
Trenes gratis para delincuentes
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La patética experiencia vivida y narrada por un periodista de La Nación a bordo de un tren fletado especialmente para los barrabravas de Boca Juniors puso al desnudo la equivocada actitud de cierta dirigencia social y empresaria ante los desmanes provocados por los delincuentes e inadaptados que habitualmente se confabulan para instalar la violencia en los estadios de fútbol. El cronista incurrió, sin medir el riesgo, en la temeridad de abordar un tren reservado para hinchas de Boca que partía de la terminal San Martín, en Retiro. Las peripecias y las golpizas arteras que padeció a manos de los barrabravas boquenses hasta que pudo descender del convoy, en San Miguel le demostraron en carne propia que la barbarie patoteril y la indiferencia que prohíija su impunidad no sólo imperan en las tribunas de los estadios sino que también sientan sus reales en otros ámbitos, al abrigo de la tolerancia expresa de un sector empresarial; en este caso, del ramo ferroviario.
El tren al que subió el cronista _y en el que estuvo a punto de consumarse una tragedia irremediable_ estaba reservado, como queda dicho, para los simpatizantes de Boca. Los vándalos con apariencia de seres humanos venían de presenciar en el estadio de ese club el cotejo que sostuvo con Rosario Central. Un permisivo criterio selectivo ha llevado a la empresa concesionaria _Transportes Metropolitanos_ a asignarles a los barrabravas una formación especial en la cual, además de viajar gratis, pueden incurrir en cuanta tropelía y desmán se les viene en ganas sin que nadie ose tan siquiera ponerles freno.
El instintivo sentido de la conservación le dio la primera señal de alarma al desprevenido e indefenso pasajero cuando comprobó que la atmósfera del vagón estaba enrarecida por el humo de la marihuana. Después vino el acoso masivo: lo amenazaron, lo golpearon a mansalva y le robaron dinero y otras pertenencias. Se pudo poner a salvo a duras penas, refugiándose a la vera del personal de seguridad, que tan sólo hacía inútil acto de presencia en el tren, amilanado de antemano por los feroces antecedentes de aquellos a quienes debían custodiar. Entretanto, en los demás vagones tenían lugar tumultuosas grescas de similar y degradante cariz.
La víctima es un hombre joven, lo cual le valió salir del trance con lesiones dolorosas, pero de menor cuantía. En su lugar podría haber estado una mujer, un niño o un minusválido; aterra inferir qué suerte habrían corrido.
En muchas oportunidades se ha censurado al Estado por no asumir la responsabilidad que le corresponde en la lucha contra el delito y en la preservación de la seguridad colectiva. Hoy cabe extender el reproche a una empresa privada que, con el pretexto de evitar o atenuar la posibilidad de que se produzcan situaciones de violencia, apaña a la barbarie de las barras bravas, exceptuándolas de abonar el pasaje _prebenda que no se concede a otras personas seguramente más necesitadas_ y les reserva un tren para que puedan delinquir a sus anchas.
Mientras las autoridades, las instituciones policiales, los dirigentes deportivos y el resto de la comunidad opten por el timorato y facilista recurso de seguir haciendo concesiones a los violentos, el salvajismo perpetrado al cobijo de la sana pasión por el fútbol seguirá imperando con completa impunidad en los estadios y, tal como está visto, fuera de ellos.






