Macri, de las horas más oscuras al pacto de gobernabilidad con Alberto Fernández
La estrategia electoral fallida del oficialismo desató un fuerte pase de facturas interno; el candidato del Frente de Todos apostó por no agravar más el frágil escenario económico y pidió moderación a su equipo
El quiebre se produjo en una media hora imprecisa entre las siete y las ocho de la tarde del domingo pasado. Fue cuando llegaron los resultados de las mesas testigo y el país pegó un giro imprevisto. No solo no habían acertado las encuestas previas; tampoco lo hicieron los bocas de urna de un rato antes, cuando en el oficialismo aseguraban una diferencia entre Alberto Fernández y Mauricio Macri de entre 4 y 5 puntos y en el peronismo tenían una planilla que hablaba de 8,5 puntos de distancia. Las mediciones fallaron incluso posfacto.
Macri se había ido a dormir el sábado con un mensaje que Jaime Durán Barba había enviado a su equipo a las 7 de la tarde que le daba un empate técnico y con tendencia ascendente. Por eso en la hora más oscura del domingo el Presidente no atinaba a entender qué le había pasado. La furia que lo envolvía no era tanto por la derrota brutal como porque no la había podido prever. Una falla de cálculo para un ingeniero es fatal. Esa noche el ecuatoriano fue echado del búnker por Elisa Carrió y nunca más se lo vio, hasta que apareció en un video partiendo desde Ezeiza. Pese a ello, esta semana los funcionarios siguieron recibiendo sus trackings de medición diaria, que solo sirvieron para comentarios irónicos.
Más allá de la retórica pública, en la Casa Rosada asumen que es una quimera dar vuelta la elección en octubre. Pero Marcos Peña no se rinde. Elaboró una planilla comparativa entre las PASO de 2015 y las del domingo, en la que sumó los votos de Daniel Scioli y Sergio Massa de hace cuatro años para decir que el peronismo en realidad perdió 1,7 millones de votos y que Macri sumó un millón. La matemática también depende de las interpretaciones. El consultor Carlos Fara hizo una cuenta básica de lo que requeriría Macri para lograr el milagro: que la asistencia electoral aumentara 6 puntos, como en 2015, y que prácticamente todos los nuevos sufragantes apoyaran al oficialismo; que disminuyeran los votos en blanco e impugnados y que también fueran a Cambiemos; "luego se deberían licuar otros votos opositores [de Lavagna, Espert y Gómez Centurión] a favor del Presidente, y restaría ver si tienen efecto los anuncios del Gobierno y una reedición de la apelación al miedo por un regreso de Cristina Kirchner. Suena difícil". Mucho más si se considera que Alberto Fernández alcanzó el domingo los 49 puntos porcentuales al descontar los votos en blanco (así se computará en octubre). Este dato revela el verdadero problema de las recientes PASO: Macri no cayó respecto de hace cuatro años, y en eso Peña tiene razón. El problema es que la unión entre peronismo y kirchnerismo resultó más exitosa de lo previsto, al nivel de agregar 10 puntos a las cosechas electorales anteriores. El rol de Sergio Massa al final pesó en la provincia de Buenos Aires, y los gobernadores, pese a no transpirar mucho, contribuyeron a deskirchnerizar a Alberto. Ahora Macri no solo necesita crecer mucho, sino que fundamentalmente requiere que Fernández no sume nada.
Tras el primer golpe, el de las urnas, Macri recibió el segundo, el de la economía. La noche del domingo al lunes no pudo dormir nada y apareció el lunes a la mañana exhausto y decidido a exponerse en público por segunda vez en 12 horas. Le sugirieron no ir a la conferencia de prensa y no escuchó. Mientras el mercado volaba afiebrado por haber consumido sustancias tóxicas el viernes anterior, Macri ofreció su peor versión, acompañado por el sherpa Miguel Pichetto. Sin autocrítica, culpó al kirchnerismo y a sus votantes por el desbande. Esa noche se produjo una de las cenas más tensas en la historia de Cambiemos. El Presidente recibió críticas muy duras de su propio equipo, que le reprochó no solo el traspié de la conferencia, sino toda la política comunicacional. "No te entienden cuando hablás; vos hablás de Vaca Muerta, del litio, de la energía eólica y la gente mira la heladera, no llega a fin de mes", le enrostró uno de sus hombres cercanos. Horacio Rodríguez Larreta y Rogelio Frigerio fueron los más severos; María Eugenia Vidal, la más impactada; Peña, el más silencioso. Antes Carrió se había quejado por la falta de compromiso en campaña de varios funcionarios, y Pichetto, por las falencias en la fiscalización. El candidato a vicepresidente no podía creer cómo mientras ellos hablaban por el interior de ayudar a las pymes, desde la AFIP seguían con los embargos por incumplimientos.
Así como por la mañana se había desplomado el plan económico del Gobierno, en la noche del lunes se despedazó una lógica comunicacional que llevaba doce años de grandes éxitos. El equipo perdió la fe en los números de Durán Barba, en los "defensores del cambio" por WhatsApp de Peña y, fundamentalmente, en la transformación cultural que el oficialismo predicó. Muchos creen que la curva se torció definitivamente entre marzo y abril, cuando la inflación repuntaba otra vez y la recesión ya aterrizaba sin atenuantes sobre la economía real. Allí parece haberse roto el contrato que el macrismo había establecido con un sector de la sociedad que lo había transformado en vehículo de concreción de expectativas que no se cumplieron. Al final del camino, no hubo conversión, sino reversión.
Esta semana el oficialismo quedó repartido en dos grupos. Por un lado, los guardianes de la resistencia, encabezados por Carrió y Pichetto, en lo político, y Dante Sica, en lo económico. Los primeros aportaron argumentos para creer en la resurrección y en que el ballottage es posible, mientras el ministro fue la cabeza de las medidas para morigerar el impacto de la devaluación. Es lo que le pidió Macri el martes, cuando estaba más recompuesto y entendió que su prioridad era garantizar la gobernabilidad. Ayer buscó reforzar este grupo con la incorporación de Hernán Lacunza. El Gobierno necesita evitar otra semana negra.
En la otra vereda quedaron los caballeros de la retirada, con Nicolás Dujovne al frente. El titular de Hacienda estaba muy incómodo con la heterodoxia de última instancia y ayer terminó renunciando. Hay otros funcionarios que continúan en sus cargos, pero más atentos a evaluar su futuro personal después de diciembre que a la gestión. En el medio están los soldados del pragmatismo, como Frigerio, que habla con todos, los de adentro y los de afuera, y Rodríguez Larreta, quien está genuinamente preocupado por evitar que la ola adversa le interrumpa su camino a la reelección. Si sortea la prueba, es el hombre a quien todos identifican como el pilar de la reconstrucción de Pro. Vidal está muy golpeada, pero tranquila, porque sabe que se inmoló por lealtad. Se lo reconoció anticipadamente el propio Macri en el cierre de campaña en Vicente López cuando le susurró: "No puedo creer que vos no tengas ninguna chance. Si eso sucede, no es responsabilidad tuya". Ayer tuvo otro gesto al aportarle un ministro clave. La gobernadora le dijo a su entorno que si el milagro de octubre no se da, seguirá activa en la política bonaerense y buscará aglutinar a la oposición en lo que será el reducto del kirchnerismo puro. También les pidió que la ayuden a alquilar casa para después del 10 de diciembre, ya que vendió la suya de Morón y deberá dejar la base militar donde vive hoy.
Todos a México
La semana terminó en los mercados más calma de lo que empezó en parte porque Alberto Fernández tomó una decisión estratégica: no agravar el frágil escenario económico, no adelantar la transición y dar señales de moderación. Un amigo suyo de largo recorrido en el peronismo repasó con él la letra de la Constitución para una eventual situación de contingencia: es posible anticipar las elecciones por ley pero si se cambia también la entrega de mando, ya que no deben mediar más de 60 días. Fernández quiere evitar un interregno traumático, sobre todo cuando ni siquiera fueron las elecciones generales. Por eso habló con Macri en el momento en que el Presidente se decidió a escribirle directamente y no a través de su secretaria Anita, como había hecho antes. Más allá de las suspicacias mutuas, allí hubo un tácito acuerdo de gobernabilidad que incluye una serie de gestos, entre ellos cuidar las reservas, dar señales de concordia para aquietar los mercados e incluso la eventualidad de una transición ordenada.
Fernández les pidió a los intendentes y a los movimientos sociales realizar un seguimiento directo y permanente de la situación en las calles y desactivar cualquier atisbo de protesta. Se involucró en la pulseada con el dólar a riesgo de que el mercado lo dejara mal parado. Sus asesores financieros, entre los cuales talla Guillermo Nielsen, enviaron señales de equilibrio a Nueva York, al igual que su equipo económico más directo, liderado por Emanuel Álvarez Agis y Matías Kulfas, que también habló con el Gobierno y con el Banco Central. El mensaje siempre fue el mismo: somos racionales y promercado, pero necesitamos crecer para pagar. "Estamos como el médico brujo, curando con palabras", retrató un asesor. Así se preparan para recibir esta semana a la misión del FMI, clave porque será la primera tras el descalabro y porque es la que debe recomendar el desembolso de más de US$5000 millones en septiembre. "Van a estar dos tercios del tiempo con ellos y un tercio con nosotros. Es más importante lo que les diga Alberto", admitió un ministro macrista, que entiende el cambio de expectativas.
Todos los que esta semana visitaron al candidato presidencial en su búnker de la calle México, la nueva meca para peregrinos de todas las creencias, coincidieron en señalar que lo encontraron sereno y confiado. Todos creyeron haber escuchado lo que querían para quedar convencidos de que se inicia un período nuevo. "Está haciendo funcionar otra vez un sistema que se rompió en 2010-2011, tras la muerte de Néstor", graficó un intendente que vivió todo el proceso. En el fondo, Alberto sigue siendo ante todo un hábil encantador de serpientes. Lo único que lo alteró fue haberse enterado que el lunes, cuando fue al Instituto Patria, Carlos Zannini había estado un rato largo al lado de Cristina. Quizá un recordatorio indeseado de que no está solo en la empresa.
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