A 50 años del secuestro de Aramburu. El hallazgo inesperado que reveló la trama del crimen de Montoneros
TIMOTE.- Llovía cuando sonó el teléfono. Caía la noche del miércoles 15 de julio de 1970 y poco y nada ocurría en Carlos Tejedor. Hasta esa llamada. Una voz superior, de la Dirección de Investigaciones de la Policía bonaerense, le informó al subcomisario Rogelio Rouan que allá, en el pueblo de Timote, podían estar algunos sospechosos del secuestro de Pedro Eugenio Aramburu. Así que Rouan convocó a cinco subalternos, aprestaron las armas y, ya iniciado el jueves 16, salieron con destino prefijado: la casona "La Celma". Fueron en busca de pistas, acaso de un tiroteo; se toparon con un cuerpo que signó a la zona para siempre. Era el desenlace del misterio que tenía en vilo al país.
La Policía había llegado hasta Timote, un pueblo de 1000 habitantes, 421 kilómetros al oeste de la Capital Federal, tirando de una pista tras otra. La primera surgió tras la toma del pueblo cordobés de La Calera, donde Montoneros cometió varios errores. Entre otros, moverse con documentación sensible que, ya en manos de los investigadores, condujo el rastro hasta el conurbano bonaerense, permitió detener a otros militantes y, con el paso de los días y a fuerza de tormentos, identificar a los presuntos secuestradores del mayor ícono de la "Revolución Libertadora".
La lista de sospechosos se difundió por todo el país. Con nombres y fotografías de sus rostros; entre ellos, los de Mario Firmenich y Carlos Ramus. Fue cuestión de horas para que un banco de Vera, una ciudad del norte de la provincia de Santa Fe, llamara a la policía local para avisarle que ambos habían gestionado allí un crédito para financiar su negocio de compra y venta de ganado. Con un dato adicional: en los papeles constaba la dirección de "La Celma", en Timote.
El resto fue parte del procedimiento usual: el destacamento de Vera llamó a la Central de la Policía santafesina, que envió un teletipo a la Jefatura de la Policía bonaerense en La Plata, que a su vez alertó a Carlos Tejedor. Y allí estaba Rouan, en la fría madrugada del 16, yendo con cinco agentes a Timote, bajo la lluvia.
Al llegar al pueblo, Rouan y sus agentes se tomaron una hora larga para avanzar hasta "La Celma". Sumaron a los policías asignados al destacamento de Timote, como el agente Héctor Batista, y se desplegaron con armas largas, "por temor a tiroteo", asentaron en el acta policial cuya copia obtuvo LA NACION. No sabían si los protagonistas del "Operativo Pindapoy" aún estaban dentro de la casona, dispuestos a defenderse.
Ya cerca de las 3.30, interrogaron al casero de "La Celma", Blas "el Vasco" Acebal, 76 años, español de nacimiento y soltero, al que todavía medio dormido le mostraron una foto de Firmenich. Lo reconoció y les contó que solía alojarse allí junto con el "patroncito" Ramus, pero que ahora no estaban, se habían largado ya. Así que avanzaron hacia la vivienda, usando al "Vasco" como escudo humano, por las dudas.
Al entrar, según consta en el acta, encontraron "papeles de liquidación de hacienda" con membrete de "Carlos Gustavo Ramus – Mario Eduardo Firmenich", pero no había nadie en la casa, como les había dicho Acebal, así que aventado el peligro inminente, Rouan detuvo el operativo y mandó traer dos testigos. Fueron los lugareños Hipólito Paterno (53 años) y José Zurdo (48), cuyas casas quedaban justo enfrente de la estación local del Ferrocarril Oeste.
"Eran las cinco y media de la mañana cuando fui llamado por la policía", recordaría Zurdo a la prensa, según un trabajo de recolección que lideró la historiadora de Carlos Tejedor Zulma Álvarez. "Calculo que llegamos a ‘La Celma’ cerca de las seis", añadió el testigo.
Rouan también convocó a un fotógrafo de Tejedor, José Antonio Molina. Lo despertaron, rememora ahora, medio siglo después, conversando con LA NACION en la vereda de su casa. Le dijeron que "debía hacer unas fotos muy importantes". Así que tomó dos de sus cámaras, cuatro rollos y salió para Timote en una estanciera de la Policía.
Ya con dos testigos y el fotógrafo, avanzaron por la casa: pasillo central y tres habitaciones de cada lado. Todas estaban abiertas, salvo una, la del fondo a la izquierda. Al forzar la puerta, recordaría el agente Batista, encontraron algo raro: "estaba extrañamente limpia".
Debajo de la cama, dieron con una compuerta que conectaba con un sótano de entre tres y cuatro metros por lado por dos metros y medio de altura. Pero se les complicó bajar. Habían roto los peldaños de la escalera, así que debieron improvisar una suerte de pasamanos.
Armas en una caja
Abajo, lo primero que vieron fue una caja. De madera rústica, contenía seis rifles, cinco fusiles, dos carabinas, dos pistolas y municiones. Material robado del Tiro Federal de Córdoba. Rouan ordenó retirarla y ahí sí, llegó la sorpresa. "Continuando con la investigación e inspección en el sótano en cuestión, se observa que la tierra a [sic] sido movida recientemente, como así [también] huellas de pisadas diversas", continúa el acta.
El agente Batista lo contó más simple: "El piso de hormigón tenía un boquete de tierra removida y mal apisonada –dijo-. Eso nos dio la pista de que había algo enterrado".
Al cavar, las sospechas aumentaron porque, según asentaron en el acta policial, la tierra tenía "una consistencia muy débil". Así que palearon durante dos horas, hasta que el cabo Haroldo García encontró una cajita para pomadas. Todos se asustaron, recuerda Molina, hoy de 79 años. "Temían que fuera un explosivo, así que lo pusieron en un balde con agua", confió.
Al fin, cuando el pozo superaba el metro, se toparon con los residuos de cal y "género". E irrumpió un olor que jamás olvidarían. Eran ya las 8 y 10 de la mañana, según el acta, aunque Molina sostiene que fue algo más tarde. Lo cierto es que Rouan detuvo otra vez el procedimiento para, según el acta, alertar a sus superiores y pedir "elementos eficaces".
¿Elementos eficaces? "Máscaras, para poder seguir las tareas", explicaría el testigo Zurdo a la prensa en las horas que siguieron. Por esas cosas de pueblo chico, Zurdo era el dueño del único hotel de Timote, el España, donde se alojaban los padres de Ramus cuando llegaban en el tren de Buenos Aires, de madrugada. Porque los padres de "Carlitos" no querían molestar a los puesteros, recordaba la prensa local, "en horario tan inadecuado".
Mientras tanto, y con toda su experiencia a cuestas, el subcomisario Rouan ya había dado otro paso. Convocó también a León Porras, el funebrero de Tejedor.
-¡Viejo, te buscan! -recuerda Porras que le dijo su mujer.
-¿Quién es?
-La Policía. Dicen que encontraron un caminante enterrado en Timote -jura que fue la respuesta.
Sin embargo, cuando ya había recorrido más de la mitad de los 20 kilómetros que separan su casa de Timote, con un cajón sencillo en la caja de su Ford F100, Porras recuerda una frase que lo dejó azorado: "Me dijeron que podía ser Aramburu".
-¿Y qué atinó a decirles?- le pregunta LA NACION, en la sede de la funeraria que lleva su nombre.
-¡Me hubieras dicho antes y traía un féretro mejor!
¿Acaso algunos policías aún pensaban que pudiera tratarse de un "caminante" mientras que otros comenzaban a sospechar que podía ser el cuerpo de Aramburu, siete semanas después de su secuestro? Ni de los testimonios orales ni de los asientos documentales que cotejó LA NACION durante semanas surge una respuesta clara. Pero sí que quienes participaron en el operativo estaban en shock. Algunos porque conocían a "Carlitos", como todos llamaban al veinteañero Ramus, que desde chico pasaba los veranos en Timote. Un buen pibe, decían, para de inmediato recordar cuando se disfrazó de indio, ganó el premio mayor junto a dos amigos "y grande fue el enojo de los otros dos cuando se enteraron de que Carlitos había donado el premio que obtuvieron", detalló la prensa local. ¿Y a Firmenich? Pues más de uno juraba haber visto, al novio de la hermana de "Carlitos", recorrer la zona junto a sacerdotes, como parte de un grupo misionero dedicado a evangelizar, mientras otros decían haberlo visto en una estación de servicio, inolvidable con sus 166 centímetros de altura y un "sombrero de vaquero".
Acaso por eso, o porque el "Vasco" Acebal les había contado que "el patroncito" le había dicho que no se preocupara si escuchaba ruidos de noche ("traemos mujeres", le confió), algunos policías tenían otra presunción: pensaron que si encontraban un cadáver, sería el de una prostituta.
El hallazgo del cuerpo
A eso de las 11, mientras tanto, apareció por "La Celma" otro de los convocados por Rouan, su superior, el jefe de la Unidad Regional X de la Policía bonaerense, proveniente de Pehuajó, con las máscaras, y un médico de Tejedor que trabajaba para la Policía, Julio Raíz. Así que retomaron el pozo, hasta que apareció un saco. "Media estación", color gris, "con pintitas blancas, comúnmente denominados ojos [de] perdiz", lo describieron en el acta policial, que en su interior tenía una etiqueta de la porteña Sastrería Scafino, de la calle Tucumán 634.
El acta detalla luego datos sobre la excavación, la extracción del cadáver, su retiro del sótano, su primera revisión por el médico, la enumeración inicial de los disparos observados y de la vestimenta y un detalle que consolidó la hipótesis ya dominante: al revisar el anillo matrimonial que el cadáver tenía en su mano izquierda, los policías vieron las iniciales del Aramburu y su esposa, Sara Herrera.
Para entonces, Molina ya iba por su tercer rollo de fotos 35 milímetros. No le daba respiro a su Zeiss Imon Contaflex hasta que la Policía le dijo que ya era suficiente. Le pidió los carretes y le pagó 3000 pesos. "No hice ninguna diferencia con eso", le aclara a LA NACION, aunque poco después recibiría ofertas tentadoras.
Con el cuerpo ya reposando en la galería externa, también apareció por "La Celma" Alberto González, el referente local de Udelpa, el partido que había fundado Aramburu, con quien se había reunido un mes antes del secuestro.
"Vi el cadáver cuando ya lo habían sacado del sótano. Lo destapé, estaba cubierto con cal y una manta. Enseguida me di cuenta de que era el general", rememoró "Teco" González, varios años después, en una entrevista que concedió a la revista La Semana.
-¿Está seguro? -dijo que le preguntó el jefe de la Policía Federal, general Jorge Cáceres Monier, quien había volado hasta allí cuando el operativo de búsqueda mutó en posible hallazgo.
-Sí. Está con la misma ropa con que me recibió el último día que lo vi.
Caía la tarde y ya no llovía. Pero escampaba el frío en Timote.
La noticia ya dominaba las redacciones, mientras que los curiosos venidos de toda la región se subían a los vagones ferroviarios yacentes, a setenta metros del frente de "La Celma". Buscaban pispear qué pasaba. Lo contarían durante décadas. Y entre tanto alboroto, Molina vio su oportunidad.
"Levantá la tapa", le dijo el fotógrafo al funebrero, que ya había colocado el cuerpo en el ataúd previsto para el "caminante". Y Porras accedió, según admiten ambos, por separado, a LA NACION, medio siglo después.
"Cuando quedamos solos, Molina me dijo que tenía otro rollo, así que levantamos la tapa y le sacamos algunas fotos que, según él, las quemó después", cuenta Porras.
"Saqué seis o siete fotos para mí señora. Si no, no me lo iba a creer", confirma Molina.
-¿Qué hizo con esas fotos?
-Las quemé. Por la tentación -responde rápido-. Porras anduvo por ahí con el cuento de que le habíamos sacado unas fotos al cadáver y vinieron varios medios a comprármelas. Los que más me ofrecieron fueron los de Crónica.
-¿Cuánto?
-El equivalente a dos coupés Torino cero kilómetro… Yo vivía en lo de mi suegra. Si hubiera aceptado, me podría haber comprado mi casa.
-¿Pero en serio las quemó?
-Por algo no aparecieron nunca, ¿no?
El acta policial de 1970 aporta poco más. Que todas las evidencias quedaron bajo la custodia de la Delegación Regional Cuatrerismo de Bragado, mientras que a Acebal, que esperaba en la cocina, se lo llevaron arrestado e incomunicado. Porque antes de trabajar como casero, había sido pocero y la excavación en el sótano parecía hecha por un experto. Pero lo dejaron libre tras mucho interrogarlo y retornó a Timote tiempo después.
El pueblo había cambiado. "No durmió nadie por tres días", recuerda quien luego sería el primer intendente de Tejedor con el retorno de la democracia, Carlos Rivas. Fue como un terremoto, le dice a LA NACION. Para muchos, descubrir que "Carlitos" Ramus era un asesino, fue demasiado. ¡Si hasta habían intentado que se hiciera socio del club!
Las ruinas de la casona
Indicios no faltaban. "Cuando la policía entró a la casa, detectaron que había habido gente hacía muy poco. Encontraron hasta colillas de cigarrillo y vasos usados", detalla Bruno Rodríguez, un veterinario que como parte de "Arte Comunitario Timotense" filmó la película "La Celma", con los vecinos del pueblo como actores, y hoy pugna por revalorizar –o al menos sostener- las ruinas que quedan de la casona.
No será fácil, sin embargo. Con el paso de los años, los Ramus vendieron "La Celma" a un vecino de la zona que, casi de inmediato, se la vendió al Estado bonaerense cuando faltaban meses para el décimo aniversario del secuestro de Aramburu. La dictadura la acomodó para la ocasión, pero tras los actos conmemorativos y poco más, la vivienda quedó bajo la órbita de la Dirección General de Escuelas. Y se vino abajo.
"Se robaron las puertas, las ventanas, las rejas, el alambrado, hubo ocupas…", enumera Rodríguez. Lo último fue cuando apareció una topadora, tiró abajo lo que ya amenazaba con derrumbarse y tapó el sótano. Hoy, en el predio apenas quedan tres paredes de una sola habitación en pie –por poco tiempo más-, un mástil torcido, una placa enorme y pesada, y una luminaria comunal, sin luz.
"En su momento, me pidieron un informe de la Dirección de Escuelas", explica la historiadora Álvarez a LA NACION. "Había un proyecto para crear un museo o declarar ‘La Celma’ como patrimonio histórico, pero no pasó nada".
Al "Vasco" Acebal, el casero, lo encontraron muerto en diciembre de 1971. Su cuerpo estaba tan hinchado que no entraba en el cajón. También lo proveyó Porras.
"La versión fue que lo habían matado de un tiro en la nuca, pero la autopsia determinó que no, que fue una muerte natural", aclara Rodríguez, que tiene copias del expediente que se abrió en un juzgado de Trenque Lauquen. La película que filmaron los timotenses lo tiene al "Vasco" como protagonista. Nada queda de él en Timote. Tampoco se conserva un solo rastro de la casa donde vivía, en los fondos del terreno de lo que fue "La Celma".
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