Hace treinta años, una familia compró un campo a 50 kilómetros de Montevideo para criar caballos árabes, pero el cariño que le pusieron a la vivienda cambió sus planes.
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Cuando empezaron a visitar los primeros campos y chacras, allá por 1991, Fabiana González Muracciole y José Luis Bado tenían una lista de requisitos muy exigente. Por empezar, necesitaban las hectáreas suficientes para sus caballos, galpones e infraestructura ad hoc y, casi al mismo nivel de importancia, estar tanto cerca de Montevideo (donde vivían) como a una distancia razonable de Punta del Este, donde tienen lugar la mayoría de las competencias hípicas.

Como si todo eso no fuera suficiente, buscaban que la potencial chacra tuviera una casa donde quedarse a dormir con sus hijos, que en aquel entonces era solo una, y que con el tiempo llegaron a ser cuatro. Pero en ese punto no eran inflexibles: su idea era tener algo que eventualmente pudieran reformar o mejorar; y así fue. En 2007, con el haras funcionando y las tierras sembradas, le llegó el turno a la casa con un proyecto que la propia Fabiana, diseñadora industrial y de interiores, llevó adelante con éxito rotundo.

Diseñadora industrial y de interiores, nadie mejor que Fabiana para liderar la reforma. “Busqué un estilo atemporal y una conexión fuerte con el entorno; crear espacios sencillos donde nuestras visitas estuvieran cómodas”, resume.


“No soy muy buena cocinera. Pepe es el que suele hacer comidas maravillosas para nuestros huéspedes y yo, la responsable de poner una linda mesa y que todos se sientan como en casa”.

Del hall al sector privado

En el largo corredor con piso damero que llega hasta los dormitorios, la valija que usaba el padre de Pepe, un reconocido médico uruguayo.


Del patio central a la suite
Parte del encanto del patio interno al que dan los cuartos está en su estucado, que nace de la combinación de yeso con ferrite rojo, ocre y marrón. Por no hablar del nuevo piso de calcáreos.


“A lo largo de los años juntamos literalmente miles de ramas para cubrir los cielos rasos. Las pelamos, lijamos y, solamente en este cuarto, las pintamos de verde. Fue una idea de Pepe, y el resultado valió cada minuto”, reconoce Fabiana.
Caso todos los ambientes tienen paredes blancas a la cal, pisos de cemento alisado, techos y ventanas de madera al natural, elementos propios de una casa de campo ideal (o idealizada).

Con vista a la laguna


“Siempre que el clima lo permite, comemos en la galería, que hicimos elevada para ver el lago y el atardecer. Las puestas de sol acá son únicas”.

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