
"Poder", verbo y sustantivo
Por Dolores Bengolea Para LA NACION
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Los diarios y la televisión nos muestran cada día de manera más contundente cómo la conquista del espacio y del tiempo como forma de expansión se desvanece frente a la conquista del poder para esgrimirlo frente a los contrincantes o simplemente para sentarse a empollarlo.
La idea de conquistar el tiempo y el espacio centra la acción en el sujeto (puedo, ¿podremos?, ¡vos podés!) y genera movimiento; la idea de conquistar el poder para poseerlo centra al sujeto en el objeto y paraliza a ambos, generando impotencia y sumisión. Las dos formas buscan poder, pero en diferentes dimensiones: “poder” usado como verbo apuesta a la vida, al desafío, al crecimiento; el sustantivo “poder” no da oportunidades, genera inacción, sólo es: una vez lograda la conquista, al individuo sólo le resta andar en círculos alrededor de ella para asegurarse de no perder lo que posee.
Para llegar al poder es necesario enrolarse en la acción. Conservarlo toma carácter sustantivo. El sustantivo “poder” enajena al individuo y lo centra en el otro, en el sentido de distraerse de sí mismo, no en el de ocuparse del otro: como una fiera se centra en su presa. La persona que ejerce esta clase de poder busca transformarse en la imagen de sí misma que cree que puede someter al otro, trata de generar miedo, de amedrentar. Es el poder de los que buscan ser poderosos, de quienes valoran las relaciones humanas en términos de opresores y oprimidos.
Cuando “poder” se entiende y se usa como verbo es necesario aguzar los sentidos para percibir la realidad con una máxima cantidad de variantes. De lo contrario, el fracaso está casi asegurado. En el mundo del espectáculo, un buen actor se diferencia de uno malo porque el primero se concentra en lo que tiene que dar mientras que el segundo se concentra en cómo se lo ve dando lo que debería dar (pero que en definitiva no da). En la comunidad, tanto como en la política, la analogía es válida. La marcha y la contramarcha también lo son.
El uso del poder como sustantivo requiere de la confusión del otro y termina con la confusión propia. Confusión que se logra entrenando los sentidos para la mentira. Es decir que uno ve una cosa, pero refleja otra, oye algo y lo reproduce tergiversado, y así con los demás sentidos: el gusto, el olfato y el tacto. O lo que es peor: deja de ejercitar los sentidos, los atrofia para no enterarse. ¿Qué es la verdad sino el fiel reflejo de lo que se percibió a través de los sentidos? Claro que después están las reflexiones que esa percepción merece. Pero ese es otro tema.
Para construir, para avanzar y no andar en círculos, lo básico, lo necesario es percibir de la manera más ajustada posible la realidad. Esto construye individuos seguros de sí mismos y confiables. Gente que sabe dónde está parada y adónde quiere ir.
Esta gente es la que no desconfía del otro de manera sistemática, la que acepta los retos, la que vibra con el riesgo, la que no genera víctimas, porque no es victimaria. La que transforma la vida en una aventura, la que hace de sus relaciones oportunidades: oportunidades de encuentro o de discusión. La que respeta y se hace respetar.
El poder, sustantivo, es exactamente lo opuesto y encuentra sus bases, su seguridad, en la cuenta bancaria, en los estandartes, en la mentira… El objetivo de quienes usan el poder como sustantivo es manipular y someter, es decir privar de libertad al otro. Y lo más lamentable es que por la ley de la paradoja de la vida, terminan transformándose en víctimas de sus víctimas, ya que el círculo que generan es descendente y cada vez más pequeño. Poder, verbo, genera relaciones generosas, de inclusión, de crecimiento y de beneficio para todas las partes.
Así como cultivar el sustantivo “poder” nos hace cada vez más vulnerables, desconfiados, encogidos, pobres, cultivar el verbo nos agranda, nos proyecta, nos enriquece.
Si es verdad que la cultura, igual que el amor, aumenta con el reparto –como decía Victoria Ocampo–, las dos concepciones de poder aumentan cuanto más se reparten, cuanto más se ejercen, porque las dos son elecciones de modelos culturales. Cuanto más se dan, más se tienen.






