
Contra la victimización. ¿Quién le tiene lástima a José Larralde?
A los 84 años, dio una lección sobre por qué no quiere encarnar el cliché del “artista olvidado”
3 minutos de lectura'


Decían que José Larralde, el valiosísimo autor folklórico, estaba en la mala. Así parecía vislumbrarse a partir de un video viral en la que el artista manifestaba estar viviendo algunos sinsabores, aparentemente por falta de trabajo y penurias varias.
La cuestión trascendió al punto que se hizo viral ese video y muchos apuntaron a darle una mano al artista supuestamente olvidado. La mayoría con las mejores intenciones, pero no faltaron quienes abordaron la cuestión con esa lástima que lastima: el consabido “ayudemos a don José” dicho con una condescendencia que nadie gustaría recibir jamás. Eso porque, reflexionemos, a nadie le gusta sentirse digno de lástima, por lo que lo aconsejable es no tenerla por nadie, sabiendo distinguir entre esa lástima fea de la tristeza genuina, que en nada se le parece.

Al otro día de la viralización del primer video tronó el escarmiento, muy a lo Larralde. Un nuevo video apareció aclarando el anterior. Mirando fijo la cámara el hombre dijo: “Siempre dije lo mismo, lo repito y lo certifico... mi hambre es mío. Si yo tuviera hambre, si yo tuviera problemas, tengo mil oficios para hacer, porque pareciera con esto que estoy buscando un subsidio también. Yo no necesito un subsidio, porque tengo dos brazos y tengo vergüenza y tengo dignidad, y eso es lo último que pienso perder en la vida”.

La anterior podría ser solamente una información de espectáculos o simplemente esas cosas que los medios publican para generar interés y clics. Sin embargo, aun quienes no tienen idea de quién es José Larralde se impresionarán ante el énfasis de un hombre de 84 años que no tiene ganas de que se lo vea desde el cliché del “artista olvidado”.

Una de las varias aristas que lea escena nos enseña es que no se trata que los mayores “no pueden” sino que “pueden distinto”. Y eso porque queremos puntualizar en la cuestión de la edad, que tal vez no sea la más importante. La entereza que irradia una persona que se fija en lo que tiene (dos brazos, dignidad) por sobre lo que supuestamente le falta, da la oportunidad a que se despierte la conciencia de gente de todas las edades. Claro, si es que se trata de gente que quiere ver más allá de los detalles.
Hace bien saber que en el horizonte humano hay gente así, sobre todo cuando el mundo de los “modelos de vida” se ha poblado de tibieza y victimización. Aun desde los edificios porteños se agradece a quien, desde el medio rural, enseña cuestiones universales sin pretender hacerlo de manera deliberada. La dignidad de un enojo semejante al que nos regaló José Larralde es un valor que nos libera de nuestras claudicaciones y, si así se lo quiere ver, nos potencia la salud anímica aun en tiempos de dificultad.
Nos viene bien una vacuna de dignidad para defendernos de tanta zoncera ambiente. Un poco de luz en medio de tanto oscuro nos hace bien a todos.






