Un conflicto que va más allá de las retenciones
El conflicto del Gobierno con el sector agropecuario es mucho más que una discusión por las retenciones. Y por eso es difícil resolverlo circunscribiendo el debate a ese tema.
Si fuera exclusivamente por las retenciones, ¿por qué están unidos los sojeros, los tamberos y los ganaderos, cuando las altas retenciones les abaratan a estos últimos los alimentos de sus rodeos, y eventualmente les permiten pagar menos por las tierras que alquilen? ¿Por qué no tuvimos la misma reacción en noviembre, cuando fueron incrementadas por el saliente gobierno de Néstor Kirchner?
El aumento reciente de las retenciones ha sido la gota que rebalsó el vaso. La implementación de precios máximos por 4 años destruyó la ilusión de estar algún día mejor y detonó la bronca.
Pero el actual divorcio entre el campo y el Gobierno no empieza con las retenciones de 2002, sino con el exabrupto del presidente Kirchner en diciembre de 2005 al imponer restricciones a las exportaciones de carne. Y con toda la política de controles de precios y limitaciones a las exportaciones de alimentos, que se implementaron desde la Secretaría de Comercio Interior, sumada al maltrato permanente y la descalificación injustificada.
Desconocimiento
Toda esa política implicó un desconocimiento prejuicioso de la oportunidad agroindustrial de nuestro país y el sometimiento del campo a los intereses políticos de muy corto plazo.
No ha habido en estos 5 años un solo plan tendiente a aumentar la producción agroindustrial, mientras Brasil se plantea duplicar su stock ganadero en 10 años. Tampoco se han implementado programas para facilitar que los hogares pobres tengan acceso específico a alimentos subsidiados, lo que hubiera sido más eficiente y barato que las políticas de subsidios generalizados y las restricciones a las exportaciones para que bajen los precios de los alimentos.
También subyace en la protesta rural una indignación por la acumulación de recursos no coparticipados por parte de la Nación, que somete y humilla a las provincias, que deben mendigar en la Casa Rosada para recibir una fracción de lo que sus pueblos generan. Sobran recursos para el tren bala, pero no alcanzan para el Belgrano Cargas
Es absolutamente cierto que la sociedad argentina ha contribuido en alguna manera a las ganancias agropecuarias en los últimos años. El tipo de cambio excesivamente devaluado, los subsidios al gasoil y las refinanciaciones son sin duda contribuciones importantes. Pero es igualmente cierto que el campo ha cedido gran parte de sus márgenes potenciales a los consumidores y al fisco. No debemos enfrentar al campo con la ciudad.
Opción falsa
Tampoco tenemos que optar entre el campo y la industria y ver quién subsidia a quién. Está claro que la industria necesita en esta etapa del desarrollo un tipo de cambio mayor que el campo. También, que el campo expulsa población, que si no pudiera ir a buscar trabajo en las ciudades habría provocado una explosión social en las zonas rurales. El país necesita del campo y de la industria como quien necesita de ambas piernas para caminar.
Es altamente improbable que el Gobierno dé marcha atrás en estas circunstancias, a sólo 3 meses de haber iniciado su gestión, pero anoche la presidenta Kirchner generó un claro llamado al diálogo.
El campo ya logró el objetivo de hacer conocer su realidad y logró más adhesiones de las que hubiera soñado. De prolongar el paro, el sector corre el riesgo de provocar enfrentamientos, accidentes o un desabastecimiento inaceptable en las ciudades. Eso lo debilitaría.
Los hombres del campo deberían aprovechar el apoyo alcanzado hasta hoy y levantar el paro por un tiempo limitado, hacer un cuarto intermedio.
Y aceptar la invitación del Gobierno al diálogo con una agenda en la que, además de las retenciones, estén las políticas de precios, la coparticipación de las retenciones y la elaboración de políticas de largo plazo que permitan renacer la ilusión en un sector fundamental de nuestra economía.
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