
¿Recepciona o "receptúa"?
Por Graciela Schvartz Para LA NACION
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Este cajero no "receptúa" dólares, dice la mujer y la voz tiene una cerrada convicción de profesora un poco polvorienta, una pomposa ausencia de duda.
¿"Receptúa"?, se pregunta con curiosidad el escuchador, divertido más bien por la innovación, hasta ahora inaudita, habituado a otras derivaciones del recibir o la recepción que, sin ir más lejos, ya han alumbrado el usual "recepcionar", de la misma manera que "invasionar" desplaza a un sencillo "invadir" y viene ganando terreno sin que nadie le recuerde su origen intruso.
Pero receptúa, en cambio, es algo nunca escuchado, y suena (piensa) como si la mujer que habla quisiera impresionar al interlocutor, tal vez abrumarlo con la ostentación de un repertorio verbal múltiple o provocar, quizás, un silencio admirativo que la deje a ella dueña única de la palabra.
Porque qué puede experimentar cualquier persona más o menos sensata cuando, en medio de una conversación, de golpe emerge un "receptúa" como un paquidermo desatado; qué otra reacción sino un movimiento de silencio y repliegue frente a una palabra que, más que palabra, es vocablo liso y llano (áspero y rugoso) que como un venablo parte la cabeza, enfría, distancia, obliga a tomar recaudos para protegerse de una estocada como ésa, que por suerte no exceptúa de respuesta; siendo la más adecuada, en este caso, dar media vuelta y alejarse, dejando a la dama con la palabra en la boca para que receptúe sola.
Para esta mujer -concluye el que escucha mientras se escapa- un mero recibir no alcanza, es insuficiente y sobre todo es vulgar, cualquiera puede decir que recibe o recibió; ya "recepcionar" exhibe la posesión de otro saber (en su sentido mayormente policial: "¿Recepcionó?" "Positivo"). Pero ¿receptúa?, receptúa es un invento de marca mayor, enaltece altamente (redunda el escuchador) lo que sea que uno reciba, llámense dólares, como los de la señora que apalabró al escuchador, simples pesos, mercadería de la índole que fuese, una dosis de medicamento para un paciente abriboca (o tal vez sería mejor decir boquiabierto), una pregunta intempestiva, una respuesta o, por qué no -avanza el escuchador- favores sexuales a cargo de alguna señorita experta destinados, por así decirlo, al no por ocasional menos feliz receptuador de sus servicios.
Pero entonces, recibirse de abogado, por ejemplo, desde ahora puede llegar a ser nada menos que "receptuarse". O, peor aún -progresa el escuchador, se lamenta-, ya no se hablará de recibimientos (cálidos, amables, fríos, sólo corteses, mundanos, amistosos o apasionados) sino de "receptuaciones" que, por la simple fuerza de la palabra, se habrán vuelto ampulosas, con un no sé qué de altisonantes. Y esa clase de reuniones formales, hasta ahora llamadas propiamente recepciones, se volverán ¿qué cosa? ¿Qué será de las ajetreadas recepcionistas? ¿Cómo se llamarán de ahora en adelante?
Pero el escuchador se pregunta, entonces, cómo será la manera en que las palabras viven, cuáles quedan y cuáles mueren, por qué razones, por ejemplo, de malo se deriva maldad y no maleza, si en cambio de bello la belleza se cae de madura (porque beldad ya se va por las ramas del cumplido o de la descripción entusiasmada), o por qué no "bellesitud", haciéndose eco de la misma final desinencia donde cae la juventud, que por algo no es "jovencia", "joveneza" o "jovenza", así como es mortandad y no muertismo. Por qué alegría y no alegritud o alegranza o incluso alegridad.
Cuáles son los caminos que llevan a la destrucción y evitan, en cambio, un posible "destruimiento", pero convierten la compañía, en el mejor de los casos, en compañerismo, y en el peor en el aburrimiento y la obligación de soportarse, cuando no en un acompañamiento neutro.
Por qué de diferente es diferencia y de difícil, dificultad, y no viceversa; por qué semejanza y no "parecimiento"; por qué de esperar esperanza y de expectar, expectativa; por qué de concurrir, concurrencia, y no "concurrención", que suena tanto más aluvional y menos mesurado. Cuál es la razón de inteligencia y cuál la de brutalidad; de qué modo se enfrentan necedad y sabiduría; por qué de pájaro, ornitología, y no pajarería o "pajarismo"; cómo de Lugo lucense, de Córdoba, cordobés y de Salta, salteño, en lugar de saltarín.
Cuáles son las leyes que rigen las palabras y por qué (volviendo a la señora que se crispa por la presunta ineptitud de su cajero) pensará ella que "receptuar" es mejor, más culto, más refinado que el simple, despojado, viejo y familiar recibir, a secas, tanto más apropiado para hablar de besos, voces, versos, mensajes, llamados, propuestas, invitaciones, cartas, esquelas o misivas, flores, postales, regalos, caricias, bienvenidas, noticias buenas o malas, músicas al paso, recuerdos, limosnas, propinas, miradas directas o furtivas, homenajes, insultos, saludos, visitas, sueños deseados o pesadillas, café, té, vino derramado o agua bendita que, por el solo hecho de ser "receptuados", en lugar de sencillamente recibidos se volverían indigestos, inoportunos, mal avenidos y, mucho peor, vistos. Una verdadera porquería.
¿Por qué?, se pregunta el escuchador. ¿Por qué ingerir en lugar de comer? ¿Por qué cabello en lugar de pelo, rostro en lugar de cara, existencia a cambio de vida? ¿Por qué ebrio de vida o de alcohol y no sólo borracho; por qué mujer de vida fácil y no simplemente puta, pensando sobre todo que, en estos tiempos, la tienen tan difícil?
Porque si los dólares se "receptúan", si las palabras se "invasionan", si las comidas se ingieren (aunque de seguir así bien podrían "ingestionarse"), si decir que sí se dice positivo, si un cauce, una vasija, un balde, una caja, una alcancía, un relicario, un estuche del género que sea se convierten en simples recipientes o en genéricos receptáculos, si un añejo acuse de recibo se vuelve "receptuación" conformada, entonces, de la misma manera, por la misma vía, un abrazo puede transformarse en gesto hueco, una mano apenas en instrumento prensil, una cacerola sólo en utensilio y todo esto que llena las palabras puede escurrirse por el sumidero como si fuera puro ruido inútil.
Y el que escucha -léase el receptor del mensaje- piensa también cuánto de una persona dicen las palabras que elige para nombrar las cosas. Porque no es que a "receptúa" le falte imaginación: por el contrario, tener la tiene, pero es una clase de imaginación como de cuartel o cartapacio, de burocracia etimológica, de mamotreto, papelote, archivo adocenado por el tiempo, carbónico consumido, doblado en los bordes, decrépito de pliegues; es la imaginación de alguien afectísimo al orden que con el lápiz golpetea su escritorio, impaciente; que antes que mirar el cielo prefiere la dudosa certeza de un informe meteorológico, para quejarse después por incumplimiento; alguien para quien las palabras no son nada.
Porque no sólo es error decir "receptúa", no es únicamente no saber, es elegir, duro y mal pensando, que es "korrekto"; es creer que una palabra viene con póliza incluida y ser, en cambio, un pedante amanerado, un petimetre, un maestro Siruela. O una maestra, en este caso, que lo que merecería, por haberse encaramado al punto más alto de un tan escarpado, tan abrupto "receptúa", es caer bien bajo y estrellarse contra los suaves vaivenes de un recibió, dicho a tiempo.



