Reseña: La canción de los vivos y los muertos, de Jesmyn Ward
La reciente muerte de la estadounidense Toni Morrison (1931-2019), Premio Nobel de Literatura en 1993, no solo dejó un vacío en la literatura estadounidense, sino también un interrogante por sus herederas. Además de la omnipresente Chimamanda Ngozi Adichie (nacida en realidad en Nigeria), la autora de Americanah, no son demasiadas las narradoras afroamericanas traducidas con regularidad.
Jesmyn Ward es una de las excepciones. Nacida en Mississippi en 1977, publicó las novelas Where the Line Bleeds (2008, aún no traducida) y Quedan los huesos, que ganó en 2011 en su país el National Book Award. En 2017 volvió a obtener el mismo galardón con La canción de los vivos y los muertos, lo cual supuso una consagración adicional: es la primera escritora en haberlo recibido dos veces.
En parte por la localización (el golfo de Mississippi) y el clima sureño, en parte por el poder de los monólogos de los personajes, La canción de los vivos y los muertos recuerda de inmediato el pathos de las novelas de William Faulkner, aunque sufrido desde el otro lado: no figura la decadencia de viejas familias terratenientes venidas a menos, sino que el foco está puesto en la gente de color y la llaga de los conflictos raciales.
Hay un hombre blanco, sin embargo, el padre de Jojo y Kayla –dos hermanos que viven en una granja con sus abuelos negros– que acaba de salir de la cárcel, la misma en la que el abuelo pasó injustamente una temporada durante su juventud. Leonie, la madre de los chicos, insiste en ir a buscar al progenitor, lo que los embarca en un viaje que en más de un punto recuerda (salvo por el argumento) el lento derrotero de Mientras agonizo, una de las más contundentes novelas de Faulkner, y, por los ecos religiosos, a Flannery O’Connor.
La sucesión de monólogos rotativos y contrapuestos, la aparición de un tercer chico que se suma al viaje –y que permitirá que Jojo conozca el legado de la esclavitud– y la prosa le dan lirismo a una novela dura, seca, donde la memoria cumple un papel tortuoso: el de los pasados imposibles de erradicar. A la cadencia de La canción de los vivos y los muertos se la ha asociado con el blues rural, pero también el gospel, y razones no faltan: detrás de sus pesadillas, siempre hay un resquicio para la redención.
La canción de los vivos y los muertos
Jesmyn Ward
Sexto Piso
Trad.: F. González
256 págs./ $ 950