El cáncer de riñón podría aumentar más de un 55% en la Argentina para 2045
Aunque no está entre los más prevalentes, la evolución proyectada de este tumor preocupa a los especialistas; el rol central de la detección temprana y los hábitos saludables
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Aunque no figura entre los más frecuentes, las proyecciones sobre el cáncer de riñón encienden las alarmas entre los expertos.
Según el Observatorio Global del Cáncer (GLOBOCAN), este tumor ocupa el puesto 14° en incidencia y el 16° en mortalidad a nivel mundial. Sin embargo, en base a las estimaciones de la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer, en dos décadas la Argentina tendrá un 56,1% más de casos de cáncer de riñón.
Este incremento se sustentaría por la profundización de algunos factores de riesgo, como el tabaquismo, la exposición a sustancias químicas o la obesidad, que pueden dañar el ADN de las células del riñón y alterar el funcionamiento de genes que normalmente regulan el crecimiento y la muerte celular.
Por eso, los especialistas insisten en difundir que la detección temprana y los hábitos saludables son la herramienta clave para prevenir o combatir esta enfermedad.
“La detección precoz es fundamental. Si se lo encuentra a tiempo la tasa de curación supera el 90%”, asegura el doctor Hernando Ríos Pita, médico del Servicio de Urología del Hospital Alemán y especialista en oncología urológica.
“En la mayoría de los pacientes, la enfermedad no presenta síntomas específicos y es descubierta de forma incidental, durante estudios por imágenes solicitados por otros motivos médicos”, explica. Ese hallazgo fortuito, aunque muchas veces casual, puede marcar una diferencia determinante en el pronóstico del paciente.

A nivel mundial, el tipo más frecuente es el carcinoma de células renales, que representa cerca del 70% de los diagnósticos. Aunque el cáncer renal es menos común que otros tumores, representa entre el 2% y el 3% de los casos en adultos. Suele detectarse entre los 60 y 70 años y afecta aproximadamente al doble de hombres que de mujeres. Su mayor prevalencia en países desarrollados, según Ríos Pita, podría explicarse por la combinación de estilos de vida y acceso a tecnología diagnóstica más avanzada.
El origen de esta enfermedad está asociado a alteraciones en el material genético de las células renales, que pueden ser hereditarias o adquiridas a lo largo de la vida. “La mayoría de los casos no se deben a mutaciones heredadas, sino a daños acumulados en el ADN a causa de factores como el tabaquismo, la exposición a sustancias químicas o la obesidad”, explica la doctora Gabriela Bugarín, directora médica de Oncología del laboratorio MSD.
La profesional detalla que estos elementos pueden alterar genes que controlan el crecimiento y la muerte celular, lo que favorece el desarrollo de tumores. “Por eso, dejar de fumar, hacer ejercicio regularmente, mantener una alimentación saludable, controlar la presión arterial y evitar la exposición laboral a sustancias tóxicas son medidas clave de prevención”, indica.

Entre los factores de riesgo hereditarios, Ríos Pita menciona el síndrome de Von Hippel-Lindau, el carcinoma renal papilar hereditario y la esclerosis tuberosa, aunque remarca que son poco frecuentes. Lo que sí resulta fundamental, coinciden los especialistas, es estar atentos a los antecedentes familiares y a la presencia de enfermedades renales crónicas.
“La detección temprana del cáncer renal es compleja porque, al contar con dos riñones, uno puede seguir funcionando normalmente, lo que retrasa la aparición de síntomas”, advierte el oncólogo Federico Cayol, integrante de la Sección Oncología Clínica del Hospital Italiano de Buenos Aires y miembro de la Asociación Argentina de Oncología Clínica (AAOC).
Una de las características particulares de este tipo de cáncer es que los síntomas suelen aparecer en estadios avanzados. Entre las señales de alarma se incluyen la presencia de sangre en la orina, dolor persistente en el costado de la espalda baja, una masa palpable en esa zona, pérdida de apetito, fatiga, adelgazamiento involuntario, fiebre prolongada sin causa aparente e incluso anemia.
“Como los tumores pequeños están ubicados en una zona profunda del cuerpo, no pueden detectarse con un examen físico. A menudo el diagnóstico llega por casualidad, a partir de imágenes solicitadas por otros motivos”, destaca Bugarín.
En esa línea, la especialista remarca la importancia de realizar controles periódicos, sobre todo en personas con antecedentes o factores de riesgo. Las pruebas más utilizadas son la ecografía renal, la tomografía computarizada y la resonancia magnética.

El cáncer de riñón se clasifica en estadios que van del I al IV, según el tamaño del tumor y su nivel de diseminación. En los casos iniciales, el tumor suele estar confinado al riñón, pero a medida que progresa puede comprometer vasos sanguíneos, ganglios linfáticos e incluso extenderse a órganos como los pulmones o los huesos. “El tratamiento depende del estadio de la enfermedad y del estado general del paciente”, explica Ríos Pita.
En etapas tempranas, la cirugía suele ser la primera opción. Cuando el tumor es pequeño, puede realizarse una nefrectomía parcial, que permite conservar parte del riñón. “Este procedimiento se realiza, en muchos casos, mediante técnicas mínimamente invasivas, como laparoscopía o cirugía robótica, lo que acelera la recuperación”, detalla el especialista. Cuando no es posible preservar el órgano, se recurre a una nefrectomía radical, es decir, a la extirpación completa del riñón afectado.
Más allá de la cirugía, existen tratamientos sistémicos que se aplican en casos avanzados o metastásicos. Entre ellos se encuentran la inmunoterapias, que estimulan al sistema inmunológico para atacar las células tumorales; y las terapias dirigidas, que interfieren en mecanismos específicos del crecimiento del tumor. La radioterapia, aunque no es una herramienta principal en esta patología, puede utilizarse para aliviar síntomas en determinados pacientes, especialmente cuando hay metástasis óseas.

En ciertos casos, sobre todo cuando los tumores son muy pequeños (menores a dos centímetros), se puede optar por una estrategia de vigilancia activa. Esta consiste en controlar regularmente la evolución del tumor sin intervenir quirúrgicamente de inmediato. “Actuar a tiempo y hacerse controles preventivos sigue siendo la mejor herramienta para superar esta enfermedad”, afirma Bugarín.
Según datos del Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos, la tasa de supervivencia a cinco años para el cáncer renal localizado alcanza el 93%. Sin embargo, ese valor cae al 75% cuando el tumor se disemina a ganglios o estructuras cercanas, y desciende drásticamente al 18% cuando hay metástasis en órganos distantes como los pulmones, los huesos o el cerebro.
“El seguimiento postratamiento es igual de importante”, señala Ríos Pita. “Se deben hacer controles semestrales y luego anuales, siempre mediante imágenes, para detectar posibles recaídas o progresión de la enfermedad”.
A pesar de las cifras globales en alza, los especialistas coinciden en que el avance de las tecnologías diagnósticas y terapéuticas ha mejorado significativamente el pronóstico de los pacientes. En este sentido, Cayol enfatiza que “consultar ante cualquier síntoma y no postergar estudios médicos puede marcar una diferencia enorme”.
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