Profecía autocumplida o consecuencia jurídica lógica
Arendt, hace más de 70 años, expresó que los dirigentes autoritarios (https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-peligro-de-los-gobiernos-autoritarios-nid07052022/) comienzan usualmente sus carreras jactándose de sus delitos pasados y perfilando los futuros, e hizo hincapié en la morbosa fuerza de atracción que tienen el mal y el delito, que hace que la gente piense con cierta admiración: “serán malos, pero son muy hábiles”. También apuntó que para las personas resueltas a delinquir será oportuno hacerlo en la escala más vasta e improbable, no sólo para tornar absurda la justicia del sistema legal, sino porque “la misma inmensidad de los crímenes garantiza que los imputados, que proclaman su inocencia con toda clase de mentiras, serán más fácilmente creídos que sus víctimas, quienes dicen la verdad.”
Hoy la corrupción (https://www.lanacion.com.ar/opinion/la-corte-contra-los-actos-de-corrupcion-nid26052021/ ) parece demostrar la actualidad de esas hondas reflexiones. Mal que nos pese, es evidente que los complejos de la sociedad pueden servir de catalizadores adecuados para desencadenar procesos justificantes altamente dañinos. La ignorancia y el sentimiento de inferioridad, la creencia fanática en un líder carismático, el miedo reverencial a la autoridad, la vulnerabilidad económica, la falta de espíritu crítico (y autocrítico) e incluso el temor a ser excluido de un grupo de pertenencia, nos pueden llevar a ignorar o descreer lo que manda la realidad y la verdad (https://www.lanacion.com.ar/opinion/la-verdad-un-instrumento-esencial-nid03012022/). No obstante, las controversias que desde hace tiempo han motorizado las causas penales por gravísimos hechos de corrupción en nuestro país, son la muestra de que afortunadamente todavía conservamos como sociedad cierto aprecio por el “deber ser”: seguimos siendo escépticos en creer –pese a que la historia ya nos mostró lo contrario- que un/a presidente/a pueda ser condenado/a judicialmente.
En el plano informativo, observo que los medios de comunicación muestran apenas la punta del iceberg de lo que figura en una investigación penal compleja, porque los límites de espacio/tiempo de aquellos es inconciliable con el caudal de información que puede contener un expediente. Por otro lado, el dato de color periodístico difiere del dato de valor judicial y mientras las agencias de noticias corren al ritmo de la primicia los tribunales lo hacen al compás de los plazos procesales, por lo que no siempre trasciende lo más relevante jurídicamente, ni en el momento más oportuno mediáticamente.
También se aprecia en general -salvo honrosas excepciones- una clara dificultad para explicar y comprender hechos judiciales, por la simple razón que tanto los periodistas como sus destinatarios se manejan en el acotado margen de la línea editorial que siguen, conocen sólo fragmentos de un caso y a veces carecen de formación específica.
En el terreno judicial, en lo macro, es fácil constatar el descrédito que tienen algunos jueces y cómo eso se traslada a todo el sistema, inspirando una injustificada pero existente absoluta falta de confianza generalizada. En lo micro, es habitual que en los juicios orales siempre aparezcan cosas, a favor o en contra de los acusados, que en la investigación previa pueden haber pasado desapercibidas. Asimismo, es común que la falta de argumentos acusatorios o defensivos se traduzca, por igual, en ataques y críticas hacia los magistrados y las partes contrarias. A veces, incluso, esas embestidas toman la forma de acusación en espejo (https://www.lanacion.com.ar/opinion/la-nefasta-acusacion-en-espejo-nid24012022/) como estrategia in extremis.
Cuando la intensidad de esto último supera lo razonable, debemos tener claro que cada nuevo reproche al Poder Judicial importa en realidad una batalla por la institucionalidad republicana y la racionalidad, no por la inocencia o la culpabilidad de tal o cual dirigente político. Es cierto que los fiscales y jueces son falibles y se pueden equivocar, pero ni aun así los agravios personales lograrán torcer la fuerza de los argumentos y la prueba. Ahí debemos preguntarnos: ¿La transparencia de cara a la sociedad es en realidad persecución mediática? ¿El fiscal autónomo, que cumple su función y acusa, y los jueces independientes (https://www.lanacion.com.ar/opinion/independientes-vs-adictos-nid02022022/) si condenan cuando logran certeza absoluta de culpabilidad, son verdugos?
Tal como se han planteado las cosas, lo que vendrá podrá leerse en clave de profecía autocumplida y entonces cobrarán el sentido buscado las aludidas condenas escritas de antemano por obra y gracia del machaconamente invocado lawfare (https://www.lanacion.com.ar/opinion/lawfare-y-medios-mas-ficcion-de-moda-que-realidad-nid25102021/ ). Pero ello no debe engañarnos sobre la real dimensión de la sentencia que tiene expectante a toda la sociedad, porque lo que se decida también podrá (y debe) ser la consecuencia lógica resultante del análisis razonado de las pruebas reunidas conforme a un procedimiento respetuoso de las garantías individuales, tal como exige el estado de derecho, cualquiera sea el desenlace que derive del gobierno que le toca a los jueces. (https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-gobierno-que-les-toca-a-los-jueces-nid06122021/).
Esperemos que hoy y en el futuro, como confiamos siempre, el Poder Judicial esté a la altura de las circunstancias y ponga “blanco sobre negro” para que la sociedad pueda saber con certeza, más temprano que tarde, quién es quién.