
El punto de vista de él: hoy escribe un hombre
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Gabriela: "la gente no cambia, se acentúa"
La conocí un miércoles en un after de la costanera en agosto de 2010. Estaba parada al lado de la barra, me acerqué a decirle algo. Me gustó su sonrisa, su frescura. Esta morocha de pelo negro ondulado y tez morena, era poseedora de una belleza exótica, cautivante. A los 29 años, tenía un cuerpo privilegiado, su cola parecía tallada por un artista. Estaba vestida con jeans ajustados, botas, camisa blanca y un saco color beige. Usaba unos aros coloridos y alegres. Me contó orgullosa que tenía ancestros africanos y europeos, esto se percibía en su particular fisonomía. Le ofrecí comprarle un trago, me pidió una 7-up. Extrovertida, simpática e ingeniosa, hablaba sin tutearme y en tono alegre. Elogió mi estilo "clásico con mocasines y pullover atado a los hombros, como Julio Iglesias", me dijo. Definió mi forma de bailar como baile de casamiento. No pude evitar sonreír. Me sentí atraído, aliviado. Hablamos hasta que cortaron la música. Me dio su teléfono y quedamos para otro día.
Abogada de profesión y aspirante a convertirse en escribana. Alumna y trabajadora prolija y obediente. Adicta a la moda, al shopping, siempre bien vestida, perfumada, desplegaba elegancia y ejercía su femeneidad marcada y naturalmente. Caminaba acentuando el movimiento lateral de los hombros y la cadera como una modelo que recorre la pasarela, inclusive cuando iba al baño. Esto último resultaba muy pintoresco. Tenía una opinión precisa de cómo debe comportarse el hombre. Mi hermana al conocerla la definió como la chica Disney, como el film Legalmente rubia, pero, en este caso, morocha. La quiso de entrada. Entre sus personas inspiradoras estaban Susana, Mirtha así como también Cacho Castaña. Experta en el uso y aplicación de refranes o dichos populares, solía decir: "La gente no cambia, se acentúa" como remate, o una de sus frases preferidas: "como decía Julio Iglesias, solo se le debe temer a una mujer despechada". Sí, la verdad, me divertía con ella.
El cortejo duró como dos meses. La primera salida fue la más bizarra, cenamos curry con vino tinto en Bangalore y después, alegres, caminamos hasta que por azar, dimos con un boliche de mala muerte donde estimulados por los tragos baratos, participamos de un insólito concurso de baile y pude robarle un beso pidiendo ayuda al público y al jurado, que coreaban "piiiiiiico, pico pico pico". Fue un momento inolvidable, encantador. Solo que del beso no pasamos durante los seis fines de semana siguientes, en los que ella resistía gallardamente, "un caballero tiene que saber esperar" y yo esperé. La llevé a cenar a varios lugares, anduvimos por los bares de Palermo hasta altas horas de la noche. Por fin, cuando ella dispuso, el octavo fin de semana, aceptó subir a mi casa e hicimos el amor, y no nos separamos un instante los seis meses que duró la relación.
Se encontraron dos soledades. Ella después de un duro revés amoroso, había pasado ocho años sin salir con nadie. A mí me habían dejado y estuve meses relamiendo abiertas heridas cardíacas. Al principio todo iba muy bien, la relación fluía. Vivía en un dpto en Villa Crespo que su padre le había cedido. Nos cocinábamos, íbamos al cine, al teatro, salíamos con amigos. El sexo estaba muy bien, yo no me podía quejar.
Solo que de a poco comenzaron a inquietarme algunos de sus planteos y/o reacciones. Como por ejemplo el hecho de que siempre, después de pasar como media hora arreglándose, me preguntara si estaba linda, o el día que caminando de la mano por la calle Corrientes me sorprendió mirando una chica en minifalda y empezó a recriminármelo con frecuencia creciente hasta volverse insoportable. Los celos se desataron. Hasta llegó a decirME: " que hubieras hecho si te devolvía la mirada y no estabas conmigo, hasta donde serías capaz de llegar", con los ojos desorbitados e inyectados en sangre y rencor. "Mi psicóloga me dijo que los hombres como vos son pajeros," remató un día. Cuando lo hablé en terapia y me preguntaron qué me gustaba de ella dije que le veía potencial, mi psicóloga me defenestró.
Pensé que si le explicaba "comportamiento masculino elemental" ella podría entenderme. "Todos los hombres miramos, solo que algunos disimulan mejor", atiné a decirle. Pero no pude educarla, fue en vano, y comenzamos a discutir sobre cómo deberían ser las cosas. Cierto es que la balanza todavía cerraba y seguíamos juntos, solo que la escalada bélica avanzaba lenta e implacable.
Deseoso de irme de vacaciones a Brasil a visitar a mi mejor amigo que vivía en Fortaleza, le propuse que nos fuéramos juntos. Lo hice a pesar de las dudas que emergían como burbujas de un copa de espumante, para no irme solo. Él vive con su esposa y sus tres hijos. El programa no me terminaba de convencer sin una acompañante. Ella aceptó entusiasmada y nos ocupamos de los preparativos dejando la discordia de lado, por el momento. Se compró un lujoso set de valijas estampadas para llevar su equipaje. Por decir algo: llevaba nueve bikinis, lo que contrastó con mi bolso deportivo de seis kilos. En ese momento pensé: "en qué me estoy metiendo".
Los problemas arrancaron desde el principio, "que no me das bola", "que no me defendiste el otro día cuando discutí con tu amigo jugando al burako". La llevé a una playa soñada, a un hotel cuatro estrellas buscando un poco de intimidad, pero yo "ya no resultaba ser el hombre del que ella se había enamorado", me dijo en la cena después de otro entredicho. Me amenazó con volverse a Buenos Aires, le dije que hiciera lo que quisiese pero que se iba a arrepentir, al final se quedó. A pesar de que estuvimos en el paraíso terrenal, no logramos congeniar, hasta perdimos el avión de regreso.
A la vuelta me dijo que estaba harta y que no quería estar más conmigo. Le duró una semana volver con el rabo entre las patas. Nos dimos la última oportunidad hasta que decidí que no iba más. Me mandó una carta perfumada escrita en letra rosa donde me decía que la perdonara por lo chiquilina y que ella iba a cambiar, pensé con ironía en una de sus frases: "la gente no cambia, se acentúa". No hubo reconciliación.
Pasaron tres años, a veces pienso en ella, extraño una parte y también tengo muy presente porqué me separé. No estuve enamorado pero la quise y lo pasé bien a pesar de todo. A veces fantaseo con la mujer ideal, y encuentro aspectos de Gabriela en ella. Me imagino compartiendo un café, haciéndole el amor o teniendo una buena charla. Le diría que la quise y que no fue fácil romperle el corazón, después de todo había apostado por lo nuestro. Le deseo que encuentre lo que está buscando, hasta donde pude saber no lo encontró.



