Sereno y distante, De la Rúa cuenta por qué se fue
Con ademán terminante, el ex presidente Fernando de la Rúa acompaña las palabras que pronuncia para afirmar que ha concluido su vida de servicios públicos al país.
Esto, que podría parecer obvio a otros debido a la forma en que puso fin en diciembre a sus apenas dos años de presidente, lo dice casi con desagrado. También con la convicción de que su gobierno fue empujado al vacío más por el egoísmo y la miopía de fuerzas de la oposición y de su propio partido que por los propios errores, algunos de los cuales admite a regañadientes haber cometido.
Se lo ve bien, con la cara tal vez más rellena que en aquellos meses turbulentos de fines de 2001, mientras sigue con ojos de entendido las pruebas que hacen, en el picadero de un haras de Capilla del Señor, los caballos de raza Arabe que Fernando de Santibañes presentará en la Exposición Rural de Palermo, por inaugurarse el viernes.
“Qué belleza de ruano”, exclama, con exactitud frente al pelaje, al entrar un ejemplar joven, hijo de Magnum Psyche, considerado el mejor padrillo del mundo. Santibañes lo ha dejado por ahora en un haras de Minnesota, en el medio oeste de los Estados Unidos.
Tal vez un par de kilos más, pero el mismo hombre de emociones contenidas de siempre y siempre lejos de la vulgaridad. No caben dudas de que ha sido obra de la maledicencia y del cholulismo ajeno, incapaz de comprender los placeres íntimos del retraimiento de otros, la versión de que él e Inés, su mujer, se sintieron morir por el hecho de que la renuncia a la presidencia los había privado de asistir al casamiento de Máxima, en Holanda.
Fernando de la Rúa es feliz en su chacra de Villa Rosa, en el partido de Pilar, en medio del sosiego y el trinar de pájaros. No quisiera tener que moverse de allí. Viene a Buenos Aires un par de veces por semana y regresa enseguida.
El presidente de la Nación electo en octubre de 1999 fue otra víctima más del corralito dispuesto por su propio gobierno, el 2 de diciembre último. Encerrado en la trampa en la que se destrozaron los ahorros de miles y miles de argentinos quedó también el dinero reunido por la venta del departamento que habitaba con su familia, en Montevideo entre Guido y Quintana, al llegar a la presidencia.
Como una manera de defender su capital, los De la Rúa han comprado hace poco un departamento de proporciones menores que el anterior, en Parera, entre Guido y Quintana.
Habíamos quedado en reunirnos en un almuerzo, el sábado, al mediodía. Siguiendo normas de cortesía, en general invariables en estos casos, caí con dos botellas de vino tinto. Santibañes, de acuerdo también con el recibimiento de estilo, se sorprendió, reprendiéndome amistosamente por no haber llegado "con las manos vacías".
El ex presidente comentó con gravedad, mientras picaba, distendido, el queso y los salamines infaltables en el preludio del asado glorioso de los argentinos: "Traerse el vino es una antigua costumbre. Lo hacían en el pasado los reyes. Llevaban el vino propio para evitar tomar de un vino que estuviera envenenado".
De la Rúa conoce todo lo que se ha comentado en la población sobre su supuesta separación de Inés Pertiné, con la que tiene tres hijos y un matrimonio de más de treinta años. Dice que se trata de un disparate, como lo han sido, insiste, las imputaciones hechas contra su hijo Antonio, "que no tuvo ningún cargo en mi gobierno".
Santibañes se halla convencido de que Antonio fue víctima de intrigas palaciegas, generadas en el círculo de poder que rodeaba al presidente.
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A cualquier analista político que se le pregunte por qué renunció De la Rúa a la presidencia de la Nación, probablemente conteste que fue por no poder superar la crisis política que devino en diciembre con la clase media en las calles, a puro golpe de cacerolas, y con el tendal de más de veinte muertos, en medio de saqueos y una incipiente insubordinación civil, cuyo centro fue la Plaza de Mayo.
Pero no es ésa la respuesta del doctor De la Rúa respecto de qué lo motivó a declinar el poder. "Renuncié -dijo- porque el Congreso me dejó sin presupuesto, como lo dejó en 1966 a don Arturo Illia, y por la involución que significaban las iniciativas parlamentarias en varios asuntos, como en cuanto a pretender privarme de los poderes especiales aprobados poco antes y todas las idas y venidas que hubo sobre la coparticipación federal con las provincias."
¿Conspiró el radicalismo para derrocarlo? De la Rúa sugiere que conspiraron algunos dirigentes. Que conspiró Ruckauf -entonces gobernador bonaerense-, que buscaba una puerta para irse él, y que conspiró Leopoldo Moreau. Después vuelve por su propia iniciativa sobre el tema y recuerda que la diputada Elisa Carrió continuaba afiliada a la Unión Cívica Radical, aunque en rigor dejaba de serlo en esos mismos momentos, al firmar el sábado la inscripción número uno de ARI.
El ex presidente recalca, una y otra vez, que las denuncias sobre supuesto lavado de dinero en la Argentina, hechas por la señora Carrió, perpetraron un gran daño al país, porque a partir de ese momento se produjo la estampida de capitales, al quedar todos advertidos de que las inversiones financieras en la Argentina tenían adversarios hasta en el propio partido gobernante.
Sobre las denuncias de Carrió, observa De la Rúa, se montaron, en razón de sus odios y peleas recíprocas con el banquero Raúl Moneta, algunos medios de comunicación, que potenciaron el escándalo.
Sin mencionarlos, De la Rúa calcula que "dieciocho o veinte periodistas" minaron las bases de su gobierno, con interpretaciones malevolentes e infundadas y hasta con el recurso del humor corrosivo. En aquel número estimado de periodistas, es evidente que el doctor De la Rúa incluye a algunos animadores de televisión.
"¿Ese es el de Shakira?", pregunta el ex presidente cuando hace su aparición en el picadero otro soberbio descendiente de Magnum Psyche. El nombre de Shakira suena en un par de oportunidades en la conversación. Se la menciona con respeto. Santibañes advierte a quien esto escribe que Shakira ha defendido al padre de Antonio allí adónde ella ha ido.
Fernando de la Rúa comenta que no volverá a la cátedra universitaria, pues también en ese lugar ha cumplido un ciclo y dejado buenos discípulos. Se propone escribir un libro. No un libro de memorias sino de consideraciones sobre la época que le tocó gobernar, "sin prácticamente más tiempo que para atender la cuestión de la deuda pública".
Nadie debe esperar de él palabras de desilusión por el comportamiento de gobernantes extranjeros en relación con su gobierno. Está muy agradecido al presidente norteamericano, George Bush; a Fernando Cardoso, de Brasil; a Ricardo Lagos, de Chile; a José María Aznar, de España; y así a otros y, particularmente, al presidente italiano, Carlo Azeglio Ciampi. En voz casi imperceptible, agrega: "No sé si podrá decir lo mismo ahora..."
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Hay fastidio en De la Rúa por la situación en que se encuentran el ex secretario de Seguridad Enrique Mathov y el ex jefe de la Policía Federal comisario general Rubén Santos por los hechos del 19 y de la madrugada del 20 de diciembre en la Plaza de Mayo. Cree que es una situación injusta e inequitativa en relación con lo que pasó en esos mismos días en la provincia de Buenos Aires y con lo que ocurrió, semanas atrás, en Avellaneda.
Los juicios que soporta como ex presidente suscitan su propio interés humano y profesional. Tiene juicios rotundos sobre algunos magistrados y fiscales y sobre el uso de la Justicia para mortificar a hombres que han dejado el gobierno. Lo escandaliza la situación en que ha sido colocada la Corte Suprema de Justicia de la Nación y se alarma aún más al comentársele que en enero hubo quienes pensaron en un asalto físico al Palacio de Tribunales. Fue cuando el Ejército hizo saber, por vías confidenciales, que era "defensor de las instituciones..., pero de todas las instituciones".
Aparece en la conversación el nombre de Ricardo López Murphy, el ministro de Economía por catorce días, en marzo de 2001, cuya cabeza De la Rúa debió ceder ante la presión partidaria y de la entonces mal llamada coalición gobernante. Es perceptible la consideración que aquel nombre logra en la conversación y hasta se diría que resulta elocuente la voluntad de contribuir a protegerlo, en un país carente de figuras de relevancia internacional.
Eso era el sábado. Al día siguiente, o sea anteayer, por la noche, en televisión, López Murphy tendría una intervención de tal lucimiento, que es difícil pensar, hoy por hoy, en otros políticos argentinos con más carácter, más rapidez mental y más actualización sobre una diversidad de temas como los por él expuestos en la oportunidad que se le brindó.
De la Rúa cree que con el tiempo la UCR se recompondrá como partido representativo de la clase media argentina. Le disgusta para el país una eventual polarización electoral entre las candidaturas de Carlos Menem y de Elisa Carrió -"fenómeno instalado por los medios"- y confía en la "sensatez" del gobernador de Córdoba, José Manuel de la Sota, como motor de su flamante candidatura. Lo ve más experimentado que al gobernador de Santa Fe, Carlos Reutemann.
La devaluación del peso, dispuesta en enero, es incomprensible para De la Rúa. Pero más perplejo lo dejó, anota, la forma en que alentaron esa devaluación, desde los días de su gobierno, sectores que no podían sino terminar perdiendo todavía más con una devaluación, como algunos medios de prensa -precisó-, que siempre dependerán del mercado interno.
Recuerda sobre ese asunto cuánto lo impresionaron los discursos pronunciados en la reunión de Caritas -en la primera que se realizó en nombre de la Mesa del Diálogo Argentino, el día previo a su renuncia- y lo que significó para él entender que el presidente de la Unión Cívica Radical, el gobernador Angel Rozas, estaba más cerca de la devaluación que de la política oficial, y que otro tanto lo estaba el presidente de un banco oficial.
El ex presidente admite que fue un error la designación de Alberto Flamarique como ministro de Trabajo y que esto lo distanció aún más de lo que en ese momento se encontraba del vicepresidente Carlos Alvarez. Pero hace hincapié en que inicialmente Alvarez no se opuso a tal designación y que sólo explotó después de que los aplausos para Flamarique, en el acto de asunción, fueron más estruendosos que para él, que era su jefe político.
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"Chupete" de la Rúa cumplirá 65 años en septiembre. Es un hombre de hábitos cotidianos firmes. Como es natural, ha llegado al almuerzo con una vieja campera de gamuza, de puños y cuello tejidos. Hace gimnasia a diario. De entrada, como si intuyera lo que el cronista está dispuesto a indagarle, informa: "Estoy muy bien. Christian López Saubidet me lleva muy bien".
López Saubidet es un médico clínico de reconocido prestigio profesional. Pero lo que el cronista procuraba inquirir, y en parte lo hizo, fue si el ex presidente tiene alguien con quién compartir, en diálogo, por así decirlo, profesional, las angustias propias de quien ha debido enfrentar, con serios reveses, cuestiones públicas de dimensión inaudita. Con un gesto, muy propio de él, cortó la interrogación embrionaria, diciendo que todo estaba bien.
No estamos seguros de si es así. Hay, por un lado, la soledad de los ex gobernantes y, más aún, la de quienes han dejado el poder como él lo ha hecho. Por el otro, la existencia de una cierta tendencia manifiesta a desconocer los problemas personales.
Le dije que me había impresionado el estado anímico en que lo había visto sumido a principios de noviembre de 2000, de vuelta de un viaje a Chile, adonde habíamos asistido a la asamblea anual de la Sociedad Interamericana de Prensa. Primero, no recordó haber pasado por entonces un mal momento en especial; luego, encontró una explicación de valor objetivo, diciendo que en medio de las gestiones por el acuerdo con el BID, que al fin se logró en diciembre, todo era desasosiego.
Con una formación intelectual decididamente más vasta que la de cualquier otro presidente de los últimos ochenta años -sólo Frondizi podría comparársele-; con un cursus honorum incuestionable desde la temprana adolescencia: abanderado del Liceo Militar de Córdoba, medalla de oro de la universidad, profesor titular por concurso de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, ¿cómo ha sido posible que se haya quebrado antes de los 65 años su carrera política, de no haber sido porque la política depende de algo más que del intelecto y por eso éste, por más afinado que se encuentre, es insuficiente?
La política depende también de las emociones y de la voluntad, decía Emilio Hardoy, según escribíamos aquí el domingo. De eso, precisamente: de las emociones y de una voluntad que en el caso de este hombre, en lo esencial honesto, acaso quedaron acotadas, de una vez y para siempre, en la niñez, en el ámbito de una rigidez familiar en el que no había lugar para el error y que, por lo tanto, derivó en un fenómeno por el cual todo acto de decisión, por modesto que fuere, se convertiría a lo largo de la vida en trauma paralizante.
La psicología de Fernando de la Rúa es de comprensión inasible si se ignora que con su hermano menor, Jorge, de chicos desconocían entre sí el derecho al tuteo. Si se prescinde de que Jorge mismo, a punto de dar la última materia de Derecho, temblaba ante el riesgo de obtener sólo un distinguido. O de que Jorge, siendo ministro de Justicia, se sentía inhábil para abordar a su hermano y sugerirle la búsqueda de una asistencia profesional psicológica -a la que el carácter del entonces presidente era renuente-; o sea, algo que lo contuviera en circunstancias en que el excelente, el distinguido, el bueno, el regular, el aprobado... se disparaban del alcance, no ya del alumno ante la cátedra inquisidora, sino de las posibilidades de un gobernante abrumado ante la ciudadanía alborotada por la descarriada marcha de los negocios públicos.