
¿Quién cuida a los que cuidan de nuestros niños?
Pediatría: la disciplina enfrenta, en la Argentina, desafíos preocupantes en un contexto de crisis económica, sanitaria y vocacional; alarma la disminución de especialistas activos en nuestro sistema de salud
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La pediatría y sus diversas especialidades han experimentado en nuestro país un extraordinario desarrollo a lo largo de su historia. Desde el siglo XIX su evolución ha sido constante en términos de conocimiento, tecnología y enfoque, siempre en pos de brindar un cuidado integral a niños y adolescentes. Imposible nombrar todos los hitos de nuestra especialidad en unas pocas líneas, pero, a modo de ejemplo, pueden mencionarse: la fundación en 1911 de la Sociedad Argentina de Pediatría, de las más antiguas del mundo; la labor de referentes históricos como Ricardo Gutiérrez, Pedro de Elizalde, Alfredo E. Larguía, Juan P. Garrahan, Florencio Escardó y Carlos Gianantonio; el temprano establecimiento de hospitales pediátricos y hospitales generales con servicios de pediatría públicos y privados que, asimismo, han funcionado como centros de formación. Y más cerca en el tiempo, la inauguración del Hospital Garrahan, en 1987, que marcó un antes y un después gracias a una concepción innovadora en el cuidado de la salud infantil.
Como lo ha expresado Carlos Gianantonio, el proceso de continua mejora de la disciplina ha estado enfocado en el amor al prójimo, la solidaridad con el niño, la ética profesional, el respeto a la verdad y el valor del conocimiento. Formados en este modelo a lo largo de las décadas, numerosos médicos han contribuido a que la pediatría argentina tenga unidad y dimensiones inigualables. Nuestro país goza de enorme prestigio, tanto a nivel nacional como internacional, en el adecuado desarrollo y cuidado integral de la niñez. Por eso resulta especialmente doloroso que, a pesar de los logros y reconocimientos obtenidos, la pediatría argentina enfrente en la actualidad desafíos significativos, especialmente preocupantes en un contexto de crisis económica, sanitaria y vocacional.
Es alarmante la disminución del número de médicos pediatras activos en nuestro sistema de salud, algo que inevitablemente conlleva al lento pero constante deterioro de lo construido durante tantas generaciones. Las consecuencias de este déficit progresivo serán enormes: para el sistema de salud, obvio es decirlo, pero particularmente para la niñez y las familias.
Hemos pasado de contar con médicos pediatras atendiendo en cada rincón de la Argentina, distribuidos en hospitales de formación ¡repletos! de jóvenes y entusiastas doctores, a una realidad completamente diferente: hoy más del 50% de las residencias pediátricas y de especialidades no pueden completar su planta mínima; terapias intensivas y áreas de emergencia pediátricas, tanto públicas como privadas, reducen su atención por falta de profesionales.
¿Cómo continuar trabajando en objetivos importantísimos como la reducción de la mortalidad infantil si no contamos con una cantidad suficiente de personal especializado en salud pre y posnatal, manteniendo altos estándares de calidad? Asimismo, la situación actual está llevando gradualmente a la desaparición de una figura muy valiosa en nuestra sociedad: el pediatra de cabecera, históricamente reconocido como un profesional de confianza, empático y bien formado.
Un buen pediatra no llega a serlo de la noche a la mañana; se requiere de muchos años, esfuerzo y trabajo. El médico pediatra es especialmente valioso e importante, pues su labor trasciende la mera atención médica. Posee la capacidad de comprender a fondo la historia clínica del niño, establecer una relación de confianza con la familia y brindar acompañamiento y asesoramiento continuos en su crecimiento y desarrollo a lo largo del tiempo.
Los motivos de la crisis que atraviesa la pediatría en la Argentina son diversos. Van desde las diferentes interpretaciones de la vocación en un mundo globalizado influido por características generacionales distintas hasta especialistas que se resisten –de manera justificada– a los altos niveles de estrés laboral y a la exigencia excesiva de la profesión, llegando incluso a padecer el “síndrome de burnout”, caracterizado como un estado de agotamiento físico y emocional, despersonalización y disminución de la realización personal en el trabajo.
Tampoco es un dato menor que el trabajo del médico clínico esté actualmente subvalorado, como reflejan los magros salarios que, en muchos casos, perciben; honorarios tan ridículamente bajos que obligan a estos profesionales a trabajar en múltiples empleos en simultáneo y generan más insatisfacción y estrés. Por otra parte, se ha vuelto común y lamentable la violencia contra profesionales de la salud, lo que acentúa todavía más la crisis, al igual que la creciente judicialización.
El problema no solo se limita a la escasez de postulantes a residencias pediátricas. También sucede que muchos son extranjeros que regresan a sus países de origen una vez formados. Otra postal habitual tiene que ver con los profesionales que deciden emigrar en busca de mejores oportunidades laborales o condiciones de vida. Y están los que, por motivos económicos, abandonan la actividad asistencial u optan por otras áreas de trabajo, como la industria farmacéutica. A su vez, la escasez de recursos económicos obliga a los médicos a centrar su tarea exclusivamente en labores asistenciales para poder subsistir. Esto implica una disminución de tiempo y recursos disponibles para la formación, la investigación y la docencia. Se pierde así a profesionales médicos que desempeñarían un papel fundamental como maestros de futuras generaciones.
Toda esta situación plantea un gran desafío en términos de retención y atracción de talento médico, que requiere de un abordaje integral, mediante la implementación de estrategias que promuevan la permanencia de profesionales en el sistema de salud, con incentivos adecuados, condiciones laborales atractivas y oportunidades de desarrollo profesional. Es esencial que cuenten con el tiempo necesario para completar programas de formación y capacitación continua, de manera que los médicos pediatras puedan mantenerse actualizados y motivados en su práctica clínica.
Si no logramos revertir esta situación, nos enfrentaremos a interrogantes no solo en la cantidad de médicos, sino también en la calidad de los profesionales que tendremos en el futuro. Hay que encontrar soluciones para asegurar que la pediatría en la Argentina continúe brindando la atención de nivel que nuestros niños merecen. Solo así podremos garantizar un futuro saludable para las generaciones venideras.
Médico pediatra; director del Departamento Materno Infantil del Hospital Universitario Austral y vicedecano de la Facultad de Ciencias Biomédicas, Universidad Austral




