos. Si hablo de estadista, hablo de conducción. Si no hay conducción, lo del perfil bajo o alto es secundario.
Conducir exige decisiones acertadas, capacidad de perseverar en el mediano y largo plazos con las adaptaciones exigidas por la velocidad de los cambios, proximidad a la gente -que es la nueva consigna de la clase política europea- y credibilidad. Si la credibilidad disminuye, todo gobierno se debilita. Por eso debemos deshacernos todos del desencanto y volver a creer en el futuro de la condición de argentinos. Aunque sea "atroz", según Marcos Aguinis.

