Una cadencia misteriosa
Sobre Años de gracia, de María Martoccia
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C
uando Angie toca el timbre, Felisa está en el lavadero y la señora Amelia, envuelta en una manta, mira el jardín desde su habitación. Los rosales dejan caer los pimpollos que no florecieron por falta de agua y las hojas que apiló el nuevo jardinero corren sobre el pasto. La señora Amelia fija la vista en un pino, el viento inclina su punta como lo haría la pluma de un sombrero.” Con ese párrafo inicial de Años de gracia comienza a sonar el vals de María Martoccia (Buenos Aires, 1957), una cadencia más afín al Valse triste, de Sibelius, que a la ampulosa versión vienesa, un tono medido con precisión rítmica y exacta melancolía.
En esas pocas líneas se condensan rasgos intimistas que desembocarán luego en dominios más ásperos, de los que no estará excluido un componente policial: hay alguien que se anuncia, el interior de una finca que cuenta con servidores, la vegetación que la circunda y la subjetividad acaso culposa de la señora de la casa, inválida y abrigada por una manta, en un sillón. ¿A qué viene Angie, una desconocida para la gente del lugar? Estamos en un predio serrano, y la recién llegada lanzará una oferta para transformar esa casona en una posada para el turismo. Pero el detalle todavía no le será revelado al lector en ese capítulo inicial, primero de los doce pasos en los que una narradora omnisciente percibe lo que vive cada uno de los personajes, pero también los ámbitos que habitan y lo que ven desde sus propias, múltiples perspectivas.
Como en anteriores títulos de Martoccia –Sierra Padre (2006) y Desalmadas (2010)–, el epicentro está en las sierras, en Córdoba, si bien ahora los ángulos de mira también van saltando por diversos escenarios: al caserón “macizo y señorial”, pero sin lujo, se le suman un departamento en Buenos Aires, una comisaría en las afueras de Rosario, una casa (más moderna) que mira a otros cerros. El foco de atención inicial, que reaparecerá periódicamente hasta el final de la novela, es la señora Amelia, protagonista en el pueblo de un recordado episodio “accidental” que dejó dos víctimas: una vaca y una tal Lorraine, la bella rubia que la acompañaba en la camioneta cuando atropelló al animal. Ese motivo, la vaca muerta, atravesará todo el relato con indiscreciones de intriga.
Hay chispazos grotescos en esa anécdota disparadora; Martoccia los aligera con un discurso indiferente que finge laconismo para crear un efecto de distancia. Cuando el relato se carga de subjetividad, un corte descriptivo del entorno –como el que suelen insertar muchos grandes narradores– basta para restablecer el tono: “La niebla desciende por las sierras, empujada ahora por el viento que sopla del oeste, pero apenas toca los techos y los árboles, se evapora y deja el aire húmedo y fragante”.
Los ambientes y diversos indicios harán creer, por momentos, que se trata de un relato costumbrista: los diálogos entre personajes rurales reproducen modismos regionales en discurso directo, transcripción de voces populares que en la literatura argentina encuentra, de Fray Mocho a Puig, antecedentes ejemplares. En otros tramos, la intriga se interna en el código de la novela policial. Ninguno de esos trazos, sin embargo, termina por aprisionar en esquemas de género la personal impronta de la novela.
Martoccia va cercando el asunto con el pulso del chisme: son los observadores periféricos quienes aportan datos al pasar, a modo de testimonios con los que el lector va armando una posible trama que le permitirá evaluar si “lo accidental” del infortunio encubre o no un delito. Este procedimiento alcanza su cenit hacia el final, con los preparativos de inauguración de la hostería proyectada al comienzo. Con ironía asordinada, el narrador deja que el lector complete un desenlace que se cumple, en realidad, como un un fundido cinematográfico. Sólo una manipulación sutil de la elipsis autoriza a cerrar (o, más bien, a dejar abierto) el relato.
Con esa sencillez en el fraseo, de peculiar espesor, Martoccia trasunta en Años de gracia una rara felicidad al contar, tan elocuente que su dicción resulta única.
AÑOS DE GRACIA
Por María Martoccia
Tusquets
206 páginas
$ 299









