No pudo ver la cara del violador, pero reconoció la voz y logró identificarlo
El agresor sexual recibió una pena de seis años de prisión; atacaba a sus víctimas en el barrio de Balvanera
A las 20 de un lunes lluvioso y frío, emergió por la boca de salida de la estación Pasteur de la Línea C del subte. Con la capucha del abrigo puesta y la bufanda tapándole media cara caminó en la noche destemplada por la calle Junín en dirección a la avenida Rivadavia, de regreso a su casa desde el trabajo. Casi llegaba, y mientras intentaba encontrar las llaves en el bolsillo de su mochila fue interceptada por un hombre que le tapó la cara, primero con sus manos y luego con la propia bufanda de la chica. Para ella, aterrada, el sujeto que la retenía no tenía rostro. Atinó a decirle que solo llevaba encima 50 pesos y que no tenía celular. Pero nunca olvidaría la voz intimidante que, en respuesta, le dijo: “Necesito que camines derecho, que me hagas zafar de la policía; tengo una denuncia judicial, me están persiguiendo y si hacés algo no tengo ningún problema en lastimarte; tengo un cuchillo... van a ser dos cuadras”.
La voz, ese tono grave, sería, dos años después, la clave para identificar a Rubén Darío Lezcano, de 45 años. Y sin posibilidad de ponerle un rostro al violador, el recuerdo de esa voz sería esencial, además, para hacerle pagar el abuso ante la ley.
El atacante y la víctima caminaron más de dos cuadras hasta ingresar en un edificio que no tenía puerta. Subieron a un ascensor y bajaron en un lugar que la joven presume que podría haber sido un estacionamiento. El agresor la amenazó: “Si en diez minutos hacés lo que te digo, te libero: Necesito liberar tensión sexual”.
El abuso sexual duró entre 10 y 15 minutos. “Nunca dejó de hablar, estaba alterado porque repetía que debía escapar de la policía”, contó la joven –que tiene 26 años y cuya identidad se mantendrá en reserva–, que recordaba la voz grave de aquel hombre al que nunca pudo ver.
Salieron nuevamente a la calle y caminaron unas cuadras hasta que le dijo: “Te libero, pero no mires para atrás porque te voy a clavar el cuchillo en el cuello”. Cuando la joven pudo abrir los ojos se encontraba en Ayacucho y Viamonte. Caminó varias cuadras hasta asegurarse de que el agresor no la seguía. No podía contener el llanto. Entró en una pizzería, desde donde llamó a su padre. Ambos fueron a una comisaría a hacer la denuncia.
La búsqueda y un nuevo ataque
Lezcano había escapado, sin que la víctima lograra verlo en ningún momento. La única descripción que la víctima pudo dar fue que se trataba de alguien más alto que ella y de contextura robusta, a juzgar por el tamaño de sus manos. Sin embargo, desde un primer momento la joven manifestó estar en condiciones de reconocer su voz, que era grave y “vulgar”, porque “no hablaba tan bien”.
Él se creyó impune y una semana después atacó de nuevo. Otra mujer fue su nueva víctima, pero usó la misma metodología –amenazándola con un cuchillo–, casi a la misma hora y a poco más de una cuadra del lugar donde la otra joven había sido abordada. Esta vez, la nueva víctima pidió ayuda a los gritos y poco después de la intervención de vecinos el agresor fue detenido por personal de la Policía de la Ciudad.
Por la similitud de los casos, la fiscal Romina Monteleone solicitó la intervinieron del teléfono celular, del cual se extrajo el material para realizar un cotejo de voz, además de otras pruebas.
Personal de la División de Acústica Forense de la Policía Federal Argentina (PFA) seleccionaron, de las escuchas, los fragmentos de audio que se pudieran imitar con mayor efectividad. A partir de ellos se hicieron grabaciones imitando las características de la voz Lezcano. Para el procedimiento se utilizó un software de origen ruso que está específicamente diseñado para tareas periciales, y el programa Sound Cleaner para acercar las características auditivas de las grabaciones.
Como si se tratara de una rueda de reconocimiento, la joven debió escuchar las grabaciones de cuatro voces de similar melodía e inflexión de la voz, y que decían lo mismo. Fueron varias veces, en las que el orden de las voces se alternaba. Pero incluso así, en todas las ocasiones ella pudo reconocer la voz de Lezcano como la de su agresor. Afirmó estar “muy segura” de su elección.
Los puntos de conexión entre Lezano y el hecho, eran varios. Además del cotejo de voz, la identidad con el otro ataque y la contextura física, durante el juicio se presentaron otras evidencias. Entre ellas, que la zona donde ocurrió el hecho era frecuentada por el agresor porque su celular activaba una antena ubicada en Corrientes 2075. Inclusive, se conectó unas horas antes de que la joven fuera abusada. El otro lugar en donde se solía encender era en Florencio Varela. Es decir en las inmediaciones de la arteria indicadas por la víctima y en su domicilio particular.
Asimismo, el 18 de diciembre de 2017, Lezcano mantuvo una conversación con otro hombre, a quien le manifestó que estaba siendo perseguido por la policía y le preguntó si habían aparecido por ahí, haciendo referencia al lugar del hecho. Seguidamente la otra persona, le contestó que ya había “limpiado todo” y que no quedaban evidencias.
Dos años después del ataque, Lezcano fue condenado por el Tribunal Oral en lo Criminal y Correccional N°28 a cumplir una pena de seis años de prisión como autor material penalmente responsable del delito de abuso sexual agravado por ser gravemente ultrajante para la víctima. En el debate, el Ministerio Público estuvo representado por el fiscal Sandro Abraldes.
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