Florencia Cherñajovsky creó una colección de alfombras artesanales inspiradas en obras de renombrados artistas locales
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Volvió a Buenos Aires con una madurez acuñada en París, un lugar en el que vivió llevada por su espíritu nómade y el deseo de conocer otros mundos. Allí Florencia Cherñajovsky (36) se hizo parte del paisaje, estudió lengua francesa y se graduó en Literatura en La Sorbona. Casi como un recuerdo infantil de esas visitas a los museos y las galerías de la mano de su padre, fue justamente él –el empresario Rubén Cherñajovsky, fundador y principal accionista del Grupo Newsan– quien la hizo plantearse sus pasos en el camino del arte. De allí siguió su recorrido con un Master en Historia del Arte en la renombrada Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales y un trabajo en el Centro Pompidou, en el que fue escalando desde una pasantía hasta convertirse en la curadora del Nouveau Festival, un encuentro anual multidisciplinario. Tuvo un regreso triste a Buenos Aires cuando su hermana Lucía enfermó y murió de cáncer, recompuso el entramado de esos vínculos con su tierra y sus afectos que nunca se cortaron. Y así fue que, en una combinación de la pasión por el arte y el impulso emprendedor que está grabado en su ADN (no sólo su padre es un exitoso hombre de negocios, además, su hermana María es dueña de la marca María Cher), surgió Lalana, una colección de alfombras artesanales inspiradas en obras de artistas argentinos, que acaba de presentar en un exquisito atelier itinerante en Balvanera que ya visitaron la ex primera dama Juliana Awada, la diseñadora de joyas Roxana Zarecki y el arquitecto vanguardista Julio Oropel, entre otros. Una muestra de esa historia entrelazada que hoy la devuelve a sus orígenes.
–A los 12 años ya sabías que querías vivir en el exterior. ¿Cómo surgió en tu cabeza esa idea de emigrar siendo tan chica?
–Con la educación que tuve, en el colegio Lincoln, toda en inglés, me había inscripto para un curso en Yale, pero quedé en lista de espera, así que me frustré y decidí irme a París con la idea de hacer un curso corto de francés en La Sorbona. Yo no tenía lazos con Francia ni tenía la fantasía de vivir en París. Es más: me creía yanqui. Pero a pesar de que los franceses a veces son bastante hoscos, encontré mucha afinidad cultural, además de que me fascinó la escala de la ciudad, que era más contenedora y caminable. Así que me fui quedando. Como ya hablaba bastante bien el idioma decidí hacer una licenciatura en Literatura. Algo rarísimo para un extranjero, porque en toda la carrera había sólo franceses. Fue mucha exigencia, pero gracias a eso tengo un dominio de la lengua francesa hasta mejor que del español.
–¿Por qué te vinculaste con el arte?
–Llegué a París pensando en literatura. Pero en el último año de la carrera no me imaginaba siendo escritora y tampoco me había gustado mucho la experiencia editorial. Fue mi papá el que me insistió con estudiar Arte. Desde chica me llevaba a ver museos, a la Bienal de Venecia, que me encantaba, y me dijo que probara.
–Y al parecer no se equivocó.
–Mi papá es coleccionista de arte desde los años 70, así que en nuestra casa mamamos eso desde mi infancia. Siempre nos trató de dar sus herramientas en la vida. Como empresario, ama con pasión lo que hace, pero también tiene todos esos intereses que comparte con nosotros. Su fórmula para alcanzar la plenitud fue siempre el psicoanálisis, casi te diría que como religión, el ejercicio físico, el arte y los viajes como una manera de vincularse con el mundo y como un filtro que te permite nutrir la sensibilidad y el alma.
–De tu madre, Mariana Levi, también heredaste el gusto por lo visual.
–Mi mamá tuvo un estudio de animación y edición de imagen. Siempre le encantó la tecnología y es bastante volada y creativa, y muy experimental en su manera de vivir. En esta combinación parental tuvimos mucha libertad y bastante estímulo de escucha sobre nuestros intereses. Mi papá nos educó con exigencia, porque él cree firmemente en la ley del esfuerzo, pero como yo era autoexigente y me iba bien en el colegio, me exigía más con lo afectivo, a bajar ciertas trabas emocionales, porque soy más durita o reservada. Todos sacamos la veta emprendedora de papá y nos estamos formando para que podamos preservar su legado. María [hija del primer matrimonio del empresario] , que es diseñadora y dueña de María Cher, Lucía, que era psicoanalista, Nicolás como arquitecto, Matías, que es economista.
DE PARÍS A BUENOS AIRES
–Te iba bien en París, pero dejaste todo cuando tuviste una dura situación familiar…
–En 2016 le detectaron cáncer de ovarios a mi hermana Lucía y decidí volver de un día a otro para acompañarla en su tratamiento. Yo había conseguido un puesto fijo, que en una institución pública es muy difícil conseguir, y me costó dejarlo, pero ni lo pensé. Lucía tenía un hijo de 3 años. Volver al país fue un proceso muy largo y doloroso, pero también fue un volver a acercarme a mi familia. Me revinculé con Buenos Aires y con los afectos, algo que nunca había vivido de adulta. Me reencontré con amistades, con mi familia, con volver a compartir una diaria. Acá cada uno tenía su vida armada, y entonces me puse a pensar: “Si elijo quedarme, ¿qué hago?”.
–¿Así surgió tu emprendimiento de alfombras?
–Lalana nació de la necesidad de hacer algo que tuviera que ver con mi decisión de volver a Argentina, y que no fuera un proyecto conceptual, sino que tuviese un elemento más concreto que saliera de mí, y fue una excusa para recorrer el país. Para entonces ya estaba embarazada de Amancio (3) y, entre mate y mate, me recorrí toda la ruta del telar para aprender las técnicas del tejido y armar una base de datos de posibles tejedoras. Quería que fuera un proyecto de artes aplicadas con textiles y objetos, como los picaportes y las sillas. Un concepto de diseño coleccionable de híbrido de pieza-producto.
–¿Tu emprendimiento te hace feliz?
–El trabajo para mí me da mucha vitalidad y un sentido de vida. Si no estuviera estimulada por el trabajo tendría una crisis existencial. No trabajo para ganarme la vida, tengo la suerte de hacer algo que me apasiona.
–¿Cómo conjugás la maternidad con tu trabajo?
–Amancio es el fan número uno de la Lalana porque desde que nació está visualmente estimulado por las texturas, las formas, los colores. Cuando llegan las alfombras es como Navidad para él. ¡Y para mí, también!
Texto: Gabriela Guerra

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