Ya basta de meter goles con la mano y festejar
Meten un gol con la mano a la vista de todos y se rasgan las vestiduras cuando el referí hace sonar el silbato y corta el festejo. Estimado lector, disculpe la metáfora futbolística: donde dice gol lea consejero de la Magistratura y entenderá de qué estoy hablando.
¿Cuántas veces ha repetido el kirchnerismo esta secuencia? Básicamente, en eso consiste la praxis que lo define: la palabra desmintiendo lo que los ojos ven o el discurso creando una realidad virtual, inexistente. Cristina Kirchner ha tenido una lengua capaz de echar sal en las heridas sensibles y no resueltas de la memoria nacional, de tal forma que el resentimiento así estimulado velara con una pátina oscura el sentido de la vista. Anulada la realidad, o reemplazada por un relato que profundiza el fanatismo (y con él la ceguera), los Kirchner y sus cómplices se dedicaron a la industria de los bolsos mientras intentaban hacerse del control del Poder Judicial y los medios de comunicación. Una de dos: confiaron demasiado en el poder de manipulación de la palabra o se pasaron de rosca en el terreno de los hechos. Tal vez ambas cosas. Como sea, hoy la obscenidad de los hechos, pasados y presentes, se impone sin remedio, en tanto la efectividad del relato decrece en modo inversamente proporcional.
A pesar de esto, y a falta de otra idea, insisten con la impostura y el engaño. La gran pregunta que deberemos enfrentar en algún momento, acaso cuando pase el temblor, es cómo el kirchnerismo llegó tan lejos con un recurso tan elemental que hoy cobra visos grotescos. Una primera hipótesis: quizá porque allá en el principio buena parte de la sociedad veía pero sin querer ver del todo, y en consecuencia dejó pasar muchos, demasiados goles con la mano sin exigirle al distraído referí que parara el juego antes de que fuera tarde y quedaran abolidas todas las reglas. Allá por 2012 o 2013, estuvimos cerca.
"La única defensa de la sociedad contra la verdad del autócrata, que se basa en la mentira, es el Poder Judicial"
Hoy los árbitros están determinados a cumplir su papel y avanzan con el reglamento en la mano. Esto es definitorio. La lucha de fondo de todos estos años que vivimos en peligro pasó por determinar quién define el criterio de verdad. En las autocracias, el líder convierte su voluntad en ley y la impone a las instituciones, que pierden su razón de ser. En las democracias republicanas, la palabra última la tienen los jueces basados en la autoridad de la ley, que rige, o debería regir, para todos. La única defensa de la sociedad contra la verdad del autócrata, que se basa en la mentira, es el Poder Judicial. Y según parece, llegó la hora de la Justicia. Era hora.
El fallo de la Corte Suprema que frenó el ardid de Cristina Kirchner para quedarse con un mayor número de representantes propios en el Consejo de la Magistratura no solo dejó sin efecto el fraude. De paso, en frases sencillas, describió el accionar característico del kirchnerismo. En la falsa división del bloque oficialista en el Senado, cuyo objetivo era birlar un jugador para el equipo de la impunidad, “se encontraba en juego el correcto funcionamiento de las instituciones de la República”, dice la sentencia. Este suele ser, y no por casualidad, el principal efecto de las acciones del kirchnerismo. Desde hace veinte años. Reconforta que, en un caso concreto, lo verifique la Corte.
El fallo condenó también “la realización de acciones que, con apariencia de legalidad, procuran la instrumentación de un artificio o artimaña para simular un hecho falso o disimular uno verdadero con ánimo de obtener un rédito o beneficio ilegítimo”. ¿No es este el ADN del oficialismo? En todos estos años, los columnistas críticos nos hemos cansado de decir esto de mil modos distintos –acaso cansando a nuestros lectores– a partir de una inacabable lista de hechos distintos aunque similares en esencia. Que definiciones tan claras y precisas lleguen a los folios del tribunal más alto del país templa la esperanza en la resistencia de las instituciones ante el embate populista.
En un concepto igual de importante, la Corte dice que el accionar de la Presidencia del Senado “desconoce el principio de buena fe, cardinal en las relaciones jurídicas”. Yo creo que el desconocimiento de ese principio por parte de los Kirchner y sus principales funcionarios ha marcado la trayectoria del kirchnerismo y también el clima tóxico con el que contaminó la vida política, social y cultural argentina de los últimos veinte años. Sin buena fe no es posible el diálogo. Y sin diálogo no es posible convivir.
Ante un Poder Judicial más decidido, que avanza en varias de las causas que la comprometen, ¿cómo responderá Cristina Kirchner? Lo estamos viendo. Por un lado, haciendo un falso llamado al diálogo para socializar los costos de la crisis económica. Por el otro, enfrentando a la Justicia de un modo cada vez más brutal mientras se victimiza. Ya dijo que no acatará el fallo de la Corte y pergeñó un video de guión imposible para involucrar a la oposición en el atentado que sufrió en septiembre. Pero la tiene difícil. Para ganar, el equipo de la impunidad necesita árbitros que no hagan sonar el silbato cuando ven (o hacen que no ven) a un jugador que agarra la pelota (o los bolsos) con la mano.