Enigma develado. Ascendieron a más de 6000 metros para recuperar la mochila de su padre, que murió en la montaña en 1985
Las dos hijas del andinista Guillermo Vieiro, junto con un equipo de expertos y baqueanos, regresaron de la expedición al Volcán Tupungato, en Mendoza
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MENDOZA- Fue una verdadera expedición “rescate” del pasado, y se develó el enigma. Así, tras regresar a la montaña donde murió su padre en 1985, las hermanas Vieiro cumplieron la hazaña en las últimas horas: recuperaron la mochila que “emergió” a comienzos del 2024. La emoción invade a Guadalupe y Azul, que no descansaron hasta obtener el misterioso bolso que cayó al vacío hace 40 años, por las paredes del Volcán Tupungato, en una tragedia que se cobró la vida del reconocido andinista Guillermo Vieiro, de 44 años, y su joven aprendiz, Leonardo Rabal, de 20.
“Cada una de las cosas que encontramos está en perfecto estado. La mochila está como si se la hubiera sacado ayer, intacta, impecable”, contó Azul a LA NACIÓN, conmovida, como una forma de cerrar la dura historia, pero también de eternizar al “Domador del Aconcagua”, como se lo conocía a su padre, con más de 20 años de experiencia en la actividad.

¿Qué había en su interior? Aunque para las hermanas lo que albergaba no representa “una gran sorpresa”, tiene un valor simbólico sin precedentes. Por eso, decidieron que lo hallado será donado y puesto a disposición del andinismo argentino. Y el momento de abrir la mochila lo dejaron plasmado en una foto increíble, con el inmenso cerro de fondo, que compartieron con este medio. Allí, se puede observar lo que contenía: un aislante térmico, una bolsa de dormir, una campera, una cuerda con mosquetones, un ocho de escalada, tres piquetas, una cantimplora y aspirinas. “Sabia que no iba a haber fotos o notas personales, así que no fue una sorpresa eso”, explicó Azul, ya que el año pasado, quienes divisaron la mochila y la dejaron en su lugar, encontraron una cámara Super8, que finalmente devolvieron a la familia, y que revelan las imágenes de cuando llegaron a la cima, poco antes de morir.

A flor de piel
“Siempre sentí que estaba detrás de los pasos de papá, detrás de sus expediciones, de su ropa, de sus fotos, detrás de la gente que lo conoció preguntándoles incansablemente cómo era, si hablaba mucho, si era más bien introvertido. Pero siempre atrás de él, nunca sentí que caminaba a su lado. Pero caminar hasta ver el Tupungato, fue terminar con esa peregrinación de nunca acabar, porque desde el momento que vi el hermosísimo volcán, estar atrás de él, se terminó para siempre, acá en el Tupungato estoy con él, porque acá está y quedó para siempre”, expresó Azul en diálogo con este medio, mientras emprenden el regreso desde la montaña, después de 10 días de travesía.
En cada palabra, los sentimientos afloran, principalmente, porque cuando Guillermo falleció Azul tenía 4 años, mientras que su hermana, apenas unos meses de vida. Aunque eran muy chicas, su padre las marcó para siempre: se acercaron a la actividad y deseaban rendirle un homenaje. Hoy tienen prácticamente la misma edad que tenía Guillermo cuando murió. También, está Rodrigo, hermano mayor de ambas, quien no se sumó a la travesía y la siguió desde Buenos Aires.
Así, aclararon que esta experiencia fue mucho más que buscar su mochila. “Fue sobre todo entender que nunca estamos solos frente a la muerte, que siempre hay un lugar, un momento del día, algún olor, un barrio, ‘algo’ que nos devuelve al abrazo de esa persona que ya no está, y en mi caso, ese lugar es el Tupungato”, sostuvo.
“Esta expedición no la hicimos posible nosotras, mi hermana Guadalupe y yo, sino cada una de las personas que nos dieron una mano en la ciudad, y desde varios lugares del mundo, y en la montaña”, completó Azul.

La expedición partió desde Mendoza hacia San José del Maipo. Allí comenzaron la caminata progresiva de ascenso. Durante el trayecto montañoso, el equipo estableció diversos campamentos para aclimatarse a la altura antes de intentar alcanzar la ubicación de la mochila. Durante la expedición debieron enfrentar terrenos escarpados y temperaturas gélidas, además del peso emocional de regresar al sitio donde su padre falleció.
El equipo
“Cada integrante de la expedición es un ser de otro planeta, no solo nos guiaron por la montaña y en la altura, sino que nos acompañaron en cada emoción, y cuando personalmente, me iba por el lado de las tinieblas, el lado oscuro de la mente y del alma, siempre, siempre, alguno vino a darme la mano y a mostrarme el lado luminoso de las cosas, y más aún, se aseguró de que cruce al otro lado”, continuó Azul para poner en valor a cada uno de los miembros de la histórica misión, entre guías experimentados, arrieros, montañistas y personal de apoyo.
“La montaña es para compartir con personas como Gabriela Cavallaro; Gerardo Castillo; Juan Martín Schiappa; Ricardo Funes; Valentina Ruggiero; Melina Tupa, quien registró cada momento de la expedición y dirigirá un documental sobre esta increíble experiencia; Javier Gutiérrez; Ismael Ortega y Bastian. Nada hubiera sido lo mismo sin alguno de ellos. También celebramos la vida de Leonardo Rabal, que falleció junto a papá, que descansan juntos en esta montaña”.

Azul ponderó además el trabajo en particular que vienen desarrollando Castillo, Schiappa y Funes, ya que son los creadores del proyecto “Sendero de los confines”, que recorre 550 kilómetros de la cordillera mendocina, tal como contó meses atrás LA NACIÓN.
“Fue una alegría que ambas realizaran la expedición. Es la historia de una familia, pero también del montañismo argentino. Dar con la mochila de Guillermo fue emocionante, y nos inspiró muchísimo respeto. No era una misión fácil porque la mochila estaba en la pared sur, en un glaciar, a 6100 metros de altura. Hasta el clima nos acompañó, se dio todo de manera impecable”, sumó Cavallaro, la guía que lideró la misión.
Espíritus libres
Azul no ahorró en elogios a la experiencia vivida con todo el equipo en la inmensidad de los cerros de la provincia. “Descubrí en los mendocinos, en una italiana, una brasileña y en un español, espíritus libres, fuertes y por sobre todo, solidarios. El buen humor y la diversión para atravesar todo tipo de situaciones, se llevó como una bandera desde que salimos de Mendoza y hasta que volvíamos a la bolsa de dormir”, sostiene Azul.
Sin dudas, la mochila de los Vieiro ya es parte de la historia del andinismo argentino y será donada a algún museo donde pueda ser preservada y compartida con los amantes de la montaña. Por eso, las hermanas ya abrieron una convocatoria, con sugerencias y comentarios en relación a la preservación y a los museos. Se las puede contactar a los correos electrónicos Vieiro.a@gmail.com y gvieiro@gmail.com.
Montaña rusa
En enero de 1985, Guillermo Vieiro empezó la expedición hacia la cima del Tupungato junto a un grupo de 10 personas. Durante la travesía, él y Rabal decidieron separarse para explorar una ruta nunca antes recorrida por la cara sur de la montaña, un desafío que marcaría su destino.
Así, tras un terremoto que sacudió a la región, lo que obligó al resto del equipo a abandonar la misión, ellos siguieron adelante y alcanzaron la cumbre. En el descenso, cayeron por una pared de hielo y perdieron la vida en el intento. Sus cuerpos fueron recuperados y entregados a sus familias, pero la mochila quedó atrapada en la ladera de la montaña, congelada en el tiempo.
Cuatro décadas después, a comienzos de 2024, fue divisada por un grupo de andinistas mientras recorrían el cerro. En su interior, encontraron una cámara con una cinta de video que contiene las imágenes del momento en que ambos alcanzaron la cumbre, que finalmente llegó a manos de la familia, después de varios reclamos a quienes la hallaron.
En tanto, el resto de los objetos quedaron en el lugar. Por eso, las hermanas Vieiro se pusieron manos a la obra para volver al lugar de la tragedia, y sacarse, literalmente, una mochila de encima y recuperar la verdadera, para la posteridad.
“Fueron etapas muy lindas, en los distintos campamentos, con gente increíble que quiso vivir esta experiencia para recuperar parte de la historia, por lo que significa mi viejo en el montañismo. Nos contuvieron muchísimo. Fue una montaña rusa de emociones. Estoy preparada físicamente, pero no era fácil sobrellevar la angustia y el miedo. A pesar del ‘no’ inicial de llegar hasta la zona de la mochila, me dejé llevar y, finalmente, no dudé en seguir hasta los 6000 metros”, aporta Guadalupe, con años de experiencia en la actividad. “Ahora nos toca resignificar todo lo que vivimos”, agrega, aún impresionada por la travesía.