Sacar la cara por Kicillof y hacerle la campaña a Larreta
El Presidente se devalúa como vocero del gobernador bonaerense, pero instala al jefe de la Ciudad
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Es un caso peculiar de comunicación política: la fuerza que está a cargo del poder central en la Argentina supone que horada las chances del único (por ahora) precandidato a la presidencia para 2023, pero en realidad no hace otra cosa que instalarlo cada vez más fuerte en la vidriera nacional. Peor aún: los estrategas de formas y contenidos del actual presidente Alberto Fernández deberían repensar caminos alternativos para no desembocar como siempre en un involuntario dispositivo mediático en dos tiempos en el que habla el primer mandatario y un rato más tarde llega la réplica del jefe del gobierno porteño por la misma pantalla, en pie de igualdad y con un valioso plus: se queda con la última palabra.
En conjunto, las dos piezas se parecen a una suerte de borrador de debate presidencial asincrónico, porque no es cara a cara y sucede en tiempos distintos. Pero en lo demás se asemeja bastante: la máxima autoridad despliega sus argumentos y a continuación el desafiante le retruca punto por punto.
El formato que sin querer llevan adelante Fernández-Larreta es muy novedoso y goza de alto encendido, con intensa repercusión en redes sociales y el resto del planeta mediático. Comparado con las monocordes cadenas nacionales de Cristina Kirchner cuando era presidenta, hay un salto de calidad informativa: Alberto Fernández tiende a ser más concreto y menos mesiánico que su actual vice y abre el juego a las preguntas de los periodistas (algo del todo inusual en el período 2003-2015). Luego, Larreta complementa con puntualizaciones aún más quirúrgicas y también deja que la prensa lo interrogue. Quien siga con atención ambos envíos accede a un panorama bastante preciso y fundamentado de las posturas en pugna defendidas por sus dos principales protagonistas. No es poco.
Ahora bien, en el caso del Presidente expone más de lo que gana: le sirve para fidelizar a sus votantes y para entusiasmar a la militancia más ultra de su coalición que podía tener reparos hacia el Alberto más dialoguista que parece haber quedado en el pasado, pero difícilmente amplíe la base. Para su contendiente, hasta hace poco de una influencia estrictamente limitada al área metropolitana, es pura ganancia: el nuevo dispositivo lo hace conocido a nivel nacional y ya pesca en aguas abiertas donde hay abundantes cardúmenes dispuestos a morder la carnada. Thank you, Mister President.

Este proceso de construcción no deseado, pero por lo visto inevitable, del competidor más peligroso (incluso, con más fuerza del empeño involuntario que le puso en su momento el matrimonio Kirchner a instalar a Mauricio Macri como presidenciable) sería algo disfrutable y hasta simpático visto desde el puro lado lúdico de la política. El problema es que esto sucede en el medio de la más dramática situación sanitaria que le ha tocado atravesar al país en la era moderna y en el contexto de una economía maltrecha desde hace por lo menos diez años, agravada por la pandemia y por las pésimas decisiones en el manejo local de las cuarentenas y el zigzagueante plan de vacunación.
Todo debió haber sido de una manera distinta y esto no está dicho con el diario del lunes, sino mirando los acontecimientos de hace un año: Mario Negri le dijo al Presidente que era “el comandante” de la batalla contra el Covid y puso a la principal fuerza opositora a disposición. Una mesa común de oficialistas y opositores para acompañar al primer mandatario en la toma de decisiones conjuntas y consensuadas sin especulaciones políticas para manejar la crisis sanitaria y el plan de vacunación nos habrían evitado los sinsabores y escándalos que suscitaron una planificación unilateral y desordenada. No era un tema para divisiones ni para especular electoralmente. Todos sentados a una misma mesa los hacía corresponsables y, probablemente, más eficientes. Un consenso extraordinario para una situación extraordinaria.
El Presidente intuyó que debía ir por ese lado cuando apostó por un tiempo a la mesa compartida con Larreta de un lado y con el gobernador bonaerense del otro. “Es por ahí”, se hizo escuchar el pueblo en las encuestas cuando se disparaba la imagen positiva de Fernández. Era un poderoso símbolo que había que dotar de contenido y continuidad. Pero esa auspiciosa iniciativa duró un suspiro. Todo se desbarató y empezó un nuevo capítulo desgastante llamado “Disparen contra Larreta” que, paradójicamente, ya lo está beneficiando y que le regala una amplísima difusión. Encima Fernández se devalúa al actuar como vocero y defensor del peor Kicillof, en guerra santa contra la pérfida Capital.
Todo implica una enorme pérdida de tiempo y de energías, con consecuencias funestas sobre la salud de los argentinos. Un búmeran electoral de efectos imprevisibles.







