
En Capitán Sarmiento no quieren que haya un penal
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CAPITAN SARMIENTO.- Capitán Sarmiento es un pueblo de casas bajas al norte de la provincia de Buenos Aires, a 150 kilómetros de la Capital Federal. En los campos que lo rodean se afincan los haras más importantes del país; aquí la gente cierra los autos sin llave y todavía conserva la costumbre de la siesta. Sin embargo, hace una semana que nadie puede dormir.
El intendente, Oscar Darío Ostoich (PJ), anunció el lunes que ofrecerá la localidad para la futura construcción de una cárcel de máxima seguridad que albergará a 1062 reclusos.
El pueblo en la calle
El viernes por la noche, representantes de todas las fuerzas vivas del pueblo, unas 200 personas, se autoconvocaron frente a la Asociación de Productores Agropecuarios para manifestar su rechazo al penal y toda la indignación que les fue posible. Estaban del Club de Leones, del aeroclub, los productores, los médicos y hasta los bomberos voluntarios.
Llegaron en sus camionetas y desplegaron banderas y pancartas: "No a la maldita cárcel", "Capitán Sarmiento, tierra de agro, no de amansar presos".
Miguel Güernic, un productor de la zona, en jeans y camisa de manga corta, parecía presuroso por tomar el micrófono. Estaba agitado, le costaba hablar, y resumió el sentir del pueblo en dos palabras: un "¡Estoy caliente!", que le ovacionaron. Y fue más allá: "Sabemos que una cárcel trae aparejada prostitución, droga y delito. Cuando el preso sale se queda en la zona, porque no tiene adónde ir, y eso afecta nuestro patrimonio".
Güernic llegó a gritar a la multitud: "¡A los presos hay que tenerlos en campos de concentración, no en cárceles de última generación; que los manden a los cuarteles que tienen las Fuerzas Armadas!" Se escuchó un aplauso seco.
Una señora rubia, que no quiso dar su nombre, se paseaba con aire displicente: "Acá hay familias muy ricas, los Gutiérrez Zaldívar, los Menditeguy. Se les van a desvalorizar las tierras, así que esto no puede pasar".
Mónica Giménez, del Círculo de Bioquímicos, habló del miedo: "Recabamos información en Mercedes y en Junín, donde hay cárceles. Los familiares de los presos son un peligro. Los viernes hay robos porque juntan plata para darles a los reclusos en las visitas del fin de semana. ¿Queremos un pueblo así?" El intendente Ostoich no asistió a la asamblea. Consultado telefónicamente por La Nación , dijo que no fue invitado y defendió el proyecto de la cárcel, que ocuparía unas 34 hectáreas y que sería "igual a las cárceles más nuevas de Francia y EE.UU." Ostoich alegó como beneficio futuras fuentes de trabajo.
"¿Y esto? -preguntó César Minervini, concejal socialista-. En General Alvear, donde acaban de terminar una cárcel igual, la mano de obra fue de un montón de indocumentados que ahora se instaló en el pueblo."
Los justicialistas fueron convocados para hablar en favor del proyecto, pero eso jamás sucedió. El "concejal Sánchez" (así se identificó) se pronunció en contra del penal, dando cifras de violencia y enfermedades en las cárceles.
"¡Arrugaste, Sánchez!", le gritaron unos chicos cuando terminó de hablar. Sánchez sólo atinó a acomodarse los anteojos.
Corrió un rumor que nadie quiso poner en boca propia, y que también llega de las localidades cercanas que tienen prisiones: los guardiacárceles dejarían salir a los reclusos durante la noche para robar y luego repartirse el botín.
Julia, una vecina mayor, charlaba en la entrada de su casa, con la puerta abierta, a unos 100 metros de la protesta: "Si va a traer trabajo está bien, pero podría ser un frigorífico, no una cárcel. Yo pasé toda mi vida acá y no quiero que esto se transforme en un juntadero de malandras que vienen a ver a sus compinches".
Pasadas las 23.30 se levantó la asamblea. Se juntaron firmas y se preparó un documento para presentar ante las autoridades. Los vecinos no estaban contentos; se iban un poco menos furiosos.





