Es hora de combatir en serio un mal que ataca los pilares de la democracia y contribuye al surgimiento de gobiernos populistas, la concentración de poder y la consolidación de regímenes autoritarios.
La crisis que vivimos tiene múltiples aristas y manifestaciones y es el resultado de muy diversas causas. La corrupción es una de las raíces de la decadencia argentina. Afecta la legitimidad del sistema de gobierno, la relación de representación política, la confianza en las instituciones, el Estado de Derecho y la calidad de las políticas públicas. En suma, la corrupción ataca los pilares de la democracia y resulta propicia para el surgimiento de gobiernos populistas, la concentración de poder y la consolidación de regímenes autoritarios.
Todas y cada una de las características esenciales de la democracia sufren un fuerte deterioro en contextos de corrupción: la participación, la igualdad, la inclusión, la libertad de información y de expresión, el respeto a los derechos, elecciones limpias, el poder limitado, la responsabilidad por los actos de gobierno y el bien común como norte.
La inseguridad se vincula con la corrupción política, en especial si involucra al crimen organizado. La pobreza se relaciona con la corrupción, que desvía los recursos públicos al bolsillo de funcionarios y gerentes del clientelismo, que a su vez no soluciona la pobreza, sino que la aumenta.
La corrupción se vincula con la falta de desarrollo cuando las prioridades en materia de energía, infraestructura e innovación se determinan por intereses personales de los decisores y sus amigos. La ineficiencia del Estado se vincula con la corrupción que transforma al Estado en reducto de protección rentada de familiares y seguidores, a veces ñoquis y otras, consultores y empleados de la campaña del jefe de turno, pagados por los dineros públicos. La lista es larga e incluye los déficits en educación y salud pública: el vacunatorio VIP fue solo un ejemplo.
Los efectos de la corrupción calan más profundo aún y moldean la cultura de una sociedad. Cuando la corrupción se generaliza en todos los sectores e instancias de la vida social se transforma en un fenómeno estructural, sistémico. Aparece como algo natural e inevitable, actúa como estándar aceptable o tolerable de conducta. Esa “normalización” tiene un impacto devastador sobre los valores, principios y prácticas sobre los que se edifica y consolida la democracia.
Espiral de decadencia
La corrupción necesita para prosperar de ciertas condiciones: opacidad, debilidad de los sistemas de integridad, ineficiencia de los mecanismos de control, existencia de redes de protección y facilitación, impunidad e indiferencia o tolerancia social. Estas condiciones crean el clima propicio para que funcione el circuito: robar-esconder-disfrutar, propio de cualquier forma de corrupción.
Romper ese circuito de corrupción requiere múltiples intervenciones. La agenda de integridad pendiente incluye la sanción o modificación de leyes para terminar con la opacidad en el sector público, aportar transparencia a la relación dinero/política, garantizar un control efectivo e independiente del poder de turno, reforzar la independencia de jueces y fiscales, acelerar los procesos, y mucho más.
Las leyes son necesarias, pero no suficientes. No basta dictar leyes con penas muy severas para los actos de corrupción si esas penas no se aplican. No alcanza con crear organismos de control, supuestamente independientes, si luego no se los dota de los recursos necesarios o se nombra a personas que carecen de independencia o idoneidad, o simplemente se dejan vacantes por decisión de la política (no por incapacidad de lograr acuerdos), como sucede hoy con el cargo del defensor del Pueblo de la Nación, vacante desde abril de 2009.
Pero, más allá de las modificaciones institucionales orientadas a consolidar un sistema de integridad en el que operen todos los actores sociales, resulta indispensable abordar como objetivo de más largo plazo, los cambios culturales necesarios que harán sustentable y sólido ese sistema de integridad como marco de convivencia.
Ruptura de la confianza
La letra de Cambalache es la descripción de la crisis argentina actual. Para frenar el espiral de decadencia será necesario el compromiso de todos los sectores y para ello es indispensable reconstruir la confianza, primero entre los individuos, sin la cual es imposible creer en las instituciones y los liderazgos. Es un desafío fenomenal en tiempos de posverdad, verdades alternativas, mentiras, fake news, desinformación y grieta.
La ruptura de la confianza se origina en el quiebre de los consensos éticos básicos de una sociedad. Ese quiebre se produce cuando no está claro lo que está bien y lo que está mal, cuando no hay diferencia entre lo que es y lo que debe ser, cuando no hay acuerdos sobre lo que es aceptable y lo que es intolerable, cuando “todo es igual, nada es mejor”. Cuando -en fin- vivimos en una cultura Cambalache, campea la inseguridad en las relaciones institucionales, económicas y sociales. No hay reglas ni legales, ni morales, ni sociales que ordenen la convivencia social.
La confianza es la argamasa que da fortaleza a una comunidad. Sin confianza, vivimos en un clima de inseguridad y de sospecha, debemos estar en guardia y a la defensiva, la construcción colectiva es cada vez más difícil, la incerteza complica la posibilidad de prever y planear, la atención se concentra en un sálvese quien pueda, en el presente, sin proyección de futuro, ni personal ni colectivo.
El gran desafío que enfrentamos los argentinos es la restauración de la integridad como principio rector de nuestra vida política, económica y social.
Debemos terminar con el “roban, pero hacen” como justificación para seguir votando corruptos. Tenemos que terminar con “el poder es impunidad” como explicación para la falta de consecuencias frente a los actos de corrupción. Hay que dejar atrás el “mercado de futuro de las decisiones” que se canaliza a través del financiamiento de las campañas, a cuenta de ventajas posteriores. Y terminar con “las cajas” como recurso para mantener seguidores.
Si abandonamos la cultura Cambalache y renovamos el compromiso compartido en torno al valor de la palabra, el respeto recíproco, la honestidad como deber, la transparencia como regla y la integridad como principio rector de nuestra conducta, habremos dado un paso importante para luchar contra la corrupción y construir un futuro mejor.
* La autora es doctora en Derecho y presidenta de Transparencia Internacional
Más notas de Raíces de la crisis
Más leídas de Política
Pasa al Senado. El texto completo de la Ley Bases que se aprobó en general en Diputados
“Ruleta rusa”, “híper” y “maravilla”. Duro cruce entre Sturzenegger y Cachanosky por los créditos hipotecarios UVA
La hermana. El perfil de Karina Milei que publicó Financial Times: expanadera, lectora del tarot y "especie de dictadora"
Una caja millonaria y con escaso control. La concesión a las provincias que permitió aprobar la reforma a los fondos fiduciarios