De galletitas saludables a bálsamos de cannabis. El centro de investigación de la UTN que funciona como una empresa
En La Plata, el espacio universitario usa su tecnología para producir alimentos y artículos de cosmética
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Empezó como el Grupo de Investigación de Agrobiotecnologías (GIAB), en un aula vacía de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) de La Plata, con apenas una mesada y algunos elementos de laboratorio. En el pizarrón del espacio todavía se lee, escrito con tiza, el inicio de la historia: 5 de julio de 2022.
“Y ahora no tenemos dónde poner las cosas”, comentó entre risas Silvia Marteau, ingeniera química, doctora en Administración y directora del proyecto. “Fue con un buen esfuerzo, mucho trabajo y también con las ganas de hacerlo”, explicó. Además, recordó que al comienzo eran apenas unas pocas personas, y hoy ya cuentan con toda una estructura organizativa.
Tres años después, el 25 de junio pasado, aquel grupo se convirtió oficialmente en Centro de Investigación de Agrobiotecnologías (CIAB). Y más que un espacio académico, hoy se parece a una pequeña empresa: un lugar donde estudiantes, técnicos e investigadores trabajan en equipo, y donde cada proyecto es, al mismo tiempo, un experimento y un producto.
Uno de los primeros desarrollos fue la elaboración de alimentos saludables. En colaboración con el Hospital de Niños Sor María Ludovica de La Plata, crearon fideos hipoproteicos para pacientes con fenilcetonuria (PKU), una enfermedad metabólica que impide asimilar correctamente el aminoácido fenilalanina.
La fórmula de los fideos es precisa: 30% almidón de maíz y 70% almidón pregelatinizado, sin aporte proteico. Los ensayos de reometría y textura, realizados junto al Servicio de Alimentación del Ludovica y el Centro de Investigación y Desarrollo en Ciencia y Tecnología de los Alimentos (Cidca), buscan garantizar un alimento seguro, nutritivo y adaptado a necesidades específicas.
En paralelo, junto al Instituto Argentino de Radioastronomía, consiguieron un subsidio del Fondo de Innovación Tecnológica de Buenos Aires (Fitba) para automatizar la producción de fórmulas lácteas infantiles en el hospital. El proyecto modernizó las tolvas de pasteurización, que estaban en desuso. “Hasta entonces, todo dependía del operario. Ahora, basta indicar cuántos litros se prepararán: el sistema calienta el agua, la enfría a la temperatura adecuada y envasa en caliente en recipientes estériles”, señaló Cecilia Gaillard, ingeniera en alimentos y miembro del CIAB.
Ese cambio asegura que la leche no tenga riesgos microbiológicos y que la reconstitución se cumpla con estándares de calidad industrial. El centro junto al Instituto Argentino de Radioastronomía ya presentaron la continuidad del proyecto al Fitba, que se ejecutará en 2026.
La próxima etapa busca escalar hacia producciones menores: “Se trata de equipos capaces de preparar menos de dos litros, pensados para fórmulas muy específicas destinadas a patologías sensibles. Hoy esas preparaciones se hacen a mano y, justamente, son las que tienen más riesgo, porque el paciente es más frágil y cualquier error puede ser crítico”, comentó la ingeniera en alimentos.
Entre los proyectos que impulsa el CIAB hay uno que sorprende por su sencillez y potencial: el desarrollo de galletitas con salvado de arroz. Ese polvo que queda tras pulir el grano —lo mismo ocurre con el salvado de trigo o de avena— suele considerarse un desecho. Pero está cargado de fibra, proteínas y ácidos grasos saludables. El año pasado, finalmente, fue incorporado al Código Alimentario Argentino como ingrediente para la industria.
De allí surgió la idea de transformar ese subproducto en un alimento noble, libre de gluten y apto para celíacos. El desafío era mayor: producir galletitas que, además, cumplieran con la nueva normativa y se mantuvieran por debajo de todos los límites que exigen los octógonos negros de advertencia.
“Tiene que tener por debajo de los límites que establece la ley para no llevar los sellos de advertencia. Entonces, no tiene excesos de azúcares, grasas ni sodio. No lleva edulcorantes ni cafeína. Bueno, no tiene nada”, destacó Gaillard.

El equipo buscó alternativas ingeniosas. La base fue harina de arroz, para garantizar la condición “sin TACC”. Sumaron pasta de maní en dosis medidas, para aportar grasas saludables sin exceder los topes legales. La harina de algarroba trajo dulzor natural; la miel, usada con prudencia, reforzó ese efecto; el coco dio textura. Y la manzana, incorporada en forma de pasta, aportó humedad y un dulzor tenue, cercano al de una barrita de cereal.
El resultado no es una galletita empalagosa, sino un producto cuidado, distinto, que cumple con lo que promete: un sabor amable, sin estridencias, y la tranquilidad de no cargar con los sellos de advertencia.
Más allá de todas sus investigaciones y experiencias, el personal del CIAB tuvo que aprender a moverse por fuera de los circuitos tradicionales de un laboratorio universitario para poder financiarse. “Eso nos obliga a salir de nuestra zona de confort, a generar ideas, a ser creativos, a estar en movimiento. Y eso también es bueno”, dijo Marteau.
Al comienzo, el financiamiento del centro dependía por completo del Estado, tanto nacional como provincial, a través de los sueldos y los subsidios que le daban a la facultad. Hoy el esquema es más diversificado, solo un 40% proviene de aportes de la propia universidad.
De esas búsquedas nació una línea de cosméticos en base de productos naturales, que el equipo ofrece como souvenir a quienes colaboran con donaciones al centro. Las primeras pruebas fueron modestas: pequeños lotes, bajo el concepto de “producto mínimo viable”.
Aplicaron metodologías ágiles: probaban productos, recogían resultados y volvían a ajustar. La velocidad, más que la perfección, se convirtió en la estrategia. “Eso te genera incentivos para seguir y no esperar a que salga el producto 100% bien y así perdés un montón de tiempo, muchos recursos y al final del camino el producto no sale y todo lo demás que hiciste”, explicó Marteau.
La ingeniera en alimentos, Cecilia Gaillard, lidera también una línea de investigación sobre cannabis que incluía el desarrollo de una máquina de procesamiento destinada a optimizar y automatizar tareas tradicionalmente manuales. De ese proyecto se desprende su tesis doctoral, para la cual debía realizar distintas experiencias.
“En el transcurso de las experiencias nos quedaban cosas, como el aceite o las resinas, y surgía la pregunta: ¿Qué hacemos con eso? Se empezó a buscar alternativas. Y nos encontramos con que la empresa productora de cannabis también manifestó su interés en que se pudieran desarrollar algunos productos de cosmética con el cannabis”, explicó Marteau.
Johanna Autino, una estudiante becaria que hoy está a cargo del grupo de cosmética, comenzó junto con Gaillard a explorar qué sucedía al aplicar la planta en productos de cuidado personal. A partir de ahí, se inició la producción. El primer lanzamiento fue un bálsamo con cannabis y esencias de lavanda y geranio. Y funcionó. “El producto anduvo muy bien, pero muy, muy bien”, señalo Autino.
A partir de ahí la lista creció. Hoy el CIAB tiene una marca Elysium y el catálogo cuenta con: ácido hialurónico que hidrata, humecta y rejuvenece; gotas de niacinamida con efecto sebo-regulador, para pieles sensibles; un contorno de ojos descongestivo para ojeras; espuma de limpieza sólida que purifica la piel; crema humectante con Q10 y con sericina que aportan suavidad y efecto rejuvenecedor; un descongestivo nasal; un bálsamo para contracturas, dolores articulares, musculares y afecciones de la piel; además de un repelente natural a base de aguaribay.
Además de eso, hicieron un kit de cuidado de cabello: hay champú de café que estimula el crecimiento capilar, de coco que hidrata el pelo seco y de bentonita que oxigena y regula el sebo.
Los volúmenes de producción fueron aumentando. De lotes de apenas 30 unidades pasaron a fabricar entre 300 y 500 frascos por tanda, varias veces por semana. “El stock se agota con rapidez: de algunas cremas quedan apenas cuatro, del shampoo de café apenas seis”, señaló Autino.
Un ritmo vertiginoso que confirma la demanda. El champú de café para el crecimiento y el fortalecimiento del pelo, junto a la crema de niacinamida y los bálsamos, se transformó en los productos más demandados. En su Instagram, el CIAB muestra el antes y después de algunos clientes demostrando la eficiencia de sus productos
El éxito de la cosmética abrió otro camino: una Diplomatura en Cosmética Natural, dictada por el propio centro, que superó todas las expectativas: más de 400 inscriptos en sus tres ediciones. “Nosotros nos conformábamos con 30 que es el mínimo para tener un curso. A través del Instagram del centro y el boca a boca de quienes compraban los productos. La primera cohorte tuvimos que cortar en 100 participantes, aunque había más de 150 interesados. La segunda reúne a 200 y la tercera a 100, consolidando la propuesta”, recordó Luis Perego, ingeniero químico y fundador del CIAB.
El curso se dicta en una plataforma digital. Quien explica es Daniel Gulo, otro ingeniero químico, profesor universitario y responsable del laboratorio. Pero no lo hace solo: lo acompaña su avatar. El equipo de becarios del CIAB desarrolló internamente una mesa de inteligencia artificial capaz de generar esa figura digital. “En un primer momento, sale Daniel explicando para que vean que no le choque a la gente, pero después se va transformando de a poquito el Daniel humano en su avatar”, explicó Marteau.
Hoy, el 50% del financiamiento del CIAB se genera con sus cursos de formación y capacitación, y el 10% restante llega de empresas, a partir de los productos desarrollados por el centro. Una transición que muestra cómo el proyecto aprendió a sostenerse solo, combinando apoyo público con recursos propios.










