Padres e hijos. Qué no decir ante el primer amor
Quién fue su primer amor? Haga memoria. Le proponemos que evoque aquella vivencia juvenil de la manera más pura posible, despojada de todo lo que vino después, así, con la transparencia de entonces. Tal vez duró un día o quizás fue solamente platónico. Puede que haya sido lindo o un laberinto lleno de penuria y desengaño. No importa. La idea es leer estas reflexiones en clave de experiencia propia y no como un ensayo frío acerca de lo que los primeros amores influyen en la vida de cada uno.
Decimos “influir” y no “determinar”. Vale la diferencia ya que, bueno o malo, aquel primer amor marcó un inicio de camino, pero no determinó el final del mismo ni lo que se aprendió (y seguirá aprendiendo) a través de los años.
No podemos negar que estas líneas están inspiradas en lo que les pasa a los padres de hoy y de siempre cuando testimonian el primer enamoramiento de los hijos. En las palabras y los silencios con los que esos padres acompañan dicha experiencia influye, y mucho, lo que les pasó allá y entonces, cuando ese sentimiento amaneció en ellos. Alegría, cinismo, miedo, sorpresa… el listado de emociones y actitudes es largo y teñido por las experiencias pasadas.
Sabemos que no siempre los padres se enteran. Muchos de esos primeros amores se viven en secreto, si bien de una forma u otra se nota cuando los chicos andan sintiendo cosas nuevas. Es verdad también que no todo acercamiento erótico es un amor, pero tarde o temprano ese sentimiento intenso aflora y es allí que las generaciones anteriores y las actuales se asemejan, y mucho. No idealizamos el amor de la primera juventud. Pero ni cerca apuntamos tampoco a tratar de manera desangelada un momento significativo que tiene generalmente gran intensidad y hondura.
Dicen que no hay que dar consejos, pero eso poco nos importa por lo que acá va uno: nunca le diga a un jovencito o jovencita que por primera vez sufre una pena de amor que no se preocupe, que ya todo pasará y que la experiencia que está viviendo se apagará en el recuerdo algún día, quitándole importancia a lo que está viviendo. Es que, así como lo fue para casi todos, la experiencia de enamorarse en el albor de la adolescencia es importante y, sobre todo, es respetable en sí misma. Esos amores tienen nombre y apellido, no son funciones vacías a ser llenadas sin que la singularidad del vínculo sea importante.
Volvamos entonces a los primeros amores, aquellos que evocamos al comienzo. Son más que una imagen apagada, porque aquello que se sintió con intensidad valió como inauguración de una manera de experimentar las emociones y los vínculos. No es poco. De hecho, no se trata de solamente acompañar a los chicos que se enamoran hoy, sino de darle un lugar también a aquel que supimos ser alguna vez, cuando todo amanecía en clave de promesa y el camino empezaba a ser transitado.
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