Está en obra, pero sigue siendo uno de los spots clásicos y sobresalientes de la capital vecina.
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Hasta la llegada del edificio Kavanagh (1936), el Palacio Salvo de Montevideo era el más alto de Sudamérica con 89 metros. Fundado en 1928, su estilo es más ecléctico que el de su gemelo porteño, el Barolo, de marcado neogótico. Obra del arquitecto Mario Palanti, tuvo una historia difícil, con una etapa de abandono incluida y una pausa muy importante en las visitas turísticas impuesta por la pandemia.

A pesar de que buena parte de su estructura está en obra, descubrirlo empieza por el exterior. A pesar de los andamios, vale la pena detenerse a observar la fachada de este edificio que es imponente, bellísimo y que para muchos tiene forma de cohete espacial. Visible desde varios puntos de la capital uruguaya, se puede apreciar mejor desde el centro de la Plaza Independencia, entre las palmeras que homenajean a los 33 orientales y el monumento ecuestre a José Gervasio Artigas.

Claro que entrar a recorrerlo también es un buen plan. Están habilitados el entrepiso, el primero y segundo piso, y algún que otro más, además del último, que antecede al faro. “Los hermanos José, Ángel y Lorenzo Salvo –murió Dionisio, el cuarto– eran italianos y levantaron este edificio como una forma de agradecerle al país la prosperidad que habían encontrado aquí en la actividad textil. Fabricaban ropa de trabajo que luego comercializaban de manera ambulante por la zona norte de la ciudad”, cuenta Florencia Pereira, guía que integra el consorcio que coordina las visitas al edificio.


“Mario Palanti era masón. Mucho de lo que creía quedó plasmado en el Salvo, así como en el Barolo. En su obra está representada la transmutación de la ciencia a través, por ejemplo, de molduras de bronce con figuras marinas y de otros animales imaginarios”, apunta la guía mientras avanzamos por el hall de acceso a este palacio que nació como hotel y que, a fines de los años 60, se convirtió en edificio de viviendas y oficinas, con leyenda de fantasma incluida.


Conocido con el nombre de Don Pedro, el espectro es, dicen, el espíritu de José Salvo. “María Elisa, una de sus hijas, tenía problemas mentales y se había casado con Ricardo Bonapelch, que era un despilfarrador y aparentemente solo estaba interesado en su fortuna. Cuando el dinero del matrimonio de su hija se acabó, Salvo tuvo un –supuesto– accidente. Cruzaba la calle al salir del cine, un auto que venía contramano lo atropelló y murió. Pronto se supo que el conductor era Artigas Guichón, un conocido de Bonapelch. El rumor de asesinato corrió y se confirmó cuando el sicario confesó el crimen por encargo. Hubo juicio y Bonapelch fue preso, pero hasta el día de su muerte negó todo. “En el piso siete sigue muy vigente, porque el fantasma de José Salvo se aparece cada tanto”, relata la guía de este emblema montevideano.

Datos útiles
La recorrida al Palacio Salvo incluye la visita al Museo del Tango, que queda en la planta baja del edificio. Ahí funcionó hace años la confitería La Giralda y sonó por primera vez el tango La Cumparsita, compuesto por Gerardo Matos Rodríguez en 1917. Para visitarlo conviene chequear disponibilidad por teléfono con la administración del edificio. Plaza de la Independencia y Av. 18 de Julio. T: (+598) 2900-1264 / (+598) 9973-4525. Visitas guiadas: duran 45 minutos y son de lunes a viernes de 10 a 16 y sábados de 10 a 13. La entrada cuesta 400 UYU (casi U$S 10). FB: Visitas guiadas al Palacio Salvo.

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