
Nació rica y famosa y lo sigue siendo, rasgo que atrae al turismo sensible al lujo inalcanzable. Allí donde Donald Trump y sus pares pueden gastar fortunas en una corbata o una comida, todo es posible: en las esquinas hay bares para perros, la noche en un hotel puede costar 2500 dólares y las firmas del mundo venden por millones. Secretos de un paraíso en expansión
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Palm Beach es una isla, literal y metafóricamente. Es el lugar donde el primer developer de la Florida, Henry Flagler (socio de Rockefeller en la petrolera Standard), puso manos a la obra para crear un lugar que entretuviera a los millonarios durante el invierno. Y lo logró. Visitantes y locales, todos aportan su grano de arena para que siga siendo una leyenda. El agua mineral, por ejemplo, lleva la cara de un vecino famoso: Donald Trump. En otras épocas, Zsa Zsa Gabor soplaba las velitas por su cumpleaños en el célebre Poinciana, un clásico lugar de encuentro que solía animar las noches de fiesta con Ginger Rogers y Bing Crosby. El príncipe Carlos, que venía a jugar al polo como un galancete, convocó a una gran cantidad de curiosos cuando trajo a Lady Di y, durante su presidencia, John F. Kennedy evitaba las miradas indiscretas detrás de sus clásicos anteojos negros mientras visitaba su otra casa blanca en Palm Beach. Otro toque legendario en este refinado rincón de la Florida fue la apertura del supermercado Publix; los diarios mostraron una foto del estacionamiento, con varios Rolls Royce; tal vez sea el único supermercado en el mundo con servicio de valet parking.
"Las ciudades no cambian, la gente cambia", le decía Paul Ilyinsky, ex alcalde de esa área, a Maureen O’Sullivan, autora del libro Palm Beach: Then and Now. "Por cierto, su población ha cambiado -asegura la autora-. Pasó de ser el salón de entretenimientos de la aristocracia con una temporada de 2 meses a una ciudad vivida durante todo el año. Y pese al desafío de los cambios, los isleños mantienen su way of life. Palm Beach continúa siendo una de las direcciones más preciadas de América." La isla de los millonarios es una de las ciudades de mayor crecimiento en los Estados Unidos. El aeropuerto local registra 200 vuelos diarios.
Una vida muy normal
Por más que los vecinos se esfuercen por mostrar que llevan una vida muy normal, pocas cosas resultan comunes en Palm Beach, donde el lujo incluye canchas de golf con alta tecnología y 30 campos oficiales de polo.
Es que aquí la buena vida no tiene nada de sutil: los diamantes son amarillos, los perros tienen bares exclusivos en las esquinas, las mujeres compran vestidos de miles de dólares y la gente paga impuestos tan altos que hasta es capaz de llamar a un patrullero para que la vaya a buscar porque ha tomado 2 copas de vino en casa de amigos. A tono con la elegancia del lugar, los camiones de bomberos son blancos.En su bienvenida oficial, Warren McLaughlin, CEO de Palm Beach Convention and Visitors Bureau, dice: "Con 37 municipios, ofrecemos excelentes actividades turísticas, centros culturales y actividades deportivas, zonas naturales… Tenemos 47 millas de costa natural atlántica (todas playas de arena blanca y mar turquesa) y se puede disfrutar de la mejor cocina en más de 2000 restaurantes".
Y abunda en detalles cuando insiste en lo estratégico de su ubicación: "Esta parte de la costa de oro de la Florida queda a una hora al norte de Fort Lauderdale, una hora y media al norte de Miami y dos horas y media al sur de Orlando. Prepárese para lo mejor".
No es por nada que 4 millones de visitantes eligen este destino con 12 meses de anticipación. No es por nada que se han invertido mil millones de dólares en mejorar la infraestructura hotelera, en museos, arte y transporte. Aunque ahora todos están con la mira puesta en los 83 millones destinados al Convention Center que custodian los elefantes de tamaño natural frente a CityPlace, una obra maestra del desarrollador Jorge Pérez estrenada hace 2 años, que podría resumirse como unas cuantas manzanas pintadas de colores con área comercial y residencial.
Más allá del éxito inmobiliario, todo es muy prolijo. Fuente de aguas danzantes, calles impecables… Un guardián del orden se deja fotografiar bajo un sombrero estilo guardaparques del oso Yogui, pero enseguida aclara que hay que pedir permiso para sacarle fotos. ¿Publicidad? ¡La ciudad no quiere publicidad! Quiere mantener el secreto de la exclusividad bien guardado.No muy lejos de allí, la vida se enciende con las estrellas en la calle Clematis. Donald Trump habla con autoridad de vecino cuando dice que se trata de la más caliente de Florida. Lo que es seguro es que es la más joven, la que concentra adolescentes y treintañeros especialmente al caer el sol, entre los bares con música en vivo, copas y encuentros casuales en esa misma calle que durante el día limpian barrenderos uniformados con camisas hawaianas. Los lugares para el encuentro son muchos, pero la mayoría arriesga que Rays Downtown Blues es uno de los más cool (hay que ir después de las 23, sólo se sirven drinks y el juego de billar es gratis).
De cocos y tesoros
Este condado, el más grande al oeste del río Mississippi, también tiene sus historias de tesoros y bucaneros, aunque no tan evidentes como en el Caribe. Un ejemplo es Mel Fisher, personaje que gusta autoproclamarse como "el mayor cazador de fortunas del mundo", y que abrió un museo propio en el centro de San Sebastian, donde se pueden comprar auténticos reales de la vieja corona española o desafiar a turistas fornidos para levantar con las manos un lingote de oro. Sin ir más lejos, si no hubiera sido por el naufragio de Providencia (1878), Palm Beach no tendría el mismo paisaje ni el mismo nombre. El barco español llevaba 20 mil palmeras de carga.
Como si la historia fuera consecuente con el nombre, el lugar que fue bautizado por los españoles como la costa de oro es ahora una de las regiones del país que concentran mayor riqueza. Excusa de relax por su naturaleza y buen clima, aquí tienen sus casas los millonarios y bon vivants más increíbles de Estados Unidos. Anfitriona de la duquesa de Marlborough -entre otros príncipes y personajes sociales habitués de sus fiestas-, la española Nadine Kalachnikoff (y su marido, Lars Bolander) se ha convertido en el must de la decoración en las casas del condado. Para ellos la calidad es fundamental, al punto de que para armar un rincón de su casa trajeron a tres zulúes desde Africa: "Nadie mejor que ellos para construir un techo de paja", explica Nadine, y ríe al recordar lo complicado que fue hacerlos entrar a través de República Dominicana.
Para aquellos que vienen de paseo, la cosa se complica de diciembre a abril, cuando los hoteles duplican sus precios y 400 dólares la noche es moneda corriente. Entre ellos está The Brazilian Court, hotel al que puede entrarse secretamente desde el prestigioso club The Breakers. Hoy -para amores prohibidos o no-, las habitaciones pueden alcanzar los 2500 dólares. Una bicoca si se tienen en cuenta las recomendaciones de la revista especializada Architectural Digest: "Ninguna expectativa de la buena vida queda sin satisfacer en este paraíso tropical".
Vidrieras exclusivas
Llamada la Rodeo Drive de Florida, Worth Avenue se despliega en 4 cuadras perpendiculares al mar. Allí están Chanel, Ungaro, Cartier y muchas otras firmas de primera con artículos tan exclusivos que ni siquiera se ofrecen en otras sucursales. También, el reloj de Tiffany, igualito al del local en Nueva York, que marca las horas de una belle époque para muchos contemporánea. En Worth Avenue es normal ver al chofer de un Rolls Royce esperando a su lady con el aire acondicionado encendido. Las veredas están impecables, los asientos de plaza ofrecen un descanso en la arboleda, y la vista va de las estatuas a las arañas que imitan corales bajo la recova mientras se escucha el arrullo del agua de una fuente. Otros detalles: los estilistas que vienen de Nueva York o Chicago cambian las vidrieras semanalmente y mantienen atentos a los vecinos que ya se acostumbraron al estilo déco de los negocios, con sus puertas de bronce y hierro forjado, y sus pisos de mármol.
Famosos a la vista
Otro de los aspectos distintivos es la posibilidad de encontrar a los diseñadores más conocidos de visita en sus propios locales. En uno de los pasajes es fácil toparse con el zapatero que le hace las pantuflas al papa Juan Pablo II y a la familia real británica. Stubbs & Wooton merece una visita para ver cómo son esos zapatos con monogramas bordados, que requieren 12 meses de trabajo desde el momento en que son encargados.
Cerca de allí, también en Worth Avenue, atiende al público el príncipe Monyo Mihailescu-Nasturel. Junto a la puerta de entrada muestra su relación con el rey de Rumania en un árbol familiar y su nombre en el libro abierto de las biografías de sangre azul.
En su local (donde expone esculturas de bronce que van de 5000 a 200 mil dólares) tiene una sala dedicada a su propia difusión. "Quisiera exponer mi obra en la Argentina, ¿puede darme algún contacto?", pregunta como si fuera un personaje de historieta, que así de fácil se muestra convencido de que ese mercado exótico de América latina le ampliará esa lista de ilustres apellidos.
Diamantes, eternos y... amarillos
Para Craig Miller, manager de Graff (Palm Beach), uno de los proveedores de diamantes más reconocidos del mundo, esas piedras son eternas y amarillas.
Con un 65% de la producción total de diamantes, la joyería londinense propone esa rareza y se da el lujo de que parezca algo común. Especialmente en esta isla, donde la sofisticación gana terreno.
Hace unos meses, Laurence Graff y su hijo François inauguraron la sucursal en Worth Avenue con una procesión de bailarines africanos que cerró la avenida con una ofrenda especial para la nueva casa: un diamante amarillo de 101.28 quilates.
Bautizado como Golden Star, es una de las gemas más extraordinarias del mundo. Luego de su hallazgo en la famosa mina Finsch (está a 165 kilómetros de Kimberley, en Sudáfrica), la piedra se confió al trabajo de uno de los cortadores más prestigiosos, Antonio Bianco. Luego de seis meses de estudios, escaneos y análisis computarizados, decidió cortarla en dos partes para obtener su mayor brillo. El resultado está a la vista. ¿El precio? Nadie lo dice: el asunto merece una charla a solas, intitulada El joyero y yo.
Codo a codo con el jet set y la realeza
Paquetísima con un traje riguroso y canchera con su pelo a la sans façon, Maribel Alvarez es una de las figuras del momento.
Anda por las calles de la city sin cartera: le alcanza una palm que también funciona como teléfono. ¿Documentos? Para qué, si todos la conocen. Es CEO de Altima International, empresa que a ella le gusta llamar "boutique de marketing y relaciones públicas"; entre otras cosas, dirigió la batuta en el Grand Prix de Mónaco, y organizó fiestas para personajes de sangre azul en Génova, Marbella y Southampton, además del reciente Stop the Violence, con Rod Stewart. También tiene una revista, 95 East, y una inmobiliaria que entre los últimos logros cuenta con un récord de tres semanas para vender los townhouses de CityPlace.
"Acá había de todo, clubes para judíos, para anglosajones… Hasta que vino Donald Trump y dijo: A este club entran los que tienen plata, y pagan 250 mil dólares por pertenecer a Mar-A-Lago." Se trata de una residencia histórica, con 58 dormitorios y 33 baños, que fue transformada en club cuando el empresario la compró, en 1985.



