Rituales y recomendaciones que ayudan a olvidar rispideces, para que la armonía reine en la cena de Nochebuena
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Se percibe un clima diferente. Flota en el aire, en la calle, entre los vecinos y en los comercios, como en ningún otro momento del año. Cuando esto ocurre, sabemos entonces que se aproxima la Navidad.
Esa fiesta que no es exclusiva de los cristianos, –aunque en ellos tiene una resonancia fuerte–, sino que pertenece a todo el género humano porque el 24 a la noche, algo en el mundo entero se detiene y en esos minutos mágicos de recogimiento reina un silencio de paz desde donde brotan abrazos sinceros, besos y los cristales chocan con buenos deseos. Es Nochebuena y la familia es, sin dudas, la gran invitada. La nuclear, la extendida y muchas más.
Parientes dispersos por el mundo hacen malabares para subirse a tiempo a los aviones que los llevarán a juntarse con los suyos; abuelos decoran con esmero sus hogares para recibir con alegría a hijos y nietos; hermanos que tienen dificultades en sus vínculos hacen un esfuerzo extra por sentarse en paz a la mesa; amas de casa generosas abren las puertas de entrada a primos lejanos, con la firme convicción de que ese día, ningún pariente debe quedar afuera.
Cada 25 de diciembre se renueva ese espíritu de alegría y fraternidad. Y si bien los intentos por vivirlo así, se multiplican por doquier, por supuesto que no siempre, ni para todos, es posible experimentar cada año esa deseable armonía. Hay fiestas que nos encuentran en medio de tormentas y desencuentros que hay que atravesar sin forzar; con ausencias que pesan (padres que se han divorciado o familiares que han muerto), con parientes agonizando o alguno en tratamiento oncológico. Y no todo es vincular. También están las vicisitudes de siempre: un cuñado que acaba de perder su empleo o un sobrino triste porque le cortó la novia. La vida misma con sus alegrías y penas, conquistas y batallas.
Una luz que perdura
“Pero aun en medio del dolor, es posible la fiesta”, asegura Dolores Tassara, una educadora especializada en psicogenealogía. Para ella, justamente la Navidad nos convoca a reunirnos en torno del pesebre con nuestra vida real (no ideal) en las manos para ser mirada, reconocida y compartida. “Celebrar el nacimiento de un niño que ocurrió hace 2000 años es siempre una buena noticia, solo si ese acontecimiento tiene resonancia e ilumina mi realidad de hoy. Si no, queda relegado a un mero gesto folklórico, una efeméride más”, señala. A Tassara le apena que, en muchas celebraciones importantes, estemos en cualquier lado, aturdidos, “hablando a los gritos, chupando y comiendo a lo loco”, con el peligro de que se nos pasen estos momentos decisivos, distraídos con regalos y fuegos artificiales externos, pero con una sensación de vacío interno. “Disociados, ausentes de nosotros mismos”, afirma.
Tassara cree que la fuerza del nacimiento de Jesús se actualiza y tiene el poder de irradiar luz cuando llegamos conectados con nuestro interior. “No solo con el champán bajo el brazo”, dice. Creadora de un emprendimiento de materiales proyectivos y simbólicos (muñecos de madera, corazones de paño), esta educadora invita a utilizar signos (una vela) para compartir en voz alta preguntas del tipo: ¿qué brilla hoy en mí?; ¿cómo quiero iluminar este dolor que estoy atravesando? Propone que entre comida y postre surja un maestro de ceremonias que convoque. “El espíritu navideño es inclusivo, congrega a todos: a quienes están tristes, solos, abatidos o alegres y esperanzados. Cuando nos compartimos de corazón, aparece de verdad el gozo y la fiesta”, comenta.

“Es necesario generar ese tiempo y espacio, porque no surge espontáneamente. Silenciarnos, escuchar y ser escuchados es una experiencia profunda y rica. Algo mucho más hondo de lo que uno imagina, surge. Los gestos y símbolos ayudan a poner en palabra lo que guardamos dentro”, cuenta Santiago Ramos Mejía (51), padre de cuatro adolescentes y fan de estas dinámicas.
Estela, 54 años, intenta recrear algo parecido. Después de cenar, reparte a los miembros de su familia cartas con los personajes del pesebre para que cada uno puede expresar: ¿qué simboliza para él ese “pastor o rey mago”, o en qué quiere imitarlo? “Los adolescentes a veces huyen, pero muchos se prenden. Y se genera algo especial”, cuenta esta mujer valiente que a pesar de haber padecido de niña el abandono de sus padres, es capaz de invitar en Navidad a su madre y a otros miembros de la familia difíciles. “Me encantan estas semanas de espera. Decoro mi casa con cariño. Con mi esposo decidimos que nuestro hogar va a ser siempre un lugar de unión: por eso invito a mamá, a la exmujer de mi padre fallecido, a mi suegra complicada, a mis hermanos y sobrinos. Mi historia me dejó heridas, pero hoy elijo construir para adelante y no quedarme anclada en el pasado. Puedo ver las limitaciones de quienes nos lastimaron, pero también puedo perdonar. Vivo las fiestas como un tiempo de reconciliación y de esperanza. E intento derramar ese espíritu. Convocar a todos (los extras también, se ríe) me hace bien; soy yo la que no quiere perderse la Nochebuena en familia”, agrega.
Unión en la separación
Son muchas las personas que, como Estela, se esmeran para que las Fiestas, (todo el año en realidad) sean un momento de unidad. Agustina De Cristobal (psicóloga, 51), madre de dos adolescentes, está separada de Esteban hace 12 años. Desde entonces, cada 25 de diciembre lo celebran los cuatro juntos. O ella se va a Uruguay con la familia de él. O Esteban se junta con la de Agustina. “Al principio lo hicimos por las chicas, para que no sufrieran el desgarro de no estar con su mamá o su papá ese día. Pero a medida que fue pasando el tiempo, me di cuenta de que yo lo seguía eligiendo. Esteban es familia para mí. Hay cariño y respeto entre los dos. Tomamos caminos separados como pareja, pero seguimos unidos como familia. Lo hemos naturalizado y sé que nuestras hijas valoran y agradecen este gesto”, cuenta Agustina.
Paula Cardenau, separada de Carlos hace 19 años, también ha pasado muchos 25 de diciembre con su exmarido e hijo Felipe. “Creo que nuestro Felu (22) es la persona íntegra que es, en parte, porque con su padre tomamos buenas decisiones, buscamos seguir siendo una familia. Y eso hace toda la diferencia”, afirma.
En el caso de parejas divorciadas, la mayoría celebra por separado. Claudia Messing, psicóloga y presidente de la Sociedad Argentina de Terapia Familiar, aconseja a los padres no dramatizar la situación y pensar que, si no me toca la Nochebuena con mis chicos este año, seguramente podré pasar el año nuevo con ellos. Imaginar los futuros encuentros, alivia. “Y jamás poner a los hijos en el lugar de elegir a qué casa ir. Son los grandes quienes toman esa decisión”, agrega Eduardo Drucaroff, psicoanalista y psiquiatra especializado en pareja y familia y miembro la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Messing invita también a los padres a no caer en actitudes de victimismo. “Hay quienes sienten celos porque su ex, con una excelente situación económica, compra regalos carísimos a los niños que no están al alcance de uno. Es importante que cada uno se autovalore sin compararse”, señala.
La premisa para los terapeutas es la misma: no empañar estos días previos de diciembre tan únicos, con viejas discordias que se arrastran en el tiempo. “Es un hito en el año; un tiempo conmovedor de acción de gracias. Una oportunidad para recuperar lo más hondo de cada uno: la capacidad de sentirnos parte de una familia donde, a pesar de todo (lo difícil y doloroso), seguramente vibra mucho amor. Cuando logramos vivirlo así, esas vivencias familiares quedan selladas en la memoria para siempre”, insiste Messing.

Recuerdos, sorpresas y planes divertidos es justamente lo que intenta recrear cada año, Agustina Tocalli Beller, madre de cuatro adolescentes, que vive en Perú y tiene tres hijos dispersos por el mundo (dos en Toronto y uno en Nueva York). Este año, los Beller decidieron alquilar para las fiestas una casa de playa cerca de Lima para despertar en todos esas ganas irresistibles de verse y ponerse al día. “Menos falta para que lleguen mis hijos, más largo se me hace”, cuenta.
Como buena escritora que es, describe la experiencia de este modo: “La Navidad es una fecha no negociable. Como familia nos autopercibimos como un ´6-pack´. Cada botella viaja sola por el mundo aprovechando sus propias oportunidades, porque criamos hijos valientes e independientes. Pero sus ´envases´ son recargables: recordatorios de un lazo invisible, de una caja que siempre nos contiene, que nos reúne cuantas veces podamos para regalarnos abrazos, juegos y viajes que dejan huellas imborrables. El 25 de cada año, las 6 ´botellas´ estamos juntas otra vez. El cartón se arma de nuevo como un acto sagrado de pertenencia. Como recordatorio de una independencia que no rompe el lazo, sino que lo fortalece. Porque el verdadero ritual es simple y eterno: volver a estar los seis juntos”. Se nota que los Beller han logrado construir, a lo largo de los años, lazos sanos y fuertes como para sentir que, “estar lejos, no es estar separados”. Y han conseguido que las Fiestas sean tiempos fuertes de encuentro y disfrute.
Celebrar sin idealizar
Para Drucaroff esto es crucial. Sin embargo, plantea la importancia de no idealizarlas. Advierte cierto riesgo en armar un circo con exceso de regalos, brindis y Papa Noel con una felicidad impostada. Como si, por ser Navidad, la consigna fuera estar radiantes y creer que se acabaron los problemas. Fingiendo cierta demencia. No es así. Sin borrar la magia de la Nochebuena (acentuada en los más chiquitos), dice que las Fiestas actúan como un termómetro de cómo están los vínculos. “Muchas personas encaran un viaje justamente para evitar la cena familiar. Si esto ocurre con mis pacientes, les hago ver que esquivar el conflicto no lo soluciona, solo lo posterga”, señala.
A quienes llegan a su consulta con vínculos complicados, los invita, ni bien comienza diciembre, a pensar cómo y con quién eligen pasar las Fiestas. “Anticiparse a ese cuñado que suele hacer chistes de mal gusto; o ese padre cabrón que se enfurece a cada rato es saludable. Uno puede procesarlo previamente para no reaccionar mal en el momento”.

Un buen camino, para suavizar asperezas también es el contacto corporal. Tomar de la mano o besar espontáneamente a esa mamá que está triste u enojada, desactiva y relaja. El desafío está en encontrar en esta próxima noche de paz, gestos constructivos y compasivos. Proponernos durante la cena, hablar con dulzura a ese tío que me cuesta, mirar con buenos ojos, al hijo adolescente que se muestra indiferente, y abrazar con amor a grandes y niños.
Que este 25 de diciembre nos encuentre entonces tan reconciliados como sea posible. Que la luz y la ternura que regala ese niño recostado en el pesebre, enciendan todo lo luminoso y amoroso que habita en nuestro corazón. Para que nada, nada, empañe la magia y la alegría de esta Navidad.
Recuperar esos sagrados ritos
Anticiparnos y preparar, no sólo los jarrones con flores o el pavo con ensalada, sino también nuestro corazón. En estos días de stress y ajetreo previos al 24, es clave detenernos y conectar a conciencia con lo que vamos a celebrar. La Navidad está vinculada a los ciclos de la naturaleza. En el hemisferio norte, el 21 de diciembre es el último día del otoño, la noche más larga del año. El sol que nace el 25 simboliza la luz (divina y la nuestra), que, aunque tenue es capaz de disipar cualquier oscuridad, dolor y sin sentido. Esta festividad nos pone en contacto con la energía de vida que busca su cauce para manifestarse. Es un signo de esperanza. Cada gesto nos invita a encontrar en nuestro interior, esa luz que ya somos y hacerla brillar.
Pequeñas acciones para recuperar la sacralidad de las Fiestas
- Cero dispositivos. A la hora de cenar, invitar a cada uno a que deje su celular. Por unas horas, disfrutar de la sobremesa, mirarse a los ojos y escucharse con atención.
- Bendecir los alimentos y la familia. Agradecer a Dios o al Universo que es providente con nosotros. Es un acto de entrega y confianza para sentirnos sostenidos por la trascendencia.
- Encender una vela. Navidad y Hanukkah son la fiestas de la luz. Pensar qué deseamos que quede iluminado y fortalecido por lo divino en nuestra vida y de cara al año entrante.
- Agradecer. Colocar estrellas de cartulina debajo del plato de cada uno con palabras que evoquen los propósitos para el 2026, con el deseo de compartir la luz que tenemos dentro.
- Recordar. Hacer presente a los seres queridos que fallecieron, que nos precedieron y siguen vivos en el corazón. Reconectar con ellos sabiendo que nos acompañan en el camino.
- Besar al niño en el pesebre. Con la intención de conectarnos con nuestro niño interior, humilde, vulnerable y amoroso. Es un signo de recogimiento.
- Repartir regalos. Son expresión del don que queremos poner al servicio de los demás. Puede hacerse con la modalidad del amigo invisible.








