Una decisión controvertida que vulnera derechos
La toma de colegios para manifestar el apoyo a la legalización del aborto es un ejemplo claro de una contradicción problemática. Hay un país capaz de avanzar con energía edificante hacia la conquista de derechos humanos del futuro y hacia la consagración histórica de derechos pendientes desde el siglo XX en América Latina. Y hay otro país que a cada paso constructivo que da en pos de esos derechos nuevos se lleva puesto derechos fundacionales de la vida en democracia. En realidad, es el mismo país y se llama Argentina.
La conciencia íntegra y profunda que la adolescencia viene desplegando en temas de género es inversamente proporcional a su conciencia acerca de algunos de los derechos fundadores de la democracia. Se trata, en este punto, del derecho a la educación y a la libertad de expresión.
Vale una aclaración: no estoy de acuerdo con las tomas de escuelas bajo ninguna circunstancia, tampoco para defender un derecho urgente, pero estoy a favor del aborto legal, seguro y gratuito sin importar la motivación que nos lleva a las mujeres a tomar esa decisión.
Pero resulta muy cuestionable que el compromiso y la contundencia con que parte de la sociedad defiende ese derecho de las mujeres opaque el ejercicio del derecho a la educación de todos los adolescentes y a la libre expresión de la adolescencia que piensa distinto. La toma de escuelas pone en jaque esos dos derechos. Y lo hace en varios sentidos.
Primero, porque la escuela, y especialmente la escuela pública, debe ser el lugar donde chicos y chicas encuentren un ambiente seguro y acogedor para expresar sus identidades profundas, sus desencuentros existenciales, su perplejidad ante el mundo sin sentirse juzgados ni avasallados por la posición de las mayorías. Dentro del espacio de la escuela, cada adolescente y sus visiones valen lo mismo. Dentro de la escuela, no es el juego de mayorías y minorías el que encauza las creencias supuestamente equivocadas de la adolescencia. Es la tarea formativa de los educadores la que debería hacerse cargo de esa responsabilidad. Cuando hay toma, no hay adultos educando. Cuando hay toma, no hay educación.
El riesgo es condenar a los adolescentes "pro vida", o a los que están a favor del aborto, pero en contra de las tomas, a la reclusión en la soledad de sus conciencias en pleno patio escolar, donde deberían estar brillando y siendo escuchados. Para muchos, no resulta fácil plantarse ante las minorías más intensas de sus escuelas, que se presentan como mayorías surgidas de asambleas demasiado imperfectas.
Segundo, porque no hay derechos más importantes que otros ni más justos ni más legítimos que otros. No hay "derechos de izquierda" por un lado y "derechos de derecha", por el otro. La militancia activa en defensa de un derecho, en este caso el del aborto legal, no puede basarse en el avasallamiento del derecho a la educación o del derecho a la libre expresión de quienes piensan distinto. Cuando se toma una escuela, parte de la adolescencia se queda sin voz.
No es menor que eso suceda con el argumento de que la urgencia del derecho al aborto manda sobre cualquier otro debate. La democracia es un juego delicado que se basa en la fe en sus reglas, es decir en el respeto de los derechos y las obligaciones, los urgentes y los de siempre.
Como en el ajedrez, sin reglas no hay juego democrático. No alcanza con un territorio y unas personas en ese territorio para tener una democracia. Las reglas constituyen el juego. Es necesaria la creencia en las reglas del juego democrático. La defensa de una democracia plena implica una conciencia clara acerca de los derechos que están en pugna y de los dilemas que eso acarrea. Es contradictorio militar por la protección del derecho de las mujeres al aborto vulnerando abiertamente otros derechos.
Es hora de que la caja de herramientas de la democracia con que la adolescencia reclama por sus derechos deje de incluir las "tomas". En democracia, se puede. Hay múltiples recorridos para lograr conquistas sin vulnerar derechos. Gran parte de la militancia feminista del Ni Una Menos viene dando ejemplos de cómo se pueden correr los límites de lo posible sin arrinconar derechos.
Aquí llega la tercera cuestión. Que, precisamente, la libre manifestación de las personas puede darse en la plaza donde las ideas opuestas compiten de igual a igual por la atención de la opinión pública sin jaquear ningún otro derecho. Y no en la escuela, que es de todos y de cada chico aún los que piensan distinto a las voces más fuertes.
Finalmente, que la democracia argentina que tan duramente conquistamos es una democracia representativa. Unas 30.000 firmas de estudiantes apoyando el aborto no reemplazan la representatividad parlamentaria. Y no sólo porque son pocas en relación a los casi 4 millones de alumnos secundarios y cerca de 2 millones de estudiantes universitarios. También porque en nuestro país la representación ciudadana más legítima, la que surge de las elecciones, es indirecta. Y eso es algo que también la adolescencia debe comprender cabalmente.
No importa cuántos manifestantes ocupen las calles. Ni cuántos colegios sean tomados. Ni cuántas firmas se reúnan. La decisión está en el Congreso. Ahí vale la lógica de mayorías y minorías. Si la votación no beneficia las posiciones que consideramos justas, es el juego de largo aliento de la alternancia de mayorías y minorías parlamentarias la que dirimirá la cuestión en el futuro y no la presión fáctica de colegios o universidades tomadas. Queda pendiente un debate acerca de cómo dejar atrás las tomas y dar con alternativas de mayor calidad democrática.
La escuela debería ser el ecosistema donde chicos y chicas aprendan a ponerse en el lugar del otro, aún del que piensa completamente distinto. Ese es el punto de partida para entender que la exclusión del otro no es una posibilidad de la vida en democracia. El esfuerzo es encontrar territorios comunes.
La sensibilidad, honestidad y vitalidad con que la adolescencia acompaña la libertad de los géneros es una muestra de su maravillosa madurez y una lección para los adultos que fuimos chicos en otras épocas. Pero los adultos también tenemos muchas cosas para ofrecerle a la adolescencia.
Cuando los adolescentes toman escuelas, se quedan solos. Los adultos los dejamos solos. Y nos privamos de construir con ellos más conciencia democrática. La que tiene que ver con la libertad de los géneros y también, la que tiene que ver con las reglas de la democracia que garantizan, precisamente, el ejercicio pleno de los derechos. De todos los derechos. De los derechos de todos y todas.