Sin el menemismo no se explica el kirchnerismo
Si las antinomias (y, sobre todo, las falsas antinomias) han marcado y estructurado la historia política argentina, el antagonismo menemismo-kirchnerismo constituye el clivaje más arraigado y constituyente de las últimas dos décadas.
Solo dogmatismos simplificantes, escenificaciones de la construcción de poder, malentendidos interesados y manipulaciones históricas pueden sostener tal contraposición in extremis sin riesgo de ser desmentido por hechos que corroboran la existencia de patrones comunes entre ambos ismos peronistas. A veces hay continuidades que parecen rupturas. O viceversa.
Tal vez no sea demasiado aventurado adherir a una teoría que dice que el kirchnerismo es la etapa superior del menemismo. O, más precisamente aún, que sin menemismo no hubiera habido kirchnerismo. No se trata solo de haber sido gestados en la plástica matriz del peronismo. La trayectoria de ambos espacios excede al origen que solo es útil para la reposición presente de otra antinomia más extendida y estéril: peronismo-antiperonismo.
La muerte de Carlos Menem en libertad por la ausencia de condena firme en la misma semana en la que el kirchnerismo pospuso hasta el infinito cualquier sentencia definitiva parece ser el mejor cierre de una parábola en la que abundan los puntos de contacto entre ambos espacios dominantes de la política nacional en los últimos 30 años. Atravesados por similitudes y diferencias, como dos caras de una moneda.
Los contrafácticos y las ucronías solo sirven de entretenimientos intelectuales por su carácter incontrastable. Por eso no vale la pena conjeturar qué hubiera pasado si Menem desde la presidencia no hubiera dado vía libre a la destitución del gobernador santacruceño en 1990, que le abrió paso a la gobernación al entonces intendente de Río Gallegos, Néstor Kirchner. Así como tampoco amerita especular qué habría sucedido si no se hubiera logrado en 1992 la privatización de YPF, que Kirchner defendió con fervor militante y que terminó por otorgarle a su provincia una verdadera fortuna en regalías. Los famosos 500 millones de dólares que el santacruceño manejó con la discrecionalidad de su fortuna personal. Pero es imposible escindir la constitución del kirchnerismo de esos benéficos hechos germinales, que le permitieron proyectarse más allá de la periferia austral. Y a pesar del negacionismo ejercido por la historia oficial kirchnerista.
También la candidatura presidencial de Kirchner está signada por el menemismo, aunque allí debe datarse la ruptura con el pasado compartido. La creación de esa postulación por parte de Eduardo Duhalde tuvo por objeto evitar el regreso de Menem al poder. Derivaciones de la guerra filial que entablaron el riojano y el bonaerense y que propició la derrota electoral de Duhalde en 1989. Aires de familia.
Aquella disputa entre Menem y Duhalde también fue una fuente de inspiración para Kirchner, cuya víctima resultó, como no podía ser de otra manera, el caudillo lomense. A los dos años de llegar al poder, el santacruceño entendió la necesidad de la emancipación para poder construir un proyecto propio sin tutelajes.
Los climas de época son igualmente constitutivos de los gobiernos de Menem como del de Kirchner. No pueden entenderse sus gestiones, enrolamientos y políticas sin tener en cuenta el contexto regional e internacional en el que ambos gobernaron. Así también se explican las rupturas con los respectivos pasados. Nada más alejado de su historia se encontraba en 1989 el neoliberalismo abrazado por Menem. Tanto como ajena al pasado de Kirchner es la militancia en la defensa de los derechos humanos que ejerció desde 2003. Lo mismo que las relaciones carnales del menemismo con los Estados Unidos y el enrolamiento kirchnerista en el socialismo del siglo XXI.
La hegemonía del Consenso de Washington en los 90 así como su eclipse, tras las sucesivas crisis financieras, moldearon el mundo y el país. Menem y Kirchner oficiaron siempre como satélites de ese sistema. La excepcionalidad argentina suele ser muy sobrevaluada.
Las políticas económicas, de derechos humanos o las relaciones internacionales son típicos productos de época de las dos fuerzas.
La diferenciación discursiva y fáctica con la década menemista, que usó y de la que abusó Néstor Kirchner, cabe entenderla a la luz de la dinámica de la "audacia y el cálculo", con que definió Beatriz Sarlo al kirchnerismo original. La alteridad, en tanto elemento constitutivo de una identidad política, encontró en el menemismo moribundo la antítesis narrativa perfecta para darle entidad al kirchnerismo. Todo debe verse en el contexto del naciente siglo XXI, después del colapso económico-político de 2001. La orientación de las políticas económicas adoptadas, acorde con la época, y el relato oficial que las explicaría, justificaría y publicitaría terminaron por borrar muchas similitudes o identificaciones posibles con el menemismo de más calado.
La creación de una Corte adicta a Menem así como su destitución y la designación de un cuerpo prestigioso por parte del kirchnerismo deben verse como parte de esa dinámica especular en su diferenciación. Sin embargo, encuentran similitud en el uso de los servicios de inteligencia para operar sobre la Justicia y controlarla. Sin contar otras eficaces herramientas.
Otro tanto puede decirse de la concepción patrimonialista del Estado exhibida por el menemismo y el kirchnerismo. Al amparo de opacidades, mayorías políticas, labilidad institucional y cooptación de organismos de contralor más la comprobada tolerancia social a la corrupción en épocas de bonanza, construyeron vínculos espurios con proveedores, contratistas y concesionarios. Enseñanzas y aprendizajes. El capitalismo de amigos es otra etapa superior del menemismo. La teoría del lawfare no alcanza para desacreditar las condenas a altos integrantes de ambos gobiernos, así como las revelaciones de investigaciones periodísticas o el incremento patrimonial que tuvieron prominentes jerarcas de esos espacios.
La actitud frente al periodismo y los intentos de cooptar a los medios también muestran continuidades. La descalificación de Menem a los periodistas críticos o el maltrato público a ellos por Kirchner son apenas matices acordes con sus personalidades. El uso del Estado para favorecer, perjudicar, ampliarles o reducirles negocios a las empresas de medios, según la relación con sus gobiernos, adquirió en ambas gestiones dimensiones pocas veces vistas en democracia. Sin los precedentes sentados por el menemismo difícilmente el kirchnerismo habría llegado tan lejos.
La pretensión hegemónica y la instalación de verdades únicas tal vez terminan por componer el retrato de familia. En algún punto, podría decirse que Menem llegó un poco más lejos al haber logrado modificar la Constitución y delinear una nueva arquitectura institucional. Pero son matices de forma. No debe soslayarse el triunfo cultural del kirchnerismo.
Ante la contundencia de las similitudes, los exégetas militantes del kirchnerismo aducen que todo se define por una diferencia sustancial: a quiénes beneficiaron unos y otros. Los indicadores socioeconómicos de la Argentina solo han empeorado con el paso del tiempo. Hechos que las falsas antinomias no resuelven. Ni absuelven. Solo esterilizan las soluciones de los problemas estructurales de un país que no deja de retroceder.
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